Capitulo 1

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Conocí a Anita Ordway en una de las fiestas que daba Carlota Marin. Fue un comienzo harto vulgar para un episodio que nos arrastró a todos al desastre. Mi esposa se había llevado a su madre a Jamaica con el fin de que se repusiese de una operación, y yo tenía demasiado trabajo entre manos en Nueva York para acompañarlas. El mismo día en que partieron, Carlota Marin me telefoneó alrededor de medianoche, después de la función:

-Sube, Pedro. Tengo una fiesta en casa.

Yo no estaba para fiestas ni tampoco quería dar pie a los deseos evidentes de Carlota de convertirme en una especie de viudo de verano. Pero echaba de menos a Iris, mi mujer, y pensé que después de todo bien podía subir por unos momentos.

El piso de Carlota, que estaba sobre el nuestro, se hallaba rebosante de selectos invitados, como solía ocurrir todos los sábados por la noche.
- ¡Qué tal, querido Pedro! - dijo Carlota, acudiendo en persona a abrirme la puerta-. Ya me imaginé que te sentirías solo y te quedarías en un rincón como un bobo, pensando en Iris.

Carlota y yo pertenecíamos al mismo mundillo teatral y nos conocíamos desde hace años. Pero últimamente, desde que ella y su marido se convirtieron en vecinos nuestros, y desde que yo puse en escena y dirigí su última pieza, La estrella naciente, ella experimentó uno de sus conocidos y famosos apasionamientos por Iris y por mi. Mucha gente de teatro rehuía su intimidad. Pero Iris y yo soportábamos su agobiante y absorbente amistad no sólo porque yo tenía que trabajar con ella, sino porque hasta cierto punto nos divertíamos y la queríamos.
-Alejo Ryder acaba de llegar de Londres, Pedro. Esta noche ha visto La estrella naciente y se quedó boquiabierto ante mi actuación. Se muere de ganas de hablar contigo. Pasa, Brian te preparará algo de beber. -Se enlazó a mi brazo dirigiéndome una mirada significativa-. Al menos... supongo que está noche beberás una copas, ¿Verdad?.

Aquella era una de las irritantes observaciones a qué tan dada era Carlota. Años atrás, antes de conocer a Iris, perdí la chaveta cuando murió mi primera esposa y terminé presa de una verdadera neurastenia. Tuve que someterme a tratamiento y los médicos me aconsejaron que no volviese a darme a la bebida cuando me sintiese deprimido. Nadie se acordaba ya de aquello. Pero Carlota aún no lo había olvidado, y entonces lo sacó a colación para demostrarme lo antigua que era nuestra amistad.

Yo rezongué:
- ¿Qué hay de malo en que beba, Carlota?
Ella me oprimió la mano.
- Tu lo sabrás mejor que yo, querido. Sólo estaba un poco preocupada por ti.
Me llevo al bar, dónde estaba Brian Mullen, su último marido y el que había tenido más éxito, estaba mezclando bebidas. Brian me dirigió una sonrisa.
- Hola, Pedro. Enseguida estoy contigo. Tengo que servir una limonada a una mujercita abandonada. Ahí, en ese rincón.
Llevo la limonada a una joven solitaria que estaba sentada junto a la ventana. Aquella muchacha era Anita Ordway, pero entonces yo no lo sabía. Apenas la miré. No llamaba la atención en lo absoluto.
Carlota trajo a Alejo Ryder, dramaturgo inglés, muy correcto y amable, a quien la fortuna y el éxito sonreían. Estaba casado con una de las más jóvenes e inteligentes actrices londinenses. Hizo atinadas observaciones acerca de Carlota y La estrella naciente, y Carlota se puso a ronronear como un gato al que le acarician el espinazo.

Su ronroneo disminuyó cuando Alejo Ryder nos expuso el motivo de su viaje en avión a Nueva York. Acababa de terminar una nueva obra y buscaba a una actriz norteamericana para representar el papel principal en Londres. Había pensado que aquel papel le iría que ni pintado a mi mujer, que también era actriz. ¿Creía yo que podría interesarle?.

Sin darle casi tiempo a terminar, Carlota intervino:
- Querido Alejo, quítate eso de la cabeza. Iris ha resuelto tomarse un año de vacaciones.
Esto era perfectamente cierto, pero no era Carlota quien debería haberlo dicho, sino yo. Ella no tenía derecho a hacerlo, pero ella prosiguió como si tal cosa:
- Pues si, Alejo; Iris no será más que la señora de Duluth durante un año entero. Ya sabes lo locos que están Pedro y ella, el uno por el otro. Igual, igualito que Brian y yo.

La Viuda Negra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora