O2

138 27 2
                                    

Los jóvenes eran perceptivos por naturaleza, era una gran cualidad que los destacaba de sobremanera.

Así que por lo mismo no tardaron en notar los roces que había entre los dos chefs de mayor autoridad.

–¿Entonces es casado?– preguntaba una de las meseras por lo bajo, fingiendo que acomodaba los platillos entre sus manos para ganar tiempo.

–¡Ya te dije que no sé querida!– le respondió un alterado Enzo que parecía tener ocho manos a la hora de emplatar –Acá vengo a laburar yo–

–¡Qué malo que sos, Enzito!– se quejó la muchacha antes de salir de la cocina.

–¡Qué mina pesada pero por favor primero que aprenda a hablar español y después que se quiera meter con casados!– gritó en protesta mientras se paseaba por toda la cocina para volver a su estación. Uno que otro compañero reía al verlo tan exasperado y la mayoría lo ignoraba al estar ocupado en sus platillos.

La llegada de Scaloni había revolucionado aquella cocina, no, aquel restaurante. Desde las recepcionistas, meseras, cocteleras y barmanes, todo el mundo se maravilló con su presencia y sus subordinados no se habían quedado atrás los cuales una vez vieron la aprobación por parte de Messi –el líder innato– no se encontraron con más remedio que confiar, tomando una de las mejores decisiones gracias al criterio del proveniente de Rosario.

Aún así, un cordobés seguía sin estar muy contento con la llegada del nuevo jefe y a pesar de sus intentos por disimularlo era totalmente imposible porque su rostro se mandaba solo a la hora de reflejar cualquier tipo de emoción. Pero claro, él jamás lo expresaría en voz alta o enfrente de sus colegas porque la imagen del jefe de cocina tenía que ser incuestionable, inspirar confianza, no verse afectada por su opinión personal sin importar que aguantar expresar lo que pensaba se sintiera como devorar diez jalapeños de una sola mordida.

Prácticamente le huía, en lo posible, evitaba quedarse a solas con él, se cambió de estación para alejarse de su persona, incluso comenzó a trabajar en distintos turnos cada que la oportunidad se le presentaba porque el solo pensar que tendría que convivir nuevamente con su presencia lo volvía completamente histérico y ganas de lidiar con emociones explosivas no tenía en lo más mínimo. Y claro, entre más huía, más atraído parecía sentirse aquel santafesino sin vergüenza.

Tampoco estaba dispuesto a dejar ir el trabajo de sus sueños por un hombre que no le iba ni venía –presuntamente– no cuando pasó mil noches en vela y otras mil noches con picos de estrés con tal de lograr su cometido, él había estudiado, trabajado y cocinado duramente para ganarse el lugar en donde se encontraba por lo que algo tan banal como un rechazo no iba a quebrantar su voluntad tan fácilmente o al menos, eso intentaría, aunque le costara la última gota de cordura.

Una última gota de cordura que se evaporó en el piso aquella jornada intensa de comensales, en temporada alta de turismo, con una buena reseña reciente que había tenido una cantidad de atención abrumadora y un par de niños mimados de gran poder adquisitivo que no se veían dignos del tiempo de espera que una cocina solía tener.

Gritos, insultos, órdenes, choques metálicos, el sonido del aceite caliente y los cuchillos golpeando con las tablas de madera, perdió el conocimiento de la última vez que aquella cocina había trabajado en silencio y orden, hace mucho tiempo que llegó a la conclusión que ese estilo en ellos nunca iba a funcionar. Después de todo, ¿quién iba a reclamarles algo? si eran el mejor restaurante de gastronomía argentina en la totalidad de Francia.

El inicio de la madrugada llegó al igual que el cierre de la cocina, unos pocos chefs quedaban dentro del lugar limpiando sus respectivas áreas y acomodando algún que otro detalle, otros esperando a sus compañeros para poder irse, unos recuperando un poco de energía para emprender camino hasta sus hogares. Scaloni había ido personalmente con cada uno de ellos para felicitarlos, hacerles saber de algún detalle para mejorar o tener en cuenta, brindar un consejo o simplemente despedirse lo cual sin querer les brindaba un subidon de energía bastante notorio y agradable. Obviamente su idea era hacerlo con todos, pero cuando se acercó al cordobés...

–Conmigo no hace falta, Scaloni– dijo secamente mirándolo de reojo mientras guardaba sus cuchillos en su respectivo estuche.

–Necesito que al menos me escuche– contestó con tranquilidad restandole importancia a la indiferencia del que presuntamente sería su mano derecha.

–¿Yo por qué debería escucharlo?– preguntó aún sin voltearse para enfrentarlo.

–Porque cometió errores abismales hoy, durante una jornada tan intensa y no se puede volver a repetir–

Aimar lentamente se dio vuelta cuando terminó de escucharlo, con claro desagrado en su rostro.

–¿Qué?–

–Precisamente– insistió –Sí se hubiera detenido a escuchar lo que le decía el resultado del trabajo de hoy terminaría en uno muy distinto, pero no fue el caso–

El cordobés tomó aire profundamente, cerrando sus ojos y contando hasta diez internamente.

–Entendido, no volverá a pasar– se disculpó con tranquilidad –Hasta mañana–

–Realmente espero que sea así porque su trabajo es excelente– se acercó hasta poder recargar su mano en la espalda de su colega, para poder inclinarse y hablar cerca de su oído –Me alegra enormemente volver a trabajar con vos–

Rápidamente el más joven lo tomó del cuello de su camisa con una sola mano para poder acercarlo a su altura, mirándolo fijamente.

–Escucheme una cosa porque solo lo voy a decir una vez– dijo –A mi no me tratas de vos y los halagos se los guarda para alguien que quiera recibirlos porque no me hace ni la más mínima gracia tener que volver a trabajar con una persona como usted, pensé que había quedado claro hace mucho tiempo y se ve que no, por eso se lo aclaro nuevamente– lo soltó. –No me apetece volver a tener esta conversación– y se retiró del lugar.

Y otra vez, mientras que Aimar soltaba humo por el enojo, Scaloni sonreía al darse cuenta que su personalidad no había cambiado en lo más mínimo.

La amargura de los franceses un poco se le había contagiado, a decir verdad. 

Bien alejados en una esquina cerca del frigorífico de la cocina, miraban Enzo y Julian, que iban en busca del santafesino para quitarse la duda acerca de su estado civil pero encontrándose con aquella escena digna de una pelea matrimonial, o de un ex-matrimonio mejor dicho. Se miraron entre ellos y las cosas parecían tener un poco más de sentido.

Esa cercanía no se podía conseguir con cualquiera, mucho menos mantener por tanto tiempo, algo sin duda había pasado entre esos dos pero la pregunta era una totalmente redundante: ¿qué es lo que pasó?.

Mala recepción | scaloni x aimar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora