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Saliendo por fin del abrazo de la sábana se secó los ojos, húmedos a su pesar. De no haber sido por su abuela aún seguiría atrapado, amando a un hombre que sólo le veía como a un polvo fácil.

Su abuela se había percatado de que algo le pasaba desde el principio. Se había vuelto inapetente, distraído y hosco. Sólo encontraba refugio en el gimnasio de su antigua universidad, donde solía bailar break dance como forma de desahogo.

Cada vez que viajaba al pueblo a pasar algo de tiempo con su abuela procuraba evitar la casa de Daniel, aleccionado duramente por el arquitecto. Sin embargo, refugiado en su dormitorio, podía ver perfectamente la casona, la piscina y los limoneros que la bordeaban. Y desesperar. Pensando en una forma de conseguir que le quisiera, o que le dejase ir.

Se estiró con un movimiento fluido y tras sacudir la sábana un par de veces la extendió sobre el colchón. Mientras remetía las esquinas y ajustaba las gomas evocó el dulce rostro arrugado de su abuela. Su hada madrina particular había resuelto el problema con Daniel. Ejerciendo de ángel de la guarda para él. Con una sonrisa asomando en sus labios coralinos se preguntó qué diría ella de Checo.

Ansiaba más que nada poder hablar con ella, contarla las novedades y escuchar su consejo, pero estaba de viaje asistiendo a las bodas de oro de su mejor amiga y no quería molestarla.

Si se lo estaba pasando bien, su llamada no haría más que inquietarla. Y, de todos modos, había quedado en llamarle en cuanto volviese al pueblo, para que acudiese a comer.

Terminó de hacer la cama, colocando con pulcritud las sábanas oscuras y estirando después la manta y el nórdico. Mulló las almohadas y tras colocarlas dentro de los almohadones las lanzó a su sitio. Colocó los cojines que usaba cuando quería estar recostado en la cama, usualmente mientras leía, y echó un vistazo al reloj digital que tenía sobre la mesilla.

Había pasado más tiempo del debido rememorando su pasado, y todavía no tenía solución al dilema que tenía con Checo. Echó un último vistazo a su dormitorio y abrió la ventana, dejando que el aire frío entrase y eliminase los malos olores.

A pasos rápidos, con el ceño fruncido y masajeándose las sienes, se encaminó hasta el cesto de la ropa sucia. Clasificando la ropa en montones cargó la lavadora con las sábanas sucias y la ropa que podía ir en caliente y echó una medida de jabón con aroma a flores. Mientras el agua empezaba a llenar el tanque en espumosas oleadas se levantó y se sentó a la mesa. Los donuts que le había traído para desayunar ahora estaban en la nevera.

Se levantó y abrió la puerta del electrodoméstico, estirando la mano para acariciar los contornos afilados de la caja de pastelería en la que estaban. Antes de dejarle marchar le había dicho que le quería y Checo parecía contento con ello, pero no le había dicho nada de vuelta. Conociéndole, lo más probable es que se debiese a timidez. Quería creer eso.

Consultando de nuevo el reloj se dio cuenta de que se le estaba haciendo tarde. Eligió unos vaqueros y una camiseta de color azul pálido, unos bóxers grises y una muda de calcetines y tras embutir la ropa en su bolsa de deportes cargó también una botella de agua y las llaves; cogió su cazadora, se calzó unas deportivas y se dirigió al gimnasio.

Una vez allí, la combinación de olores (sudor, desinfectante, ambientador) y sonidos (gruñidos, el ruido de las máquinas, conversaciones y risas) consiguieron tranquilizarle. No sentía por el deporte la misma devoción que Carlos, pero también le ayudaba. Se encaminó con pasos rápidos hasta la máquina elíptica, donde comenzó su rutina, intentando despejar su cabeza.

Cuando por fin terminó con la elíptica el sudor le corría espalda abajo. Su cabello se rizaba en ondas indefinidas y jadeaba. Sin pensar demasiado en lo que hacía se subió a la cinta de correr. Programó el aparato y pronto se encontró corriendo, esforzándose por mantener la respiración controlada. Sus pies golpeaban la cinta con un sonido rítmico, familiar, como el pulso de un metrónomo.

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⏰ Última actualización: Jun 01, 2023 ⏰

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