La sensación fresca y suave de los pétalos que cubre todo mi cuerpo me está ahogando.
Ya no puedo respirar pero irónicamente la fragancia que desprende cada pétalo me hace sonreir como una tonta.
Un ligero movimiento me hundiría en el fondo de esta hermosa piscina roja.
Mis dedos siguen sin cicatrizar. Mis tobillos siguen con moretones y mis costillas están quebradas.
Me diste muchas rosas. Sí.
Me diste tantas espinas también. No te atreviste a quitarlas por mi, me las tiraste en la cara como si fueran insignificantes.
Dejaste unas en mi puerta, en mi ventana, en mi almohada, en mi cocina, en mi baño y por donde yo caminara.
No me atreví a dejarlas tiradas. Una y cada una de ellas, las abracé con fuerza, las amé y me dolieron.
Me duelen los ojos y me está dando sueño, amor.
Amor.
Mi. Amor.
Mi solo amor.
No me diste rosas rojas. Me diste rosas blancas que se tiñeron rojas por mi sangre derramada.
No me diste rosas rojas, lo había olvidado.
¿Había pasado tanto tiempo?
Me estoy ahogando en mi propia sangre, pero está dejando de doler.
Ya no me duele porque me voy a ir. Me voy.
Amor, ya no vengas con rosas blancas, al menos ven y dame un amor sincero lleno de color y pasión.
Amor, adiós.
