Capitulo 2

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El teléfono me despertó a la mañana siguiente, alrededor de más diez y media. Era Carlota.
— Pedro, ¿estás solo?
— Vamos, Carlota, ¿con quién quieres que esté?
— Ah, bueno. Entonces sube. El desayuno está a punto. Brian lo está preparando todo.
Yo trate de defender mi independencia:
— No tengo apetito.
— Será mejor que lo tengas —dijo la alegre voz de Brian hablando por la extención telefónica de la cocina—. Hay huevos revueltos y salchichas.
— Pero es que...
— Nada, déjate de tonterías —intervino Carlota. Me parecía verla al otro extremo de la línea, haciendo feroces garabatos sobre el taco de notas telefónicas, como hacía siempre que creía que le llevaban la contraria—. Si no estás aquí dentro de cinco minutos, bajaré a buscarte.
Resignado, me levanté de la cama, me puse una bata y subí.

Los domingos no iba la mujer de todos los días a hacer las faenas domésticas en nuestros dos pisos. Carlota y Brian se desayunaban siempre en la cocina, porque así Carlota tenía más sensación de hogar. Cuando entré, ví a su marido, alto, de porte agradable y bien parecido con su bata amarilla, preparando los huevos revueltos en el fogón.

Brian era «la cosa» más afortunada que le había «sucedido» a Carlota. Lo descubrió cinco años antes, en Hollywood, dónde fue a interpretar su única película. El provenía de Montana y estuvo en el Servicio de Guardacostas durante la guerra. Poseía todos los atributos que debe reunir un hombre, excepto aspiraciones. O al menos no las demostraba. Había desempeñado papeles sin importancia en algunas de las obras de más éxito de Carlota, y también había echo sus pinitos de director de escena. La verdad es que Carlota prefería guardárselo para sí como una particular, a lo cual él no tenía nada que objetar en absoluto. Parecía perfectamente dichoso respondiendo a las cartas de los admiradores de su esposa, cocinando para ella, cumpliendo recados y recordándole en todo momento lo maravillosa que era. Todo el mundo estaba de acuerdo en que Brian debía ser pensionado a perpetuidad por la Caja de Jubilaciones para los actores, gracias a los grandes servicios rendidos a la escena al tener siempre contenta a Carlota Marin.

La gran actriz se sentó a la mesa y me observó con aquella mirada suya penetrante. Yo sabía muy  bien lo que barruntaba. Lo dijo cuando estábamos a la mitad del desayuno.
— Bueno, Pedro, ¿quién era esa chica?
— ¿Qué chica? —pregunté con la mayor inocencia.
— La chica que te llevaste de mi casa.
— Se llama Anita Ordway. Ya te lo dije.
— Yo no la había invitado. Nunca había oído hablar de ella. ¿Y tú, Brian?
— ¿Anita Ordway? No lo creo. ¿Por qué habría de conocerla?
— Vino con otras personas —dije.
— ¿Con quién? —preguntó Carlota.
— No sé. Ella tampoco me lo dijo.
— No me gusta la gente que hace esas cosas. —su mirada penetrante volvió a clavarse en mi—. Dime, ¿y qué hicieron?
— La lleve a comer un emparedado y hablamos de Iris. Después la acompañe al subterráneo.
Carlota parecía estar totalmente a la altura de las circunstancias.
— Bueno, supongo que no hay nada que objetar. Aunque me parece algo raro... sólo unas pocas horas después de la partida de Iris.
Yo observé:
— Será mejor que le envíes un cable: «Vuelve en seguida. Pedro infiel.»
— No seas bobo. Volviendo a eso, me sigue pareciendo una imprudencia. Cuando un hombre lleva más de diez años de casado se encuentra en un momento muy peligroso. Eso lo sabe todo el mundo.

Carlota había planeado las cosas de manera que yo pasará el resto de la mañana con ellos y asistiera a la función del domingo, para que así no me sintiese solo. Pero conseguí escabullirme a eso del mediodía, con el pretexto de que tenía que leer algunos manuscrito, lo cual era verdad. Buscaba otra comedia para poner en escena aquella misma temporada. Pasé la tarde leyendo malos originales y preguntándome por qué tantos cientos de personas se engañan a sí mismas y pretenden escribir para el teatro. Luego fui a cenar con Alejo Ryder, quien trato de convencerme de nuevo de que Iris debía interpretar su comedia en Londres. Fue un domingo sin nada de particular, a pesar de que ni un solo instante dejé de echar de menos a Iris y le escribí para comunicarle la oferta de Alejo, sabiendo por anticipado que la rechazaría. Había tenido intención de mencionar a Anita hasta que llegó el correo del lunes por la mañana. Uno de los sobres estaba dirigido a mí con trazos amplios y sueltos. El sobre contenía únicamente un dibujito de factura infantil, representando a una muchacha sentada ante un teléfono, con un número telefónico escrito a máquina y flotando en un globo sobre ella.

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⏰ Última actualización: May 17, 2023 ⏰

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