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La risa sardónica de Ricciardo reverberó en el dormitorio mientras este se acercaba más a la cama. El joven había tirado más aún de la manta, cubriéndose hasta el pecho. La confusión predominaba en su cabeza, conviviendo con el temor a estar malinterpretando por completo la situación. El arquitecto se había dejado caer en la cama, al lado de Max que pudo notar el calor que emanaba del cuerpo del hombre y como su peso hundía el blando colchón.

–¿Eres…? ¿Eres gay también? –consiguió preguntar tras tragar saliva.

–No, no soy gay como tú, si te he entendido bien; también disfruto de la compañía de mujeres. Dime, ese chico que estaba contigo, ¿Es tu novio?

A pesar del tono despreocupado la intensa mirada le había dejado clavado en el sitio. Daniel se había ido acercando despacio, hasta colocar su mano suave y de uñas perfectamente cuidadas sobre su erección. En ese momento Max había empezado a respirar tomando grandes bocanadas de aire, intentando controlar su nerviosismo y su excitación.

Había ansiado lanzarse, estrechar el cuerpo musculoso del hombre entre sus brazos y comprobar si el bulto que había atisbado otras veces, cuando nadaban juntos en la piscina, se correspondía con la idea que se había formado. Sin embargo, permaneció inmóvil, con la lengua pegada al paladar y la boca seca hasta que el arquitecto insistió, acariciando ligeramente su erección para obtener una respuesta.

–No, no es mi novio. Solo somos… amigos con derecho.

–Bien, eso me gusta. Te has convertido en un chico muy sexy, me hubiese molestado que después de todas las miradas que me has echado, todo lo que me has acosado, ahora te hubieses buscado novio. Me hubiera sentido… engañado.

–¿Q-qu-qué? –no había podido evitar tartamudear, con los ojos desorbitados y el corazón latiendo tan deprisa como si hubiese corrido una maratón.

–Vamos, no finjas ahora que lo que digo no es cierto. Sé lo que hacías estos veranos cuando venías a nadar, lo que deseabas. Eras muy tentador, pero prohibido. Ahora eres igual de tentador, pero, si quieres, ya podemos dejar de lanzarnos miradas.

–¿Va en serio? –recordaba haber preguntado.

Por toda respuesta, Daniel se había limitado a retirar la manta. Max había girado la cara, ligeramente avergonzado por su gran tamaño. No todos los chicos con los que había estado reaccionaban bien y la idea de no gustar a su vecino se le había antojado insoportable.

Había intentado abstraerse centrando su mente en la sensación de la manta abandonando su piel, con una lentitud que afectaba cuidado. Poco a poco su gran pene había quedado al aire, libre ante los ojos de Daniel. No se pronunció de inmediato, se había limitado a mirarle en silencio, sin duda disfrutando de su actitud sumisa, que traslucía su deseo de complacer. Si no analizaba desde la perspectiva actual, ya desde el principio el único que había sucumbido a sentimientos ajenos a la lujuria era él.

–Eres grande –había dicho por fin, acercándose más al cuerpo blanco y delgado del joven– me gusta que seas tan grande. ¿Virgen?

Max había negado con la cabeza. Incluso ahora, arropado bajo la sábana limpia en su pulcro apartamento, sus mejillas se tiñeron de un furioso rubor que pocas veces experimentaba. Le había gustado su respuesta, la negativa que le dio. No le gustaban inexpertos y con dudas. Ricciardo se había inclinado sobre él sin soltarle el pene, comenzando a masturbarle arriba y abajo con fuerza.

Max había tendido los brazos, rodeando al hombre con sus brazos y acariciando el corto cabello rubio. Se había enderezado ligeramente, pidiendo un beso que, aunque correspondido, tan solo podía evocar con amargura. Carecía por completo de cualquier sentimiento que no fuese el de excitación por su cuerpo. Al preguntarse, como tantas otras veces, por qué no lo había visto, la única respuesta que encontró fue que él sí que le quería.

Daniel le había besado con una pericia que le alejaba del resto de ligues que había tenido hasta ese momento. Su hábil lengua recorrió cada rincón de su boca hasta llegar al último recoveco secreto, mientras sus grandes manos tanteaban su piel, blanca incluso en verano. La mano que aferraba su pene había aumentado la velocidad de su movimiento, acariciando, frotando, estimulando y masajeando sin tregua. Palpaba toda su longitud, memorizaba sus formas y los puntos sensibles. Con el pulgar alternaba entre frotar el sensible frenillo y el orificio, por donde ya escapaban gotas de líquido preseminal. Se separó de sus labios y descendió por su cuello, deslizando los labios hasta llegar al pecho.

–Qué guapo eres. No te lo había dicho antes ¿verdad? Muy guapo y muy apetecible.

Incluso sus piropos carecían de afecto, se limitaba a describirle, como quien aprecia un mueble caro o un adorno especialmente costoso. Sus manos grandes le empujaron hasta tumbarle por completo en la cama, descendiendo por su cuerpo, deteniéndose un momento en su cintura estrecha y sus caderas delgadas, antes de proseguir su avance hasta los muslos bien torneados. Le había levantado las piernas todo lo posible, con su boca acercándose poco a poco hasta su miembro, pero sin llegar a tocarle.

Había sacado un condón de una caja de la mesilla, con el envoltorio de intenso color amarillo canario. A Max tanta precipitación le había dejado un regusto amargo, pero Daniel parecía tranquilo y confiado, sabía de sobra lo que quería y no dudaba en ir a por ello.

Max recordó como había intentando frenarle, suplicarle que fuese más despacio, que le dejase disfrutar de un sueño que por fin se cumplía. El arquitecto se había limitado a sujetarle la mano y darle un rápido beso en el dorso, un gesto que bastó para derretirle entonces y que ahora le causaba escalofríos al ver lo falso que había resultado.

–¿No podemos ir más despacio? Por favor… llevo mucho tiempo esperando esto –imploró acariciándole el cuello.

–Tranquilo, no te va a doler, ya he visto lo dispuesto que estabas antes con tu amiguito –el tono con el que lo había dicho era ligeramente despectivo, pero Max lo había atribuido a los celos en ese momento–. Además, tus padres estarán aquí muy pronto, y no queremos que nos pillen así.

Nuevo AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora