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Max había acabado por asentir, abriendo más las piernas y elevándolas en el aire. Ofrecido y entregado se limitó a ver cómo terminaba de desnudarse. Tenía una espesa mata de vello rubio en el pubis, pero su pene destacaba por encima de él. Bastante largo, no alcanzaba el tamaño del suyo, pero la ligera curvatura hacia arriba le hacía resaltar sin esfuerzo. Al ver cómo el joven se le comía con los ojos Daniel sonrió con engreimiento y redujo ligeramente el ritmo, acariciando el pecho lampiño del chico y tumbándose a su lado, dejando que por unos instantes tomase él las riendas.

Max se lo había agradecido inmensamente. Le había besado con pasión, sin igualar su pericia, pero aportando todo su ardor juvenil como compensación. Había recorrido el cuerpo del hombre con las manos, deleitándose en el tacto suave de su piel, el vello rizado que le cubría el pecho, las piernas y el pubis, sopesando en sus manos sus grandes testículos y acariciando el pene curvado y pesado. Mientras él se deleitaba en acariciar al arquitecto, exultante por tener por fin una oportunidad con quien creía el hombre de sus sueños, Daniel se había limitado a contemplarle. Cada vez que Max elevaba sus ojos para contemplarle, le sonreía con calidez, pero sin cariño, y sin embargo esas sonrisas habían conseguido derretirle, calarle hasta el tuétano.

–Toma –había dicho Daniel tendiéndole el preservativo– colócamelo tú, quiero ver qué tal lo haces.

Le había chinchado y él había caído en la provocación. Con una sonrisa engreída había rasgado el papel, amarillo intenso por fuera, plateado por dentro. El viscoso condón salió sin problemas, y tras masturbar arriba y abajo el pene del hombre había colocado el anillo de goma en torno al glande, deslizándole con facilidad hasta abajo. Le había masturbado otro poco, asegurándose de que estaba bien colocado, y con una sonrisa de suficiencia y el orgullo brillando en sus ojos verdosos se había enfrentado al arquitecto, que le aplaudió con cierto sarcasmo mientras se reía.

–Y aún no has visto nada, verás ahora– se ufanó Max.

Con la confianza que le aportaba saber que le había impresionado, o al menos eso pensaba en el momento, se había colocado a horcajadas sobre el hombre, que le observaba gratamente complacido por su respuesta. Max había enredado sus largos dedos en los cortos mechones del arquitecto, que acariciaba su espalda y aplicaba una ligera presión en sus caderas, deseando que descendiese y le cabalgase. El joven pasó el pene entre sus nalgas, lamiendo sus dedos y untándoles de saliva antes de llevarlos a su ano, jugando con el anillo de piel, abriéndolo y dilatándole lo suficiente como para que pudiese entrar con facilidad, pero no tanto como para que le sintiera demasiado holgado.

Gimiendo de placer Max se había dejado caer poco a poco sobre Daniel. Había besado al arquitecto en el cuello, descendiendo después al pecho y buscando los pezones, pero este le había detenido agarrándole de la barbilla y levantándole su cara para poder mirarle, no con amor o cariño, por puro morbo. A pesar de ello, Max había accedido gustoso a su capricho. Mirándole a los ojos dejó que Daniel disfrutase de la cara de placer que ponía mientras el pene del arquitecto se deslizaba en su interior. Le costó un poco bajar del todo, gimiendo e insistiendo hasta lograrlo, pero cuando lo consiguió no obtuvo tregua ninguna.

Sosteniéndole por las caderas Daniel le ayudó a moverse desde el principio. Normalmente Max habría esperado un poco, acostumbrándose a la sensación antes de cabalgar como tal, pero recordando que no disponían de demasiado tiempo volvió a tragarse sus sentimientos, cóctel amargo que bebería con frecuencia a lo largo de toda la relación, y complació al hombre. Se elevó por encima de él para volver a bajar en un movimiento rápido y confiado, sabiendo que lo que hacía le proporcionaría placer.

No del todo ajeno a las necesidades del chico, Daniel había vuelto a agarrar su largo pene. Le acariciaba con experta soltura, deslizando la mano arriba y abajo al ritmo de los botes que daba Max sobre él, prestando atención a su cara. Sus dedos rodeaban el glande, tiraban ligeramente de él y volvían a descender hasta que tocaban el pubis, para volver a subir deteniéndose esta vez en el sensible frenillo. Gotas de líquido preseminal caían sobre el vientre del hombre mientras el joven aceleraba poco a poco. En la habitación casi en completa penumbra se entremezclaban los gemidos de ambos, jadeos y el rítmico entrechocar de los cuerpos cuando las nalgas firmes de Max golpeaban los muslos del hombre.

Daniel había empujado más fuerte hacia arriba, tirando siempre del pene del joven y acariciando los testículos con su mano libre. Jadeaba y gemía mientras se deleitaba en el espectáculo de Max subido sobre él, ofreciéndole un espectáculo de un erotismo maravilloso a la par que una buena cabalgada. Con una sonrisa de oreja a oreja había soltado momentáneamente su pene solo para poder retorcer uno de los claros pezones del chico. Max recordaba haber gritado, haber gemido y haberse retorcido sobre el arquitecto, que reía en voz baja. Daniel se había incorporado para poder alcanzar con su boca los delicados pezones, rosados y erectos, tan duros que el más mínimo roce arrojaba una intensa descarga de placer que sacudía por completo al joven.

El hombre había terminado por empujarle, haciéndole caer a la cama con las piernas separadas y el glande del pene de Daniel todavía en su interior. Tomando el control, había sujetado sus piernas por los tobillos, manteniéndolas bien arriba y separadas. Las embestidas que le daba eran salvajes, rudas, buscando el placer absoluto.

Nunca había sentido nada así y todavía recordaba las intensas sensaciones que sacudieron su cuerpo mientras gemía y desesperaba, todo al mismo tiempo. Había bajado la mano para masturbarse él mismo, con tal frenesí que ni siquiera había podido gemir, tan solo jadear una y otra vez mientras conseguía un poderoso orgasmo que regó todo su vientre con su propio semen.

Daniel le sonrió con suficiencia y siguió empujando, entrando y saliendo del ano del chico que empezaba a resentirse ligeramente, debido sin duda a la falta de lubricante. A pesar de la incomodidad que comenzaba a notar Max había abrazado al hombre, que le regaló otro beso ligero, apenas un roce, antes de separarse y mordisquear el cuello, poniendo buen cuidado de no dejarle marcas visibles. Con un fuerte gemido Daniel terminó también, con otro orgasmo igual de fuerte que el joven que sintió como se desplomaba sobre él y se movía un par de veces más, retirándose del todo antes de volver a entrar.

Max se retorció dentro de su sábana, aferrando la tela contra su pecho y meciéndose de un lado a otro. Recordaba cómo se había quedado debajo del arquitecto, deseando prolongar el momento, sintiendo un ligero escozor en su esfínter y a la vez una inmensa plenitud en su pecho. Por desgracia, Daniel se había puesto en marcha en cuanto recuperó el aliento. Salió del joven con una precipitación casi dolorosa, retirándose el preservativo y arrojándolo al suelo, al lado de la cama. Le había lanzado su traje de baño mientras se ponía su propio traje de baño.

–¿A qué esperas? Tus padres te estarán esperando, y buscándote también. Ahora no podemos joderla y dejar que sepan lo que hemos hecho. Siento despedirte así –había añadido al ver la mirada dolida del chico mientras se vestía–, pero ahora no tenemos tiempo para más. De todos modos, mañana a la hora de comer estaré solo, pásate entonces, podemos repetir lo de esta noche, pero con más calma.

Max sintió ganas de abofetearse. Lo que en su día le pareció una proposición inocente, causada por las ganas de estar con él, cegado por su propio amor, había derivado en una relación tormentosa donde siempre había sido poco más que un secreto. A los siete meses de estar metido en ella había intentado dejarlo, pero sus débiles intentos habían sido tomados como una mera pataleta y no había podido hacerlo. Daniel se encargó de establecer una dinámica clara desde el principio: le decía el día, la hora y el lugar; si Max podía se citaban ahí, y lo más que podía esperar en esos encuentros era una cena o una visita al cine, pero la mayoría de las veces se trataba sólo de sexo, buen sexo, sí, pero que siempre le dejaba una sensación de vacío por dentro.

Poco a poco se aisló de su familia, sus antiguos amigos y los compañeros de la universidad. Sus padres seguían con su frenético ritmo de trabajo y no podía hablar con ellos. De sus amigos hacía meses que no sabía nada y no podía acudir a su abuela y contarle a ella lo que le estaba pasando.

Prefería aguantar en su relación que darla un disgusto, pero aguantar le había carcomido por dentro. Pateando la manta recordó cómo le amonestaba Daniel si dejaba una sola evidencia de sus encuentros, por mimia que fuese.

Al principio había creído, ingenuo de él, que era por protegerle a él, o su relación. No había tardado en comprender que lo que le preocupaba era su imagen, lo que podrían decir si se enteraban de que se acostaba con un hombre, por guapo que fuese este.

Nuevo AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora