nu är han en man

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Yoongi

Me paro frente a una fila de sopa enlatada, tratando de decidir si es mejor comprar una cantidad mayor de sopa de guisantes -que detesto- o sólo dos latas de la sopa de pollo, más cara. Sé la respuesta, pero quiero fingir durante un par de minutos más que podría comprar la sopa de pollo si quisiera.

Por supuesto, esa molesta vocecita en el fondo de mi mente me recuerda que, si no hubiera sido por mi maldito orgullo, podría haber comprado un montón de sopa de pollo. A un dólar cincuenta por lata, cien dólares... oh, chico, eso sería un montón de sopa.

Me retuerzo interiormente, la vergüenza me invade al recordar la otra noche, y al apuesto desconocido que claramente me echó un vistazo y decidió que yo era una especie de caso de caridad. Puede que no sea rico, pero me las apaño bien. Mantengo la comida en los armarios y mantengo a mi madre con vida, y si eso es todo lo que puedo hacer, tendrá que ser suficiente.

¿Quién se cree que es? El hecho de que sea un hombre sexy y guapo de la gran ciudad no le da derecho a juzgar mi vida ni a apiadarse de mí.

Con un resoplido, finalmente cedo y lleno mi cesta con toda la sopa de guisantes que puedo permitirme, y luego me doy un capricho con una caja de galletas saladas para hacerlo un poco más soportable. Y, como he hecho una buena elección con la sopa, me queda suficiente para un paquete de carne para el almuerzo.

Antes de caer en la tentación de agarrar algo más, me dirijo a la entrada y me pongo en la cola para pagar. Estoy seguro de que tengo suficiente, pero mientras espero, sumo mentalmente todo lo que hay en mi cesta y luego cuento mi dinero para tenerlo listo. Puede que la señorita Amanda esté charlando con todos los clientes que tengo delante, preguntándoles por sus chicos y hablando, pero la experiencia me ha enseñado que es mejor que esté preparado para pagar e irme rápidamente.

La cola avanza y, cuando llega mi turno, descargo mi cesta, agachando la cabeza e intentando ignorar la mirada de la señorita Amanda. No tiene mala intención al mirarme; sé que la mayoría de la gente no puede evitarlo. Ninguno de los dos dice una palabra cuando le entrego mi pago, ella me devuelve el cambio, y entonces tomo mis bolsas y salgo a toda prisa de la tienda, sintiendo una docena de ojos sobre mí mientras avanzo.

El sol cae con fuerza cuando salgo, y echo de menos el aire acondicionado de la tienda en cuanto las puertas se cierran detrás de mí. Engancho las bolsas de la compra y me pongo a caminar hacia casa para poder prepararme un sándwich antes de tener que estar en el bar para mi turno.

La grava cruje bajo mis pies mientras camino por la carretera conocida. Llevo haciendo este paseo desde nuestra casa hasta la tienda de comestibles probablemente una vez a la semana desde que tenía siete años o así. Subía y bajaba por la carretera más transitada que lleva a la entrada y salida del pueblo, y recogía todas las latas y botellas que podía, luego las entregaba y usaba el dinero en la tienda. Mamá hacía lo que podía, pero no siempre había comida en casa, así que aprendí a valerme por mí mismo.

Miro por encima del hombro al oír el sonido de los neumáticos en la carretera. Me estremezco cuando veo que la camioneta de Bryson Farrow reduce la velocidad para seguir mi ritmo. Camino un poco más rápido mientras él baja la ventanilla. Mi corazón se hunde al ver a Tommy Lawrence en el asiento del copiloto. Bryson ya es bastante malo por sí solo, pero los dos juntos siempre parecen querer superarse mutuamente a costa mía.

—Elfeomuerdealmohadasdicequé —dice Bryson, y ambos sueltan una carcajada.

Yo me quedo con la boca abierta, subo los hombros y aprieto más las manos alrededor de las bolsas de la compra.

—Oye —ladra Tommy cuando no respondo, y algo me golpea en un lado de la cabeza, rebotando y dejándome húmedo y pegajoso. Miro hacia abajo y veo una lata abierta de Coca-Cola a mis pies, derramándose y empapando la tierra—. Te estamos hablando a ti, maldito bastardo.