Volveré a verte [Borrador]

21 | Dulce, delicado, suave e íntimo

21 |Dulce, delicado, suave e íntimo.

La presencia de los abuelos en casa se hace notar, sobre todo, la de abuela Susan. Con cada despertar es como si su usual energía se triplicara, y, en lugar de exasperarme o querer que regrese a Newcastle, me encanta verla rondando por toda la casa. Su presencia y la del abuelo me hace feliz, creo que durante estos pocos días he sonreído más que en todo el mes.

Por eso, cuando bajo las escaleras mi ceño se frunce al notar un sepulcral silencio en toda la casa, sabiendo que hoy es el cumpleaños de la abuela. ¿A dónde fueron todos?

—¿Abuela?—pregunto a la nada y, como era de esperarse, nadie responde—. ¿Papá?

No recibo respuestas y decido ir a la cocina a prepararme algo rápido de desayuno.

—Salieron de compras.—me informa mamá y la sorpresa me obliga a quedarme en el umbral de la cocina. Está secando una taza en el lavavajillas y, al terminar, se dirige al mesón con una manzana en la mano y en otra su celular. Noto que ha perdido peso.

No me mira en ningún momento y, como era de esperarse, actúa como si no estuviera en el mismo lugar que ella. Así que, con el corazón desbocado, le pregunto:

—¿Por qué continúas ignorándome?—al ver que no levanta la mirada de la pantalla de su celular, obligo a mis piernas a moverse hasta quedar frente a ella.

En este momento, sólo soy esa niña pequeña que se refugiaba en los brazos de sus padres ante una terrible tormenta. Sólo soy esa niña que quiere de vuelta el amor que su madre le obsequiaba. Algo dentro de mí me dice que todavía existe, pero está tan nublada por el dolor y por el resentimiento que no logra ver que esta situación se nos está escapando de las manos.

Desesperada por obtener respuestas o por un simple roce, atrapo sus manos por encima del mesón y las aparta inmediatamente como si mi toque le quemara.

El gris de sus ojos enfocan los míos y trago saliva.

—No me toques, no me hables, no...—llena de aire sus pulmones—...no me mires.

Cuando se levanta del taburete con intención de salir de la cocina, le bloqueo el paso. El corazón me late deprisa por volver a estar cerca de ella; por volver a enfocar esa mirada que antes emanaba amor y ahora carece de ello.

—Ellie...

Casi cierro los ojos por volver a escuchar mi nombre viniendo de ella.

—Si, soy yo, soy Ellie—busco su mirada y, por suerte, no la aparta—. La misma a la que le hacías trencitas en el cabello; la que acurrucabas a tu lado cuando había tormenta; a la que llevaste por primera vez a una galería de arte...—trago saliva intentando aligerar el nudo en mi garganta—...a la que le curaste la primera herida en la rodilla por caerse de la bici...

—No sigas, por favor.

—Soy yo, soy tu hija.

Cierra los ojos con fuerza y una gruesa lágrima rueda por su mejilla.

—Elina murió por tu culpa. Si tú no...—niega con la cabeza repetidas veces y otra lágrima se le escapa—. Pero claro, fuiste una completa egoísta y ahora mi hija no está.