Oídos sordos, ojos ciegos.

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Los pasos lentos no llamaban la atención, no eran una mala conducta, no lastimaban a nadie; únicamente alargaban el tiempo.

Con una bolsa de crujiente pan iba caminando, no deseaba ver a nadie pero deseaba que alguien lo viera. Al no querer llegar a casa solo le quedaba distraerse en la última calle; había pequeñas piedritas que anhelaban ser pateadas por él, y él era un niño obediente. Si ellas pedían ser pateadas, él lo haría. Si a él le pedían ir por pan, él tomaría su abrigo y marcharía a la panadería. Si a él le pedían guardar silencio, entonces también mordería sus labios para no dejar escapar sus gemidos ahogados por el llanto. Odiaba hacer lo último no por obediencia y sí por miedo.

Al alzar la cabeza podía ver ya la fachada de su casa, si lo pensaba era linda y acogedora, a su madre le gustaba que se notara su esmero. Podía ser un lindo hogar, pero aún así no quería regresar. Con un suspiro se sentó bajo el ventanal de una modesta mercería, las mujeres que conversaban a un lado ni se inmutaron y en su lugar avivaron la plática.

Jugaba con las tiras de su pantalón, tratando de encontrar algo interesante durante su día en la escuela para contar en la cena y así no preocupar a su madre; ella creía que seguía siendo solitario en los recesos. Eso ya no era verdad; estaba acompañado de su nuevo compañero, se sentaban detrás de la escuela y comían en silencio, a decir verdad él lo seguía y se sentaba a su lado para que así ninguno de los dos estuviera solo.

Su amigo era extraño, no hablaba con nadie que no fuera la señorita Lu y sorprendentemente podía decir que al llegar lo saludaba a él con un bajo "Hola, Kim".

Pensó que tal vez tenía problemas en casa para ser tan tímido en la escuela, lo mismo que una vez la señora Lu supuso de él. Pero aún si buscaba moretones por su cuerpo, no los encontraba. Podía ser que solamente su amigo era tímido y ya.

Con un suspiro se levantó del lugar, sacudió con pereza sus pantalones y estrujó la bolsa de papel con valentía. No quería llegar a su casa por varias razones, las calles le agradaban, el aire corría mejor ahí que en su habitación, el color del cielo era agradable mientras cambiaba, mucho mejor que solo sentarse a ver el color de la mesa en casa, en el exterior podría ver calmadamente el anochecer, contando las estrellas y buscando el sol, no cerrando con fuerza los párpados para evitar ver cosas... como en casa.

Disipó sus pensamientos para no llegar con los ojos llorosos, al estar cerca de la puerta más aumentaba el ritmo de su corazón y la respiración comenzaba a flaquear. No tuvo que tocar pues su madre dejó entre abierta la entrada para él.

― Niño, te estabas tardando. Iba a salir a buscarte justo ahora.― Dijo su madre desde otra habitación, desde la cocina.

― Perdón, ma. La fila en la panadería estaba muy larga.― Respondió caminando hacia ella.

― Está bien. ¿Sigue caliente?― El niño murmuró un "Mjúm"― Bueno, pon el pan en el cesto y ponle la servilleta para no se enfríe, por favor.

Hizo lo pedido, para después ir a la alacena.

― ¿Saco tazas? Huele a Arroz dulce.

― Por favor, cariño. Desde hace días a tu hermana se le dio el antojo y hoy que tuve tiempo lo hice, de tanto que lo decía a mí también me lo pegó.― Su madre contó divertida y él sonrió también.

― Ma, ¿Dónde está Mina? Es para que estuviera ya aquí con este olor.

― Ah, está en la casa de Yuna, están jugando. Pero para la cena la traerán.

― Mjúm. ¿Quieres que te ayude en algo más?― Colocó las tazas en cada lugar del comedor.

― No, cariño. Yo termino esto ahora, si tienes tarea ve a terminarla.― El asintió y subió a su habitación. Al tumbarse en la cama rápidamente comenzó a dormirse, los días pasados no estuvo siquiera descansando un poco y estaba muy agotado.

Los ojos del cuervo ✓ |TaeJin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora