2~ La escalera y la puerta~

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La subida de las escaleras se estaba haciendo eterna, por cada peldaño que lograba subir parecía que diez más se alzaban por delante de nuevo, lo que había percibido como un pequeño tramo de escaleras se estaba tornando una subida larga y fatigosa.

Me detuve y miré a mi espalda, el tramo de escalera que había dejado atrás apenas constaba de unos metros, pero la sensación de haber avanzado de forma constante no cuadraba con el pequeño tramo recorrido, sentía que por más escalones que subiese, por más que insistiese en avanzar en pos de la puerta de entrada, no avanzaba, me sentía anclado en un punto fijo del tramo de escalones, era como avanzar por una cinta ergométrica.

La lluvia, fría, de gotas redondas y grandes, no cesaba de caer insistente, mi cuerpo al igual que mi ropa estaban empapados, la suave brisa fresca que recorría el bosque erizaba mi piel, me causaba escalofríos.
mientras perdía la mirada en la copa de los arboles que adornaban el escenario hasta donde alcanzaba la vista, con una cortina de agua proveniente de ese encapotado cielo gris, no pude evitar recordar el mito de Sisifo.

Me sentía reflejado en aquel Rey de Éfira mientras no cesaba en mi empeño de alcanzar la puerta de la vivienda.
Sísifo había sido condenado por Zeus a cargar una gran roca, montaña arriba, hasta que al llegar a la cumbre, la roca caía de nuevo de vuelta al incio, y el agotado Rey, tenía que volver nuevamente a los pies de la montaña y repetir la misma operación por los siglos de los siglos.

Yo no cargaba una roca, no una roca material al menos, pero el peso del recuerdo puede tornarse más pesado que la roca más grande del universo, quizá esa escalera era mi propia montaña y tener que subir por ella cargando con mis traumas mi propio castigo.

¿Y sí tras llegar a la puerta volviese a encontrarme de nuevo en el inicio de la escalera?.
¿Volvería a poner mi pie en el primer escalón para subir de nuevo, pese a ser plenamente conocedor del absurdo del intento?.
Probablemente lo haría de nuevo, las veces que hicieran falta, no quedaba más remedio que aceptar el absurdo.

Una gota helada de agua de lluvia resbaló por mi frente hasta introducirse dentro de uno de mis ojos, moví la cabeza saliendo de aquel pensamiento y pasé mis manos por mi rostro en un intento vano de secarlo.
Tras el leve parpadeo, al abrir de nuevo los ojos, ante mí, deteriorada y con inicios de podredumbre, se hallaba la puerta de madera de la entrada a la casa.

-No queda más remedio que aceptar el absurdo.
Susurré para mí mismo sin darle mas vueltas, exhalando un suspiro largo
Que desprendió un vaho blanquecino que se se elevó junto a la brisa del bosque.

Alcé la mano y con calma, pasé mis dedos por la puerta mientras la observaba con curiosidad.
La madera estaba húmeda y reblandecida por la humedad, su marco deformado por el clima estaba carcomido y con restos de un moho color verde oscuro, la puerta constaba de tres tablones anchos y podridos, con las partes de abajo rotas y astilladas, varios agujeros se habían formado en su superficie, por los cuales salía al exterior cada vez que soplaba el viento, un  lúgubre aire helado, directo a mis fosas nasales, olía a moho y tristeza. Las bisagras, antiguas y fabricadas en cobre ahora oxidado hasta el exceso, crujían y se lamentaban al ser rozadas por la brisa que se expulsaba las entrañas de la morada.

Mis manos recorrieron la rugosa madera de la puerta hasta que una punzada en uno de mis dedos me hizo bajar la mirada y observar la causa del pinchazo.
De la yema surgió una pequeña gota roja que lentamente se fue escurriendo por la palma hasta caer al suelo.
La causa de la sangre que manaba del pinchazo había sido el pomo de la puerta, era un pomo de cobre, redondo y también oxidado el cual estaba cubierto por cientos de pequeños clavos, como el lomo de un erizo, diminutos y afilados albergando toda su superficie.

Intenté tantear la puerta evitando aquel pomo que más bien parecía un instrumento de tortura medieval, empujando con mis manos en los tablones y el peso de mi cuerpo, pero pese a la podredumbre y el estado lamentable de la madera, la puerta no cedió un ápice, las bisagras carcomidas ni siquiera se movieron de su sitio, lo mismo ocurrió tras dar varias patadas contundentes contra ella y un puñetazo fruto de la resignación que solo abrió la carne que cubría mis nudillos.
suspiré de nuevo, si quería abrir esa puerta tendría que sangrar para lograrlo y seria doloroso, muy doloroso, pero pensándolo fríamente... ¿Qué es la vida si no un constante dolor, en una sucesión contínua?.

Con decisión coloqué mi mano en torno al pomo, sintiendo las frías y afiladas puntas de los clavos posarse en mi piel, retándome a agarrarlas para poder entrar en la casa y así lo hice sin vacilar.
Mi mano se cerró y asió el pomo, los clavos entraron en mi carne con la facilidad con la hubiesen entrado en mantequilla o arcilla. Cerré los ojos sintiendo el metal oxidado abriéndose paso y el calor eléctrico de la sangre que comenzaba a brotar por toda la mano.

Intenté girar el pomo con decisión hacia un lado, pero no lo hacía, la acumulación de oxido a lo largo de los años hacia que se resistiese al giro, los clavos en mis manos profundizaron del todo cuando apreté al máximo el pomo, con fuerza, sentí las afiladas puntas clavarse en nervios, huesos y cartílagos, la sangre manaba como pequeños regueros dé ríos rojos, formando un charco en el suelo frente a mis pies.

Por fin junto a un crujido metálico el pomo cedió y giró hacia un lado, la puerta se abrió acompañada de un lúgubre chirrido y una cortina de polvo que se desprendió del techo cubrió mi cuerpo, tiñiendolo de un color hueso claro.
Con los dedos de mi mano libre retiré los restos de polvo de mis ojos, veía con dificultad, el interior estaba frío, húmedo y oscuro, tras toser varias veces y respirando con dificultad, solté el pomo que estaba clavado a conciencia en la palma de mi mano. La carne sonaba y crujía mientras se iba librando de los punzantes clavos, la sangre manaba constante por cada orificio, empapando mi brazo y mi ropa mientras finas hileras de piel quedaban unidas entre el pomo y la palma hasta que se partieron al alejarla.

Me miré la mano teñida de rojo, moví los dedos, la apreté y aflojé varias veces y con la mirada fija en el final oscuro del vacío pasillo que se presentaba ante mí, comencé a caminar lentamente mientras ráfagas de un suave y helado viento con olor a moho y lamentos avanzaban por el pasillo hasta rozar mi cuerpo, saliendo por la puerta abierta a mis espaldas.
Avancé junto a crujidos de la vieja madera del suelo apartando las hojas secas que lo cubrían con cada paso, dejando un pequeño camino de diminutas gotas rojas en el sucio suelo del corredor.

Macabre CastellumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora