toto estaba molesto.
pero eso no era algo nuevo. gritos por aquí, por allá, por el rincón más recóndito de las oficinas de mercedes. casi era divertido verlo.
todos estaban ya dentro del salón. los documentos en sobres, las ropas bien colocadas y nada que no tuviera que estar ahí lo estaba. aunque solo faltaba toto.
—¿dónde están?
resultaba que también habían hecho falta sus papeles. oh, si pudieran verle el rostro ahora. luego de azotar el teléfono, entró ella. ni siquiera era una empleada, sino apenas una pasante. toto se molestó más al verla. quién se creía para sonreírle así.
se mantuvo a su lado mientras le entregaba los sobres. toto juró que le había susurrado algo al oído. se tenía que largar de ahí, pero cuando lo miró a los ojos, toto supo que iba a mandarlos a la mierda a todos.
la reunión se canceló. la sarta de gritos volvía a inundar los oídos de cada oficina y cada persona que hubo ocupado un asiento a la mesa, ahora se había ido. solo quedaba él, y marla. a ella le resultó bastante fascinante verlo gritar así.
—¿te enojaste conmigo, toto?
el descaro de la mujer por hablarle con ese tono lo estaba matando. su mano se estrelló en la mesa. por qué pensaría que iba a estar así de molesto por ella.
—¿no quieres hablar? bien –marla tomó los documentos que hacía un par de minutos le hubo entregado. le gustaba ver a toto así. le gustaba provocarlo y que le respondiera haciéndola sentir que quisiera, por un momento, arrepentirse.
toto avanzó centímetros aún en su silla para hacerla caer sobre sus piernas. su mano le rodeaba la cintura. marla estaba temblando.
la sostuvo con fuerza, ella no se movió. no podía. toto le quitó los sobres de las manos y los arrojó al piso. con una mano comenzó a acariciar su pierna, luego fue hacia su cuello. y lo apretó tanto como a su cintura. ella seguía inmóvil.
—no me gusta que me hagas enojar.
con un movimiento brusco, toto la empujó. su cuerpo se estrelló contra la mesa, él se levantó de la silla. la agarró de la cadera con ambas manos y la volteó para verla. esa cara de estúpida no engañaba a nadie. la tomó del rostro y le acarició los labios.
—toto...
—¿qué?
ay, qué risa. quería morirse.
toto nunca ha sabido ser un hombre delicado, y eso realmente no le molestaba a ella. se acercó tanto que sus labios rozaron. cómo era posible molestarse por lo que hacía una niña.
su mano comenzó a deslizarse por sus piernas, ella quería hablarle, pero no podía. sintió que sus dedos llegaban hasta tocar por dentro de sus bragas. cómo mierda es que había terminado cogiendo con toto wolff.
la primera vez que lo vió, pensó que era muy guapo. la segunda vez lo tuvo enfrente y se intimidó tanto, que no pudo hablarle. y la tercera terminaron cogiendo en una de las sillas de su oficina. cómo mierda había pasado todo eso. cómo mierda es que seguía pasando.
toto wolff era una obsesión.
la camisa blanca con los dos botones desabrochados, los pantalones ajustados que hacían no poder quitar sus ojos de su entrepierna, su cabello despeinado luego de que pasara sus manos por en medio cientos de veces. la maldita forma en que caminaba, los gritos que hicieron temblar a todo el edificio y sus putas manos haciéndola sentir en el pinche infierno porque pensó que estas mierdas no podrían pasar en el cielo.
y luego dijo su nombre cuando la mano de toto se mojó.
estaba roja de la cara, y no podía respirar como se supone que debía. pero aún así agarró a toto de la camisa para acercarlo y poder lanzarse a sus labios. los besos de toto wolff eran tan violentos que pensó que podría matar por ellos.
quitó el seguro de su cinturón y en segundos ya sólo veía sus bóxers. no solo él tenía manos rápidas. la primera vez que lo vio desnudo, marla pensó que en su pinche vida iba a poder mantenerse de pie. y eso pasó por dos días. pero ahora lo tenía en sus manos, y ver los gestos en su rostro mientras lo masturbaba, eso era la puta definición de un orgasmo.
toto le arrancó las bragas. y después de metérselo, tuvo que ponerle la mano en la boca porque ese grito, si no hacía a alguien de afuera venir, él lo haría. no podía ser que tuviera que cogerse a una niña para sentirse bien.
marla se tiró de espaldas a la mesa, y él sobre de ella. no quería verla a la cara, no quería ver cómo entraba y salía de ella. estaba furioso y quería que ella lo sintiera. sus piernas lo envolvieron, al igual que sus brazos, y se molestó cuando dejó escapar un gruñido porque sus uñas se enterraban en su espalda. aún tenía la camisa puesta, sabía que le gustaba.
cuando terminó, toto se sentó aún sobre de ella. marla estaba hecha mierda, pero al mirarlo, juró que no hubo otro momento en el que tuviera más ganas de tirársele encima.
toto wolff era su obsesión.