LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO

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El primer suceso pasó una lluviosa noche en plena primavera. Diego y yo habíamos quedado para cenar en un restaurante de bastante calidad, me dijo que conocía al hijo del dueño y que podría invitarnos a comer gratis, de lo contrario la cuenta nos dejaría secos. Antes de eso habíamos estado charlando sobre deporte, pero se nos fue la lengua de más y acabamos hablando bastante tiempo, por lo que fuimos a cenar bastante tarde. Todo fue genial, comimos muchas raciones de platos gourmet, espuma de coliflor con alcachofa confitada, verduras en tempura etcétera. Ahora bien, después de dar las gracias al padre del conocido de Diego, Diego salió con muchísima sed, al ser poca ración de comida era poca ración de bebida también. Cuando salimos vimos que la calle estaba desierta, la gente solía salir por el centro y nosotros estábamos en un barrio a las afueras, y era bastante tarde. No nos importó, lo veíamos como un espacio tranquilo y con soledad, así que nos dirigimos a la fuente más cercana.

-Madre mía, qué sed tengo. ¿Cómo puedes comer sin beber agua?

-No lo sé, el sabor del agua se me hace insípido, no me convence nada.

-¡No aprecias las mejores cosas de la vida Jaime!-Diego le dio al botón de la fuente y empezó a salir agua, se agachó y bebió de la fuente.

-No veas como lo necesitaba, estaba al borde de la deshidratación.

-No seas exagerado, aunque yo también voy a echar un trago.

Después de eso me agaché para echar un trago del agua que salía de la fuente, aunque no tenía nada de sed, solo tardé unos cinco segundos. Cuando me incorporé me quedé pasmado, la fuente estaba en medio de una plaza, que tenía mínimo a quince segundos corriendo a máxima velocidad cualquier esquina en la que esconderse. Diego no estaba, y no se podía haber ido corriendo, ni lo había escuchado ni tenía tiempo físico para hacerlo. Empecé a llamarle mientras miraba para todos lados. No se había escondido por ninguna parte ni contestaba a mis gritos preocupados, En ese momento me cagué de miedo, estaba a punto de mearme en los pantalones. De pronto vi en una calle una sombra negra pasar a mucha velocidad, y en la que estaba al lado también, y en la siguiente. Empezó a subir la velocidad poco a poco haciendo que casi se le viera por todas partes en unos segundos. De pronto empezó a subir hacia arriba, como si fuera un cohete espacial.

-Bu.

Según escuché eso me giré y pegué un puñetazo con todas mis fuerzas, me daba igual si fuera un fantasma, Diego o mi padre, no podía arriesgarme.

-¡Qué haces cabrón!-Soltó Diego.-Sentí un alivio al saber que estaba ahí.

-Cómo que qué hago, casi se me sale el corazón por la boca, ¿no has visto esa sombra moviéndose a toda velocidad y al cielo?-Dije señalando al lugar donde estaba despegando.

-¿Qué dices Jaime?-Dijo tapándose la sangre que le salía por la nariz.

-Pues esa sombr...- Me quedé perplejo al ver que ya no estaba.

-Te juro que había una sombra corriendo por ahí, luego ha despegado y "Bu" yo pensaba que esa sombra había llegado a donde mi y que me iba a llevar a su planeta, lo siento tío.-Le di unos clinex.

Lo más raro fue que Diego me sonrió con una sonrisa que nunca antes me había hecho, una sonrisa diabólica, la que alguna vez le había hecho a Valentín, parecía que se fuera a convertir en la sombra, pero esa sonrisa duró menos de un segundo.

-Gracias, pero no es mi culpa que estés como una cabra y veas "sombras", ¿porque lo he pagado yo?

-Lo siento Diego, ha sido un reflejo que no he podido controlar.

-Bueno si me ayudas a que deje de sangrar te perdono.

Le ayudé a cortar el sangrado, costó bastante porque había golpeado su rostro con una fuerza que ni yo tenía. Después de eso me acompañó a casa, pero yo no las tenía todas conmigo, y tras tumbarme en la cama me quedé pensando toda la noche. ¿Que era esa sombra negra? No encontré ninguna respuesta, tenía muchas opciones, podía ser Diego, un alienígena, un fantasma, una sombra creada por mi mente, una racha de viento y después un cohete de juguete... Pero ninguna de esas opciones me convencía, simplemente entendí que no había una respuesta a la que pudiera llegar, así que me dormí y no volví a pensar en eso.

TRAZANDO LA ECUACIÓN DEL MIEDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora