La llamada

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Creo que el momento más feliz de mi vida sucedió cuando era niña, cuando ignoras todo lo qué pasa a tu alrededor, los problemas de tus padres, problemas económicos que suceden en casa, cuando lo único que te importa es si tendrás la energía y el permiso para seguir jugando con tus muñecos en casa sin que tu madre te diga que ya es hora de dormir.

Fue como cuando de pequeña mi perro Harold, un daschbund que había tenido desde que mi memoria recordada, desapareció, mis padres trataron de animarme diciendo que había ido a un lugar mejor, y aunque mi tristeza fue intensa en su momento, con el pasar de los días la tristeza se desvaneció, remplazada por otro pequeño que me hacía tintinear los ojos, copito, un Golden que era mas tranquilo pero me daba la libertad de acariciar su pancita sin objetar y al cabo de meses, ¿quien era Harold?, lo comparo a cuando recientemente había encontrado un minino en la calle, y lo rescate al verlo tan indefenso, no duró tantos meses conmigo, venía con infecciones que aún con tratamiento lograban quitarle vitalidad, después de él me prometí no volver a tener una mascota, por el dolor que significa su pérdida.

Uno cree que hacerse grande es volverse valiente, capaz de hacer las cosas que no podíamos de pequeño, pero te apuesto, que si el cielo llora y se llena de nubes negras, será el niño el que corra contento mojándose con las gotas que caen, y el adulto quien se mantiene en el porche temiendo enfermarse de gripa si se atreve.

Oh como desearía regresar años atrás y disfrutar mas las cosas que daba por sentado.

Y ahora veo a Diego, que la brutalidad de las causalidades le ha quitado gran parte de la felicidad que todos tuvimos arriba, en el mundo normal, y lo ha obligado a a conformarse con un patio sintético de 3 mts cuadrados y con amigos imaginarios que se obliga a crear para no sentirse tan solo.

El ambiente en casa, como me he obligado a decirle desde que llegue, se siente tan frio, tan sintético que da escalofríos, las mañanas son gélidas con olor a aromatizante de pino, que en lugar de hacerme sentir reconfortada solo logra abrirme el panorama de donde me encuentro, en una capsula artificial.

Esta mañana me he despertado 20 minutos antes de que sonara mi alarma para ir a correr con vanessa, quiza sea lo único que me mantenga cuerda, una amiga. Bajo las escaleras ya con el deportivo puesto con la intención de hacerme un batido antes de la actividad fatídica que voy a realizar, pero mis intenciones se ven obstruidas al ver al pequeño hecho un ovillo en el sillon.

Un retortijón recorre mi vientre al recordar...la llamada.

Si el niño esta aquí ¿Dónde esta louisa?

Tiene la cara metida en el cojín y sus pequeñas piernitas sobresalen del mueble.

-diego...-me acerco tratando de tantear el terreno pero no contesta- ey diego...

Alza la cara solo para mostrarme sus mejillas rojas y sus ojos hinchados, no dice nada, solo vuelve a colocarla en la misma posición que antes, esta vez atrayendo sus rodillas a su estomago.

-Ey-me siento a su lado y trato de posar mi mano en su espalda- ¿Que pasa? Me puedes contar, tal vez eso ayude.

Solo niega y deja salir el llanto que tenia acumulado. Lo único que puedo hacer es deslizarme en el cojín hasta llegar a el y abrazarlo.
En un segundo sus manos aprietan mi brazo que rodea su rostro y lo hunde en mi pecho, sus sollozos torturan mi ser y mi impotencia me carcome la culpa, no hay nada que pueda hacer para hacerlo sentir bien.

No se cual es la medida de tiempo necesaria para consolar a alguien, no la hay, asi que decido no despegarme de el hasta que sea el, el que lo pida.

Después de unos largos y tortuosos minutos remueve su carita alejándola de mi consuelo y se limpia las lagrimas como si aquel momento de debilidad fuera un crimen.

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