❣ Mr. E ❣

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Hetero, primera vez, diferencia de edad.


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Él es la marea en la que navego ciega y sin condición. Es el mar en calma en el que espero por la resurrección; es la tormenta y es la borrasca, es todo lo pecaminoso y todo lo divino. Es furia y es pasión.

Sé que es mayor que yo, que es un buen amigo familiar, pero eso no ha impedido que mis ojos inexpertos sigan su figura fuerte, de musculatura firme y fibrosa, por toda la estancia, y que mi mente enseguida se sumerja en las fantasías que desearía realizar con ese cuerpo esbelto y elegante que quiero solo para mí.

A pesar de que mi cuerpo es joven e inexperto, no puedo controlar que se erice con su voz ronca cuando inunda mis oídos, como el suave ronroneo de un felino travieso. Y tampoco es mi intención reprimir las reacciones que me envuelven con cada mirada que me dirige. Sus ojos castaños parecen caramelizados por el fuego intenso de la lujuria y yo no soy más que una fiel seguidora de aquella chispa que brota de esos pozos encendidos.

¿Qué importancia tienen mis diecinueve años cuando sé que puedo amarlo y desearlo como cualquier otra mujer?

No hay condiciones ante lo que siento y ante la libertad de que puedo gozar y que gozaré.


Esa es la razón por la que decidí enviarle la primera nota, oculta bajo la mesa bañada en manjares y sin importarme la presencia de mis padres frente a nosotros.

Es una verdad bien sabida que el secreto endulza el amor y el deseo; se trata de un aliciente que pretendo saborear hasta la consumación.

Esa noche recibí su primera carta en respuesta a mi ardiente petición: "Hazme tuya. Enséñame el amor carnal que tanto has experimentado. Muéstrame ese mundo del que me he perdido durante tanto tiempo".

Me avergoncé mientras escribía, y aún más cuando sus dedos cálidos tomaron la pequeña hoja enrollada. Quise arrebatársela al segundo siguiente, pero mi deseo era mucho más poderoso que cualquier inhibición o timidez, incluso más fuerte que mi educación o cortesía.

Partí a mi dormitorio en cuanto tuve una respuesta de su parte. Cerré puertas y ventanas y me recosté en la cama para leerla con total tranquilidad.


Alma mía:

Eres una pequeña que juega con fuego, ¿lo sabías?, pero estoy de acuerdo; te acercaré al calor de manera que no puedas quemarte y sus brasas te envuelvan con tanta amabilidad, que no podrás apartarte de ellas. Sin embargo, tu acercamiento deberá ser gradual y precavido. No puedes sufrir tropiezo alguno y cada paso tendrá que estar lleno de placeres, tal y como debe ser todo despertar sexual. Te conduciré tal y como has pedido, porque cada deseo que pueda surgir de tus pequeños labios será de aquí en adelante una orden para mí. Prometo no desistir sin antes haber cumplido hasta el más banal de tus caprichos.

Ahora, hermosa princesa del desierto, lo que debes hacer es apagar las luces de tu alcoba, cubrirte con las sábanas y disfrutar de la penumbra mientras tus manos exploran a profundidad cada palmo de piel, cada pliegue y cada comisura. No debes dejar un solo espacio desatendido.

Presta especial atención a las zonas más erógenas, las que te provoquen mayor satisfacción. Chupa tus dedos y acaricia tus pezones, hazlo de modo gentil y sin inhibiciones. Roza esos montes erizados cuya sensación te llevará al paraíso. Son cumbres de fruición que pronto acariciaré con mis labios, degustando de su sabor dulce y delicado, mientras mis oídos se llenan con la música de tus suspiros.

Literótica (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora