El único amigo:

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  En esencia, sigue siendo el mismo desde hace diecisiete años. Pasó de ser el inicio de un sueño antes de mi llegada a algo real y armónico. Fue desde mi nacimiento espectador silencioso de mis rabietas, mis actuaciones y juegos en soledad. Pocos años después solo lo veía, y porque estaba obligada a hacerlo, por las noches y al amanecer. Debo admitir que para mis diez años ya le quería, quizás por costumbre o porque sabía que no había nadie con tal paciencia conmigo como él.
   Llegado el momento no volví. Sus colores fueron sustituidos por el gris del abandono. Perdió la vida que de mi energía infantil, incluso la más repulsiva, adquiría. Yo también sentí las consecuencias de la separación de nuestro lazo, en un inicio impuesto.
   Obligada a convivir con otros ajenos a mí, estuve tres años. Tormento apaciguado por mi padre. Pero no bastaba, quería volver a él.
 
Fuu una noche a verlo antes del regreso definitivo. El vacío en ambos era el mismo..

  Y supe cuando regresé definitivamente que alguien más fue y quitó su suciedad. Estuve agradecida de no tener que encontrarlo como estaba, pero él seguía agonizante. Quité cada detalle puesto en él y lo sustituí por lo que hasta entonces había guardado con especial ternura. Le mostré ese trozo de jarra que me llevaba a esos años cuando él estaba sano, cuando comenzábamos a comprendernos a pesar de mi indiferencia y mis ausencias en el día. No tardamos en llorar y abrazarnos. No pasó un día antes de yo terminar de llenarlo de mis escasas bisuterías. Parece egoísta, pero él siempre amó que hiciera eso.
   En cambio, nuestra perfecta conexión se destruía en las noches. No conseguía aliviar mi pánico, incluso me molestaba su presencia, no lo quería y  le temía a tanto espacio oscuro para mí. Él no se iba. Hasta que en pocos meses de noches sin sueño entendí que no pasaría nada. Con él estaba segura, seguía siendo el mismo.
 
En los siguientes cuatro años, dispuesto a que no me marchara ni me sintiera incómoda, y como parte de su deleite de antaño, se hizo mi cómplice. Me vio llorar sin pasarme la mano, sabía que detestaba esas muestras de compasión que a mi parecer no resolvían nada. Me vio soñar en voz alta o en mis diarios sin decir nada. Pronto se perdieron los límites. Sólo en su presencia era ㅡy sigo siendoㅡ yo misma.
 
Desde hace dos años lleva tatuado en su piel mi color preferido, conoce cada una de las canciones que tengo en la lista de *favoritos* y las que sigo agregando, conoce mi voz en cada una de sus escalas, mi peso y mi talla, cómo visto y qué desecho.
  
  Hasta hace unos meses no noté que tal relación no estaba del todo bien, no compartía con nadie más de igual forma. Pero me esforcé por hallar comodidad parecida con otros, hice amigos, me encontré de camino con ese libro que me llevó a muchos otros, aprendí a querer de igual forma que a él a quienes, en principio, me llevaron adonde él: mis padres. Aún así, sigue siendo, a mis diecisiete años, quien único me ve en realidad como soy. Quien único podría responder a cualquier cosa que se le preguntara de mí sin miedo a equivocarse. ¿Y hoy? Ya no temo a que siga siendo así, a que con él muera quien yo fui cuando también yo lo haga, a que el resto haya visto solo fragmentos de mí.

Él me dio un consejo: escribir. Y hoy  en él ㅡmi cuartoㅡ eso es lo que hago.

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⏰ Última actualización: May 01, 2023 ⏰

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