Capítulo 3

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Mientras tanto, el príncipe. Llegó lejos, muy lejos, todavía más lejos, en todas partes buscaba un trabajo. Pero, aunque por caridad le dieran de comer, lo encontraban tan mugriento qué nadie lo tomaba.

Andando y andando, entró a una hermosa ciudad, a cuyas puertas había una granja; la granjera necesitaba un sirviente para lavar la ropa de cocina, y limpiar los pavos y las pocilgas de los puercos. Esta mujer, viendo a aquel viajero tan sucio; le propuso entrar a servir a su casa, lo que el chico aceptó con gusto, tan cansado estaba de todo lo que había caminado.

Lo pusieron en un rincón apartado de la cocina donde, durante los primeros días, fue el blanco de las groseras bromas de la servidumbre, así era la repugnancia que inspiraba su piel de asno.

Al fin se acostumbraron; además, el peliverde ponía tanto empeño en cumplir con sus tareas que la granjera lo tomó bajo su protección. Estaba encargado de los corderos, los metía al redil cuando era preciso, llevaba a los pavos a pacer, todo con una habilidad como si nunca hubiese hecho otra cosa. Así pues, todo fructificaba bajo sus bellas manos.

Un día estaba sentado junto a una fuente de agua clara, donde deploraba a menudo su triste condición. Se le ocurrió mirarse: la horrible piel de asno que constituía su peinado y su ropaje, lo espantó. Avergonzado de su apariencia, se refegó hasta que se sacó toda la mugre de la cara y de las manos, las que quedaron más blancas que el marfil, y su hermosa tez recuperó su frescura natural.

La alegría de verse tan lindo le provocó el deseo de bañarse, lo que hizo; pero tuvo que volver a ponerse la indigna piel para volver a la granja. Felizmente, el día siguiente era de fiesta; así pues, tuvo tiempo para sacar su cofre, arreglar su apariencia, empolvar sus hermosos y verdosos cabellos y ponerse su precioso vestido color tiempo. Su cuarto era tan pequeño que ni siquiera podía extender la cola de su magnífico vestido. El lindo omega se miraba y se admiraba a sí mismo con razón, de modo que, para no aburrirse, decidió ponerse por turno todas sus hermosas tenidas los días de fiesta y los domingos, lo que hacía puntualmente. Con un arte admirable, adornaba sus cabellos mezclando flores y diamantes; a menudo suspiraba pensando que los únicos testigos de su belleza eran sus corderos y sus pavos que lo amaban igual con su horrible piel de asno, que había dado origen al apodo con que lo nombraban en la granja.

Un día de fiesta el pecoso se había puesto su vestido color del sol. El hijo del rey, Bakugo Katsuki, a quien pertenecía esta granja, hizo un alto allí para descansar al volver de caza. El príncipe era joven y apuesto, cabello rubio cenizo junto con ojos rojos y brillantes, era el amor de su padre, Bakugo Masaru y de la reina Bakugo Mitsuki, su madre, y su pueblo lo adoraba. Ofrecieron a este príncipe una colación campestre, que el aceptó; luego se puso a recorrer los gallineros y todos lo rincones.

Yendo así de un lugar a otro entró por un callejón sombrío al fondo del cual vio una puerta cerrada. Llevado por la curiosidad, puso el ojo en la cerradura. ¿Pero qué le pasó al divisar a un chico tan bello y ricamente vestido, que por su aspecto noble y modesto, él tomó por un dios? El ímpetu del sentimiento que lo embargó en ese momento lo habría llevado a forzar la puerta, a no mediar el respeto que le inspirara este omega maravilloso.

Tuvo que hacer un esfuerzo para regresar por ese callejón oscuro y sombrío, pero lo hizo para averiguar quién vivía en ese pequeño cuartito. Le dijeron que era un sirviente al que llamaban piel de asno a causa de la piel con que se vestía, aunque tampoco sabían su nombre real, y que era tan mugriento y sucio que nadie lo miraba ni le hablaba, y que lo habían tomado por lástima para que cuidara los corderos y los pavos.

El príncipe, no satisfecho con estas referencias, se dio cuenta de que estas gentes rudas no sabían nada más y que era inútil hacerles más preguntas. Volvió al palacio del rey su padre, indeciblemente enamorado, teniendo constantemente ante sus ojos la imagen de aquel hermoso omega peliverde que había visto por el ojo de la cerradura. Se lamentó de no haber golpeado la puerta, y decidió que no dejaría de hacerlo la próxima vez.

Pero la agitación de su sangre, causado por el ardor de su amor, le provocó esa noche algo que jamás le pasaba: una fiebre tan terrible que pronto decayó hasta el más grave extremo. La reina su madre, que tenía este único hijo, se desesperaba al ver que todos los remedios eran inútiles. En vano prometía las más suntuosas recompensas a los médicos; éstos empleaban todas sus artes, pero nada mejoraba al rubio. Finalmente, adivinaron que un sufrimiento mortal era la causa de todo este daño; se lo dijeron a su madre quien, llena de ternura por su hijo, fue a suplicarle que contara la causa de su mal; y aunque se tratara de que le cedieran la corona, su padre bajaría de su trono sin pena para hacerlo subir a el; que si deseaba a alguna princesa, aunque se estuviera en guerra con el rey y hubiese justos motivos de agravio, sacrificarían  todo para darle lo que deseaba; pero ella le suplicaba que no se dejara morir, puesto que de su vida dependía la de su padres. La reina Mitsuki terminó este  conmovedor discurso no sin antes derramar un torrente de lágrimas sobre el rostro de su amado hijo, quien la escuchó, consoló y tranquilizó.

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Holi, esta es mi primer historia, y estoy bastante nerviosa -.-"🌸

Espero me apoyen en esto y no me critiquen qwq

Muchas gracias a l@s que la leen ahora y las que la van a leer en un futuro :3

Espero que les esté gustando, probablemente sea una historia corta, pero que puedo decir, soy principiante y me cuesta escribir 100 palabras xd

✨No se que más decir así que cuidense y hasta la proximaa *desaparece épicamente*

Usserx_0123 ❤

Te Encontré (KatsuDeku) [AU Medieval]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora