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¿Cuantos milenios habían pasado?
Se había cansado de enumerar las estrellas, de detallar las galaxias y de crear nuevos planetas; podía reconocer cada lugar del extenso universo a su disposición, aprendió de memoria cada lenguaje y conocía la diversidad de razas de cada planeta que ha visitado por curiosidad.

En su amplia serenidad solo se escuchan sus suspiros llenos de aburrimiento, pensando alguna posibilidad de volver a ese planeta que le prohibían visitar.

Le decían que nada bueno ganaría de volver ahí, que los seres que habitaban se consumieron por la codicia, el poder y el egoísmo.

Era un planeta oscuro y olvidado por los Dioses.

Aún que, para él nunca ha sido un lugar horrible, era todo lo contrario, encontró tanta belleza y pureza en la gente, se enamoro de los humanos y su forma tan pura y simple de ser.

Había tanta diversidad única de especies en un solo lugar, con especial peculiaridad y forma. Le gustaba cada uno de los seres que existían, su naturaleza y los raros cambios de su clima.

Primavera, verano, otoño e invierno.

Su madre le había contado miles de historias de sus vivencias cuando era joven, ella había visitado incontables veces a la Tierra. Aprendió de su variado idioma ya que decía que, dependiendo de donde aparezcas cada zona o como ellos le llamaban: países, tenían su propio idioma.

Eran diferentes.

En su cabeza solo podía escuchar la voz llena de emoción de su madre al contarle sus relatos, su corazón no dejaba de latir encantado y ansioso de que algún día, él llegue a ese planeta acompañando la.

Cuando cumplió la mayoría de edad, se le permitió que viajará a otras galaxias y zonas del universo y el primer planeta que piso fue la tierra. Sin embargo, no podía interactuar con los humanos por seguridad y norma de los Dioses.

Su primera impresión fue maravillosa, todo lo que su madre le contaba era verdad, Absolutamente todo era como se lo describía en sus cuentos. Estaba en un pueblo llamado Karmaland, en medio de un bello bosque de árboles altos y frondosos, el sol brillaba con calidez sobre las hojas y el pasto tan bello color verde.

Quedó como un tonto sintiendo la calidez del sol en su piel, del aire fresco recorrer su organismo y acostumbrándose a la gravedad pegar en su cuerpo. Era difícil pero eso no lo detuvo a caminar y acercarse al pueblo a unos metros a distancia.

No se detuvo a pensar en cómo actuar si se encontraba con un humano, no lo entendería y ellos a él tampoco poco le importo ese detalle del idioma, Rubén solo quería conocer y experimentar las mismas experiencias que su madre le contó.

Ella decía que los humanos son seres llenos de amor, convivían en paz. Sus sentimientos eran puros al igual que sus acciones, decía que todas esas emociones eran tan fuertes que las podía sentir en su corazón.

Rubén quería esa misma emoción en el suyo.

Esa fue la primera y última vez que piso la tierra, y por más que pasaba el tiempo. Aún recordaba cada lugar como si aún estuviera ahí, cerraba los ojos y su mente volaba a los valles y pasajes que recorrió. Sus sentidos extrañaban el campo de girasoles cerca de un enorme molino, en ese lugar se sintió vivo y feliz.

Verdaderamente Feliz.

Al volver él solo quería llegar hasta su madre y contarle todo lo que vio, lo que conoció. Estaba ansioso y emocionado por hablar; fue bajo corriendo y busco con la mirada su figura, que al encontrar la se acercó con una enorme sonrisa en pintada en su rostro.

MAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora