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Un mes antes

Mi gato llamado Pato está maullando incansablemente frente a la puerta de mi alcoba, odio que haga eso, pero prefiero que me avise a que haga sus necesidades sobre la alfombra blanca y afelpada que está frente a mi cama. Me levanto sin ganas de separarme de la cama y le abro la puerta, sé que Pato desea que le dé de comer también, así que aprovecho para ir a la cocina a servirle su porción de carne de pollo matutina. Quiero saber la hora que es, pero olvide mi celular en la cama, aún siento mis ojos adormilados, muy apenas alcanzo a ver por donde voy caminando. Recuerdo que el microondas tiene un reloj digital, volteo a ver y son las 7:30 a.m. Detesto que Pato me levante tan temprano.

Bostezo, sacando la comida de pato del refrigerador. Mi gato insiste aún más que antes, odio que se crea que yo soy su súbdita o mascota, pero creo que todos los gatos del mundo son así y no puedo hacer nada para evitarlo, más que amar a esa hermosa bola de pelos blanca, con un ojo azul y el otro gris. Le sirvo en su plato color plateado la porción del día. Le acaricio un poco sus lindas orejas, que siempre mueve mientras que come, su fuente de agua se la había cambiado antes de dormir, como todas las noches.

Camino a mi habitación, me veo en el espejo. Estoy hecha un desastre, mi cabello ondulado está todo revuelto, solo ando con mis bragas y una blusa negra con mi princesa favorita de Disney, Rapunzel, pero en versión roquera.

Escucho mi celular sonando, tengo el clásico sonido de todos los iPhone, eso siempre me causa problemas, porque en esta ciudad mucha gente hace lo mismo que yo y siempre pienso que no me hablan a mí. Me aviento en la cama y mi sueño regresa de inmediato, quiero dormir, sin embargo, debo de tomar la llamada, lo más probable es que sea mi madre. Miro la pantalla y en efecto, es ella. La tengo guardada como la jefa de jefes. Siempre ha sido de las personas más mandonas que he conocido en mi vida. Respondo la llamada pasado unos segundos.

—¡Hola, mamá! —le digo tratando de no sonar tan dormida, siempre me regaña por levantarme tarde, aunque hoy es demasiado temprano para mi gusto.

—Hola, cariño. ¿Cómo estás? Tu papá y yo te extrañamos demasiado, ya tenemos ganas de verte. Creo que llevamos más de un mes sin verte —dice ella de una forma tierna. Es curioso que me hable tan bonito, creo que de verdad me extraña.

—Estoy bien, mamá. Solo que he andado... —dudo en decir que no tengo dinero y por eso no he ido a visitarlos, aunque la verdad si quiero ir a verlos.

—Emma, ya sé por qué no has venido, no tienes que mentirme y aun así nunca logras hacerlo. Tu papá y yo iremos este fin de semana a visitarte y te llevaremos algunas cosas que creo que te hace falta —dice ella, sé que está sonriendo, pero no me gusta que ellos se preocupen por mí.

—Mamá, no es necesario, yo los iré a ver —miento de nuevo, no tengo dinero ni para pagar el alquiler este mes y aún no recibo ninguna entrevista de trabajo.

—No aceptaré un no, por respuesta, tu papá te mando un mensaje. Dice entres a verlo cuando puedas —dice ella y luego continúa —por si aún no te das cuenta, porque sé que eres demasiado despistada, mañana es fin de semana. Así que quiero encontrarte en tu departamento y para que recojas todo tu desastre de siempre.

—Está bien, mamá —odio todo lo que me dice, esa es una de las razones por las cuales decidí salirme de la casa para estudiar la universidad en la gran ciudad.

—Bueno, hija. Nos vemos mañana. Cuídate mucho. Tu papá y yo te queremos mucho, si algún joven guapo y con dinero te habla, más te vale que salgas con él, ya es momento de que madures —otra vez sale con ese jodido tema que tanto odio.

—Adiós, mamá —le digo, alejando el celular de mi oído. Y colgando la llamada, sé que no debo hacerlo porque es una falta de respeto, pero estoy cansada de que en cada llamada siempre me termine diciendo todo eso.

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⏰ Última actualización: Apr 27, 2023 ⏰

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El placer de Emma y el CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora