Recorría el pasillo con cautela.
Las paredes de roca de las cuales se habían adueñado el musgo y las enredaderas eran de un gris apagado, frías y ausentes como un antiguo trauma que la mente ha bloqueado como mecanismo de defensa.
Avanzaba por el silencioso pasillo, un silencio solo alterado por el ulular de las ráfagas de viento que desprendían las entrañas de la morada y acariciaban mi cuerpo con la frialdad y desidia con la que arrulla la muerte a un agónico.
El pasillo por el que avanzaba era largo, no podía divisar su final oculto por una oscuridad espesa.
Al llegar a un punto del pasillo una fila de estanterías de madera carcomida se extendían a ambos lados del mismo, apoyadas en las paredes laterales y tan altas que llegaban hasta el techo de la morada.
Un incontable número de botellas de cristal de color marrón reposaban en sus baldas, algunas depie, otras tumbadas, todas llenas de algún tipo de liquido transparente y con una vieja y amarillenta etiqueta en la que escritas en negro había varias X dependiendo del recipiente en mayor o menor número.
Me detuve ante una de las estanterías y con la mano agarré uno de los recipientes cubierto por una fina capa de polvo blanquecino, un corcho cubría su boca.
Pasé la mano libre por la botella varias veces, limpiando el polvo y restos de telarañas que el tiempo había acumulado en su superficie de cristal, agarrando el corcho con los dedos tiré de el varias veces, estaba adherido en demasía, hasta que finalmente salió emitiendo un ligero sonido de vacío.
Tiré el corcho al suelo y acerqué la boca de la botella a mi nariz, inspiré curioso el olor de su interior y sentí como a mi cuerpo le recorría un escalofrío de pies a cabeza, mi estomago se revolvió con la violencia de un volcán a punto de erupcionar, sentí nauseas y una arcada subió por mi garganta haciéndome toser varias veces.
Olía a dolor infantil, olía amargo, olía a alcohol fuerte, olía a muerte y tortura.
Mi mano comenzó a temblar, y la botella calló al suelo, el sonido del cristal haciéndose pedazos sonó como una bomba en el oscuro pasillo, sonó con la estridencia con la que suena el alma infantil haciéndose añicos.
Segundos después todo quedó en silencio, una calma inquietante y tensa que poco a poco fue alterándose por el sonido de las estanterías que albergaban las botellas.
Comenzaron a temblar poco a poco, el sonido de la madera de las estanterías haciendo vibrar los cristales de los recipientes invadió la estancia.
Me aparté de ellas quedando en medio del pasillo devorado por las sombras del interior, escuchando cómo aumentaba cada vez mas la intensidad de la vibración de los estantes, como un terremoto que solo las afectaba a ellas, puesto que ni el suelo, ni las paredes, ni el techo de la casa se movían un solo ápice.
Una botella se deslizó por su balda y se precipitó contra el suelo de madera, estallando en mil pedazos, a esta la siguió otra, luego otra, hasta que todas las botellas comenzaron a caer al suelo, explotando en pedazos cortantes de minúsculo cristal, los cuales impactaban contra mi cuerpo al salir disparados, produciendo pequeños cortes que apenas sentía.
Comenzó en ese momento una autentica lluvia de botellas, caían a mi alrededor, por todas partes, escuchaba como reventaban, sentía como sus pedazos me cortaban y comencé a correr por instinto, (como el ciervo que escucha un aullido en su nuca) por el pasillo esquivando como podía la tormenta de recipientes que de desplomaban a mi alrededor y sobre mi cabeza, cubriendo el suelo de sus restos cortantes, mientras cubría mi rostro con un brazo, sentía como la suela de mis zapatillas pisaba los cristales, que crujían como cucarachas cuando los aplastaba al pasar por encima de ellos.
Divisé una puerta de madera mohosa que marcaba el final del pasillo y la abrí de un golpe metiéndome en la habitación colindante.
Respiré hasta recuperar el aliento, mis pulsaciones sonaban en mi cabeza como tambores de una batalla perdida.
Apoyado en el marco rugoso de la puerta contemplé el oscuro pasillo que había recorrido, un mar de cristales brillantes había cubierto el suelo en su totalidad, como las hojas secas cubren un sendero forestal en otoño.
Sentí el escozor de todos los pequeños cortes que me habían ocasionado los pedazos en mi huida, no sangraban pero ardían, como pavesas que se elevan hacia el viento en una hoguera hasta apagarse.
Suspiré girándome para ver la nueva habitación, una sala vacía, no había ningún mueble ni decoración.
Un fino halo de luz se filtraba por un pequeño agujero en el tejado que dejaba ver una minúscula porción del cielo nublado hasta el suelo, bajo el foco de luz solar reposaba una cajita musical de madera, trabajada por manos cuidadosas, fabricada en madera de Ébano con embellecedores de metal color oro.
Me puse de cuclillas y acaricié la suavidad de sus delicadas formas y curvas, alzándola con mi mano hasta la altura de mis ojos.
Era hermosa, como la inocencia conservada antes de ser corrompida por las vivencias, como la esperanza a la que aun no ha afectado la realidad.
Lentamente y con nostalgia, abrí la pequeña cajita de ébano...
ESTÁS LEYENDO
Macabre Castellum
Horror"Un denso bosque sin final, de árboles retorcidos y cubierto por la niebla, en el cual los pájaros entonan nanas depresivas y las vetustas moradas están en ruínas. Un lugar en que todos sus habitantes llevan una máscaras que oculta sus rostros. Don...