Cabellos lilas, cabellos castaños.

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Caleb siguió limpiando las mesas malhumorado

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Caleb siguió limpiando las mesas malhumorado.

No faltaba el día en el que los estúpidos niños de secundaria llegaran al café e hicieran del lugar un cuchitril en un par de minutos.

Camelia entró al local y se sorprendió al encontrarlo vacío.

— Malditos mocosos. — murmuraba, recogiendo los envoltorios de pan del suelo — Seguro y no saben ni limpiarse bien el culo ellos solos.

Levantó su rostro y se encontró con los ojitos azules más bonitos.

— ¿Qué carajos haces aquí? — le preguntó, tirando la basura al bote.

— Es un café, y vengo a comprar uno. — respondió ella obvia, mirando el local.

— Está cerrado — dijo él, pasando de lado y abriendo la puerta para que ella se largara —  ¿No sabes leer? Tienes tremendo faroles por ojos y no sabes usarlos, lilita.

Ofendida, ella se acercó a él y la puerta.

— ¿Y tú no sabes contar? — señaló el letrero en la puerta y sacó su teléfono, mostrando la hora — Aquí dice que cierran a las ocho y media, y falta media hora para eso. Te la crees de sabelotodo y terminas viéndote idiota.

Ella tomó asiento en la barra, y pidió su café latte de caramelo.

— ¿Has pensado que puedo escupir en tu café sin que te des cuenta? — preguntó él, preparando la bebida — Tienes que pelear bien tus batallas, niña. —Él la miró desafiante.— Nunca pelees con la persona que te sirve la comida.

Ella no flaqueó ante aquello.

— Tengo mis grandes faroles para asegurarme que no lo hagas.

Ambos se miraban directos y sin parpadear en lo absoluto. Aquellas palabras de la chica habían traído un silencio consigo, que duró unos cuantos segundos, hasta que el castaño comenzó a reír, y ella le siguió al instante.

— Tienes buen humor. — dijo él, sirviendo la bebida.

Camelia sonrió, segura de sí misma.

— Lo tengo, a diferencia de otros. — miró su taza y esperó un rato.

Caleb solo la observaba en silencio.

— Crees que escupí en ella, ¿cierto?

Su tono de voz parecía dolido, con cierta pizca de decepción.

Estuvo a punto de quitarle la taza, pero Cami evitó que lo hiciera.

— Está muy caliente como para que lo tome al instante. — dijo ella, mirándolo extrañada — ¿Por qué crees que desconfiaría de ti sin siquiera darme una razón para hacerlo?

Ella sopló el café y tomó un sorbo, saboreando el momento en que el líquido bajó por su garganta y calentó su interior.

— Necesitaba esto. — dijo, cerrando los ojos y disfrutando de ese momentito — ¿No te ha pasado que esperas a que llegue cierta hora en la que puedes hacer lo que tanto has querido luego de mucho?

La chica de blanco y el chico del caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora