Capitulo VIII

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CAPITULO VIII “Un Guión que revive el pasado… ¿Volverá la espectacular pareja? ”

Los fuertes golpes en su puerta que se turnaban con los timbrazos solamente podían significar una cosa. O, mejor dicho dos: Luka y Kaon. Miró el reloj mientras rodaba fuera de la cama y recogió los jeans que había dejado regados por el suelo después de haber pasado parte de la noche con Himeko. Hime podía tomarse la mañana libre para recuperar el sueño atrasado, pero ella no. por supuesto, cuando se había arrastrado hasta su casa como una furtiva adolescente, en plena madrugada, no había esperado que sus hermanas se presentaran para aporrear la puerta poco después del amanecer.
Se estiró, dolorida. Los golpes eran cada vez más fuertes, así que no tuvo más opción que abrir.
–¿Qué queréis?
Luka le ofreció una taza de café del local más cercano.
–Vamos a llevarnos a las chicas a Cherry Hill Park a ver una exposición o algo así, y pensaron que a lo mejor te gustaría acompañarnos.
–No – Chikane se dispuso a cerrarles la puerta en sus sonrientes caras, pero Kaon la bloqueó y ambas entraron como si les perteneciera la casa. Puso los ojos en blanco, pero aceptó el café que Luka volvió a ofrecerle.
–¿Por qué no? –quiso saber Kaon.
–Porque no quiero.
–Nosotros tampoco –rezongó Luka.
–El destino de toda mujer casada es asistir a exposiciones de arte sin motivo alguno. Lo tuyo es simple mala suerte.
Kaon se dejó caer en el sofá y apoyó los pies sobre la mesa. Luka se sentó al otro lado. Chikane pensó que parecía como si pensaran quedarse un buen rato, con lo que cualquier esperanza de volver pronto a la cama se fue evaporando rápidamente.
–¿Dónde están Miku y Himiko? Yo creía que…
–De compras –respondió Luka–. Hay una tienda de ropa premamá al lado de la cafetería. Nos encontraremos allí cuando acaben.
Nunca debió haberles dado la dirección de su residencia provisional. Se sentó en el otro extremo del sofá y se frotó la cara para espabilarse.
–¿Así que pretendéis molestarme hasta entonces?
–Es una cuestión de amor fraternal –se burló Luka–. Apenas te hemos visto desde que volviste.
Chikane señaló a Kaon.
–Yo te vi ayer –volviéndose hacia Luka, añadió –; Y a ti te veré pasado mañana.
–Pero en el set. No nos referíamos a eso.
–Yo no estoy aquí de vacaciones. Estoy trabajando, ¿Recordáis?
Luka resopló escéptica y se sacó una revista del bolsillo trasero del pantalón. Una fotografía de Setsuna y Chikane ocupaba buena parte de la portada.
–A mí esto no me parece trabajar.
–Obviamente tú nunca has salido a cenar con Setsuna Solais.
–¿Problemas en el paraíso?
–Trabajo, sencillamente. Las dos sois bien conscientes de que es necesario hacer ciertas cosas por pura apariencia y dejar que el público especule. No hay nada más que eso.
Kaon se volvió entonces hacia Luka.
–Me debes cincuenta dólares.
¿Más apuestas? Chikane se preguntó desde cuándo sus hermanas se habían convertido en fanáticas jugadoras. Y sobre asuntos que únicamente le incumbían a ella.
Pero Luka no quería pagar.
–No. no cantes victoria tan pronto.
–¿Estas de broma? Yo estuve allí ayer. Existe una razón por la que nuestra hermana pequeña se gana la vida detrás de una cámara, que no delante: no tiene el menor talento para la interpretación. Incluso Himiko se dio cuenta de las ardientes miradas que le estuvo lanzando a Himeko. Se habrían podido freír huevos en ellas.
Luka negó con la cabeza.
–Eso no significa que el sentimiento sea recíproco.
–Oh, claro que lo es. Himeko no es tan trasparente como esta, pero…
Chikane se dispuso a interrumpirlas, pero sus hermanas parecían haberse olvidado de su existencia.
–¿Pero entonces por qué no se ha filtrado a la prensa? –desafío Luka a Kaon, señalando la revista.
–Porque la estará controlando Chikane. Lista sí es.
Chikane se levantó para dirigirse a su dormitorio.
–¿Adónde vas? –le preguntó Kaon.
–Ninguna de las dos parece necesitarme en esta conversación, así que…
–Podrías terminarla tú y hacerme ganar cincuenta dólares confesando simplemente que has vuelto a acostarte con Himeko Kurusugawa.
–Tú no necesitas esos cincuenta dólares.
–Ah, pero… ¿Y el placer que me proporcionará fanfarronear sobre ello? –Sonrió Kaon–. Eso no tiene precio.
Luka ignoró a Kaon para concentrar en Chikane su característico tono y mirada de “hermana mayor”.
–No hace mucho tú jurabas y perjurabas que lo tuyo con Himeko era historia pasada, así que tus intentos de esquivar el tema me llevan a pensar que tienes algo con ella.
Kaon asintió, secundándola.
–Será mejor que nos lo digas, porque no pensamos dejar el tema hasta que lo hagas. Puede que incluso le insinué a Oba-san que…
–Basta. A veces desearía haber sido hija única.
–Yo pienso lo mismo cada día –repuso Luka.
Nunca le había preocupado lo que cualquiera, incluidas sus hermanas, pensaran de su vida amorosa, pero por alguna razón no se sentía de humor para contarles nada. Dejar entrar a sus hermanas en aquella parte de su vida no le parecía justo. Pero estaba claro que no pensaban dejarla en paz, así que tendría que decirles al menos algo.
–Himeko y yo somos amigas.
–Inténtalo de nuevo –Kaon negó con la cabeza–. Tú nunca has sido amiga sin más de una mujer.
–No he dicho que fuéramos amigas sin más –de repente se sentía como una adolecente–. Somos amigas íntimas.
–¿Muy íntimas? –quiso saber Luka.
–Bastante.
Luka frunció el ceño y saco su cartera. Entrego el billete a Kaon, que se lo guardó con una sonrisa victoriosa para volverse luego hacia Chikane.
–¿Te das cuenta de que estás jugando con fuego y amenazando con quemar la casa entera?
–Mira que eres dramática. No pienso postularme nunca como política, con lo que ni siquiera el mayor escándalo del mundo lograría tumbar mi carrera.
–¿Tan poco te preocupan los demás?
La vehemencia del tono de Luka la sorprendió.
–¿Perdón?
–Esto no solo te incumbe a ti.
–Yo creo que el legado y el prestigio de los Himemiya no quedará afectado, haga yo lo que haga.
–Probablemente. Pero estaba pensando en Himeko Kurusugawa.
–Hime no es asunto vuestro.
–Y tampoco debería serlo tuyo. Miku consiguió que me pusiera del lado de Himeko cuando me conto su versión de esa triste historia vuestra. No me extraña que tuviera que exiliarse.
–¿Qué?
–Que en aquel entonces yo solo me preocupé por ti y por las consecuencias que aquel enredo podía tener para la familia. Ni por un momento me detuve a pensar en las consecuencias que tuvo para ella.
–A mí me parece una gran chica –añadió Kaon–. Aunque tengo que cuestionar su inteligencia, teniendo en cuenta que ha decidido enredarse de nuevo contigo.
Aquello consiguió acabar del todo con la paciencia de Chikane.
–Muy bien, esto es todo por hoy, amigas. Yo tengo que trabajar, y vosotras… ¿no teníais que visitar una exposición de arte?
–No, aún no. Todavía no te hemos dicho lo que hemos venido a decirte.
–¿Qué os pasa a vosotras dos esta mañana? –Viendo que Kaon se limitaba a enarcar una ceja, adivinó la respuesta–. Oba-san. Ella os ha enviado, ¿verdad?¿Para qué me echéis un sermón de su parte?
–Algo así – Kaon soltó una risita.
–Y luego os extrañáis de que este viviendo al otro lado del país.
–Nosotras no nos extrañamos de nada –repuso Luka–. De hecho. Yo misma estoy tentada de venirme aquí contigo.
–Si eso es una amenaza, no me la creo. Trasladarte a más de cien kilómetros del D.C. sería como si te retiraras de la política.
–Y tú te volverías terriblemente agresiva a menos de esa distancia –replicó Kaon.
–Porque mi familia conspira para volverme loca.
–Eso es porque te queremos, y lo sabes –la contradijo Luka.
–Entonces, ¿Podemos programar esta sesión para otro día? Quizá uno en el que no tenga a todo mi equipo esperándome para empezar a trabajar –como si fuera a propósito, le sonó el móvil y recibió un mensaje de texto–. El deber llama. Disculpadme si no os acompaño hasta la puerta.
–No puedes esquivar eso eternamente.
“Esperad sentadas”, replico Chikane en silencio.
Luka entrecerró los ojos como si hubiera pronunciado realmente las palabras.
–¿De verdad eres tan frívola? Sales con una mujer en público solamente por proyectar una determinada imagen, te acuestas luego con otra… dejo aparte el hecho de que sea tu ex… ¿Y no le ves ningún problema a eso? ¿Es que no te das cuenta de que prácticamente estas reproduciendo los mismos esquemas de nuestro pa…?
–Alto ahí –Chikane alzó una mano–. No sé cuando habéis decidido vosotras dos jugar a las psicoanalistas, pero lo estáis haciendo fatal. Yo vivo en Los Ángeles, por el amor de Dios, donde todo el mundo hace terapia.
Kaon sacudió la cabeza.
–Sí que estas cascarrabias hoy…
–Supongo que algo tendrá que ver con el hecho de haberme visto emboscada por mis estúpidas hermanas, deseosas de hurgar en mis más profundos problemas emocionales antes incluso de que este despierta del todo.
Luka se volvió hacia Kaon y se encogió de hombros.
–Al menos admite que tiene problemas emocionales. Es un paso a la dirección correcta.
–Que vosotras dos estéis haciendo terapia no significa que yo también tenga que hacerla. No todo se explica por los traumas de infancia. Dejad de proyectar sobre mí vuestros complejos de papá. Ese canalla no tiene nada que ver ni conmigo ni con mi vida.
–Ese es tu problema.
–No, ese es vuestro problema. Mi problema sois vosotras dos.
–Y Himeko –añadió Kaon.
Solo el sonido del timbre evitó que Chikane se lanzara a su cuello. En su vida se había alegrado tanto de la llegada de sus cuñadas.
–Voy a ducharme. Cerrad bien cuando os marchéis, ¿de acuerdo? –y las dejo sentadas en el salón con la ferviente esperanza de no encontrarlas para cuando terminara de ducharse. Aquella no era precisamente la mejor manera de empezar el día.
El chorro de agua caliente alivió sus músculos, pero no su humor. ¿Por qué sus hermanas tenían que ver un problema donde no lo había? Especialmente con alguien que no era de su incumbencia, como Himeko. El simple hecho de pensar en ella consiguió tranquilizarla un poco. Aunque últimamente la propia Himeko era también propicia al autoexamen, al menos Hime no intentaba proyectar sus propios complejos sobre ella. Aspiró profundo, intentando tranquilizarse. Aquello era temporal. Una vez que volviera a casa y desaparecieran sus preocupaciones, sus hermanas y abuelos aflojarían la presión. Su vida volvería a ser normal, y, sin una Himeko que inflamara su ridícula indignación, su familia perdería fuerza. Podrían continuar sacudiendo la cabeza y gruñir, pero los dos mil kilómetros amortiguarían el efecto.
Todo aquello pasaría. La normalidad se hallaba solo a unas pocas semanas de distancia. ¿Por qué entonces ese pensamiento no lograba ponerla de mejor humor?
Una mañana libre era una bendición. Himeko durmió hasta tarde y salió luego para una sesión de masaje y manicura. Tras una breve excursión de compras, donde unos cuantos clientes la reconocieron y pidieron fotos, fue al set para pasar el par de horas que le quedaban. A los cinco minutos de llegar fue advertida de que Chikane se encontraba de un humor inusualmente gruñón, y una sola mirada a su rostro la convenció de que era preferible guardar las distancias.
Fue una jornada corta y fácil para ella, pero Chikane consiguió contagiarle su mal humor pese a que apenas le había dirigido tres palabras seguidas. Sabía que no era nada probable que esa noche se pasara por su apartamento, y eso le molestó más de lo que habría debido.
Le había ofrecido a Chikane una salida, un buen motivo para cortar su relación, pero ella no la había aceptado. De hecho, ni siquiera se había mostrado preocupada por el hecho de que ella la estuviera utilizando. Ella misma no se sentía nada contenta de hacerlo, pero no podía dejar de aprovechar la oportunidad. Tener públicamente una aventura con Chikane en Los Ángeles estaba descartado: no con tanto paparazzi al acecho. Afortunadamente los fotógrafos de Baltimore no eran tan tenaces ni acechaban en cada esquina. Lo mejor que podían hacer era disfrutar del presente mientras pudiera. Aunque todo apuntaba a que esa noche no iba a disfrutar mucho.
Intento sobreponerse a su decepción. Ella no tenía derecho alguno sobre Chikane, y no había garantías: ni siquiera a corto plazo. No era asunto suyo lo que pudiera hacer Chikane cuando no estuviera con ella. Necesitaba tener eso bien presente.
A las siete de la tarde Himeko sintonizo Informe Corona, el tabloide de televisión por cable mas sórdido de toda la programación. Pese a detestarlo profundamente, solía verlo porque le proporcionaba información sobre el niel que habían alcanzado los rumores y cotilleos que circulaban sobre ella. Corona Ueda siempre se ocupaba de los mayores escándalos del mundo de cine, y Himeko empezó a respirar aliviada cuando su nombre no salió antes de la primera pausa publicitaria. Lamentablemente, una fotografía suya apareció después.
–“Himeko Kurusugawa es un nombre que no hemos oído mucho recientemente, pero esto parece que va a cambiar pronto. Residiendo actualmente en Baltimore, Kurusugawa fue un añadido sorpresa en el reparto de estrellas de Lunar Spiral, como remplazo de urgencia de Miyako Ohtani. Kurusugawa se ganó un nombre con una serie de comedias románticas, y luego, hace ya tres años, se fue a Londres para trabajar en teatro. Solo muy recientemente ha vuelto a los Estados Unidos para iniciar una todavía breve exitosa carrera en Broadway”.
“Ahora viene lo malo”, pensó Himeko.
–“Pero Kurusugawa es mas conocida por su escandalosa aventura con la productora Chikane Himemiya, que la encumbró a la fama para luego hundirla antes de su marcha a Londres. Fueron muchos los que especularon con que la aventura pudo haber decidido su partida”.
La imagen de Chikane y ella en la alfombra roja fue sustituida por otra en la que Chikane aparecía bebiendo un vaso de tequila… encajado en su escote. Se preguntó de donde habrían sacado aquella foto.
–“Kurusugawa ha sido vista con su antigua amante en una gala benéfica del D.C., lo que ha disparado el rumor de que su retorno a la gran pantalla pudiera no tener que ver únicamente con razones profesionales. Aunque los testigos describieron este encuentro como accidental e incluso hostil, pese a que la compañía de Himemiya es la impulsora del proyecto”.
Himeko soltó un gruñido.
–“En un interesante giro de acontecimientos, sin embargo, Kurusugawa y su pareja protagonista, el rompecorazones Souma Oogami, han sido vistos desayunando relajadamente en una cafetería de Baltimore en medio de una nube de periodistas, como para dar mayor verosimilitud al romance de la pantalla. Mientras tanto, Himemiya ha estado acompañado a Setsuna Solais, la actriz principal del filme, a los mejores restaurantes de la ciudad. Es cierto que la historia de Kurusugawa y Himemiya puede haber terminado definitivamente, pero de todas formas nos encontramos con otra interesante película…”.
Corona Ueda sonrió risueña a la cámara y Himeko soltó otro gruñido.
–No sabes ni la mitad –rezongó.
–“Un portavoz de la productora afirma que Kurusugawa y Oogami son “solo amigos”, pero se ha negado hacer comentario alguno sobre Himemiya y Solais. Supongo que tendremos que esperar para ver. Está previsto que Lunar Spiral se estrene para la próxima primavera”.
Himeko apagó el televisor. Bueno, tanto Souma como ella habían hecho su trabajo, pero le parecía extraño que la compañía estuviera revelando la verdad en forma de rumores, y negándose a comentar la relación de Chikane y Setsuna prácticamente estaba confirmando una mentira. “Interesante” no era la palabra que ella hubiera elegido. Su propia vida podía ser de culebrón, al menos según Corona Ueda, pero eso tampoco era tan malo. Aquella única fotografía en la aparecía con Chikane en alguna antigua fiesta no era precisamente halagadora, pero tampoco era la peor que habrían podido utilizar. “En conjunto, la cosa no es tan grave”, decidió.
En ese momento sonó su móvil anunciando la recepción de un mensaje de texto, y Himeko echó mano al bolso para sacarlo. Era de Chikane:
–¿Estás ocupada?
–No. ¿Por qué?
–Asómate a la ventana.
Aquello sí que era extraño. ¿A qué venía comunicarse con ella mediante mensajes de texto, en vez de telefonearla? Fue a la ventana y entreabrió un par de hojas de la persiana. La calle tenía un aspecto normal: solo unos pocos coches se hallaban aparcados a lo largo de la acera. Luego, justo a su derecha, vio un fogonazo de luz, y otro más. Era el potente faro de una motocicleta aparcada más allá del resplandor de las farolas.
Las sombras ocultaban al motorista, pero Himeko reconoció la figura de Chikane, a la par que la moto. Pudo distinguir incluso el resplandor de la pantalla de su móvil mientras tecleaba otro mensaje. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? La respuesta llegó a su teléfono casi de inmediato.
–¿Quieres montar?
¿Estaría bromeando? Todavía no las habían sorprendido juntas fuera del set. La única razón por la que se atrevía a ir a buscarla allí era porque varios de los miembros del equipo y del reparto, incluido el director, residían en aquel bloque de apartamentos.
–¿Estás loca?
–Hace una bonita noche. Perfecta para un paseo en moto.
En noches como aquella, Chikane y Himeko habían dado paseos en moto hasta Santa Mónica o Venice Beach. Surgieron los recuerdos, pero se apresuro a ahuyentarlos. El sexo era una cosa, y aquello bordeaba peligrosamente el “algo más”. El siguiente mensaje de Chikane pareció leerle el pensamiento:
–Sabes que quieres.
–No. Demasiado peligroso.
–¿Por qué no?
Pensó que necesitaba una buena excusa.
–Alguien podría vernos.
–Una excusa pobre.
Le dio la razón en silencio, pero era lo mejor que se le había ocurrido.
–Pero cierta.
–No hay cámaras observándonos.
Eso también era cierto.
–Vamos.
Se quedo indecisa, luchando contra aquella parte de su ser que deseaba realmente ir. No solo porque fuera Chikane, sino porque aquello conectaba directamente con aquel espíritu aventurero suyo que tanto se había empeñado en mantener bien encerrado. Si lo dejaba escapar, aunque solo fuera por una noche, ¿sería capaz de volverlo a controlar? Recibió otro mensaje:
–¿Y bien?¿Vas a venir?
No, se dijo. No iba a ir. Necesitaba acotar todo lo relacionado con Chikane con límites y fronteras muy claros. Pero ya se había calzado los zapatos y localizado su sudadera con capucha.
–Estoy absolutamente loca –pronunció en voz alta mientras recogía las llaves y bajaba corriendo las escaleras.
Chikane se alzó la visera del casco y sonrió al verla acercarse.
–Sabia que vendrías –le entregó otro casco.
–Esto es una locura –pero ya se estaba haciendo una trenza y metiéndosela debajo de la sudadera.
Chikane la ayudo a abrocharse la correa del casco. Luego se bajo la visera y revolucionó el motor mientras ella montaba. Himeko sintió que sus piernas se acoplaban perfectamente, y en el instante en que le pasó las manos por la cintura, fue como si su cuerpo entero se fundiera con el de Chikane. Con un rugido de su potente máquina, salieron disparadas. No le había preguntado a donde iban: sinceramente, no le importaba. Chikane ejercía ese efecto sobre ella. Aquel pequeño acto de rebelión bastaba para hacerle sentirse plenamente viva por primera vez en mucho tiempo.
Apoyó la cabeza en su espalda y cerró los ojos, disfrutando de su contacto, del balanceo de la moto y de la caricia del aire. Inmediatamente se sintió transportada en el tiempo. Sobre todo cuando Chikane se detuvo ante un semáforo en rojo y echó una mano hacia atrás para acariciarle el muslo. Quería disfrutar del presente, sin más. Supo que se estaban alejando bastante de la ciudad por las luces y los olores que iban dejando atrás. Así hasta que Chikane se salió de la carretera y se detuvo en el arcén.
Himeko se alzó la visera del casco mientras Chikane apagaba el motor.
–¿Dónde estamos?
–En las afueras. Mira.
Siguió la dirección de su dedo y distinguió unas luces brillantes.
–¿Una feria?
Chikane le sonrió, obviamente satisfecha consigo misma.
–Sí. Pensé que te gustaría.
No recordaba haberle contando a Chikane lo mucho que había disfrutado yendo a las ferias con sus primos durante aquellos veranos de su infancia. El hecho de que Chikane se acordara de aquel detalle la dejó conmovida. Era algo muy dulce por su parte, de hecho, pero…
–No podemos entrar en la feria. Alguien podría vernos.
–Te preocupas demasiado. Nadie esperará vernos allí, así que ni nos mirarán. Seremos una pareja más disfrutando de la feria. Además… –sonrió maliciosa –, da la casualidad que sé que Setsuna anunció a bombo y platillo que hoy se dedicaría a explorar a fondo la vida nocturna de Baltimore. Así que los periodistas se dedicarán a perseguirla a ella y no a nosotras.
–Aun así…
–Lo sé. Ese pelo tuyo es inconfundible. Por eso he pedido prestado esto de maquillaje –rebuscó en el pequeño compartimiento de la moto. Era una peluca castaña.
–Qué original –frunció el ceño–. Aunque no me reconocieran a mí, seguro que lo harían contigo. No eres exactamente señorita Perfil Bajo.
Pero Chikane negó con la cabeza.
–En el D.C. o en Los Ángeles quizá. ¿Pero en una feria de condado en la mitad de Maryland? No es probable. Además –sacó otra cosa del compartimiento de la moto–, me he traído una gorra –a continuación le paso una mano por la barbilla –. Eres tan hermosa. Nos camuflaremos bien.
–No sé…
Eran numerosos los peligros que la acechaban y que las descubrieran no era el menor de ellos. Corona Ueda se daría un buen festín.
–Te compraré un churro con azúcar –le ofreció Chikane, halagadora–. Quizá incluso también un cucurucho de helado, si te portas bien.
La tentación era tremenda, pero no tenía precisamente que ver con aquellas promesas.
–Está bien. Pero si esto sale mal…
–Podrás matarme –su sonrisa evidenciaba que no estaba en absoluto preocupada.
Himeko se quitó el casco y dejó que ella le colocara bien la peluca. Las guedejas cafés le caían sobre los ojos, pero una mirada al espejo retrovisor le arrancó un gruñido.
–Sigo siendo yo. Solo que castaña.
–Pero nadie se fijará en ti –ladeó la cabeza y se la quedo mirando–. De todas formas, rubia me gustas más.
El casco le apretaba con la peluca, pero el aparcamiento de la feria estaba cerca. Cruzó mentalmente los dedos cuando se pusieron a la cola de la ventanilla de entradas. Contuvo el aliento, pero nadie se detuvo a mirarlas dos veces. La mayor parte del público eran grupos de adolecentes, demasiado pendientes de sí mismos para prestar atención a dos adultas.
Chikane se había calado la gorra de béisbol hasta los ojos mientras compraba las entradas. Esos zafiros eran fácilmente reconocibles. Minutos después, dentro ya del recinto, viendo que nadie parecía reparar incluso en su presencia, Himeko empezó a relajarse y a disfrutar.
–¿Es así como la recuerdas?
–Sí y no –contestó ella–. Debía de tener quince años la ultima vez –a partir de los dieciséis había empezado a trabajar más, dejando de pasar los veranos con su tía–. ¿Y tú?
Chikane sacudió la cabeza mientras compraba un enorme algodón de azúcar y se lo ofrecía.
–Yo nunca he estado en una.
–¿Nunca? –le ofreció un poco.
–No –respondió mientras lo probaba–. Espera… Creo que sí. Nos detuvimos en una feria durante una de las campañas electorales de mi abuelo. Pero no dispuse de mucho tiempo para explorarla…
La entendía perfectamente. Se preguntó en cuántos lugares habría estado ella con sus padres sin conocerlos realmente.
–Vaya, lo siento de verdad…
–Lo dices como si hubiera pasado una infancia desgraciada.
–Quizá lo fue –su propia infancia había dejado mucho que desear, pero había tenido sus periodos de vida normal, como aquellos veranos pasados en Oklahoma.
–Entonces eres la única persona en el mundo que piensa que mi infancia ha sido desgraciada en algún aspecto.
Lo dijo riendo, pero eso le evocó a Himeko otro recuerdo. Sabía que la infancia de Chikane había sido un desastre. Sus propios padres eran dechados de virtud al lado de los suyos, y ella solo hablaba de ellos de pasada, y poco. Era un tema delicado para Chikane.
–Si nunca te llevaron a una feria, quizá lo fuera.
–Mis abuelos mandaron montar una en los jardines de Tsuki ni ei para mi decimo cumpleaños. Había una pequeña noria y un carrusel. ¿Eso cuenta?
Dado que sus propios padres habían hecho algo parecido, Himeko pudo responderle sinceramente:
–No, no creo que eso cuente. Para una niña, la feria son atracciones y comida rica, pero para una adolescente es toda una experiencia social. Son los chicos, vamos.
–Entonces me alegro de habérmelo perdido –rio Chikane–. No me interesan los chicos, ya lo sabes.
Himeko la agarró del brazo y apoyó la cabeza en su hombro.
–Mira a tu alrededor. Prácticamente puedes ver las hormonas en el aire. Los chicos y las chicas circulan al principio en grupos separados, pero en seguida comienzan a mezclarse. Las chicas esperan a que el chico que les gusta las invite a meterse en el Túnel del Amor con ellos.
–La cosa tiene su atractivo…
–Y los chicos procuran lucirse en el tiro al blanco para ganar osos gigantes de peluche que regalar a las chicas. Es un rito de la adolescencia tan importante como complejo.
Chikane resopló, escéptica.
–¿Un par de veranos pasados en la América profunda hicieron de ti una experta en rituales de cortejo de la adolescencia?
Himeko irguió los hombros y respondió, toda digna:
–Los actores más famosos miraran hacia atrás y descubrirán que siempre han sido unos ávidos estudiosos de la experiencia humana.
Chikane enarcó una ceja.
–Citar a tu madre no vale.
–Está bien –con los ojos en blanco, suspiró–. Yo estaba en la adolescencia y rodeada de chicos guapos. Quería ser como las demás chicas, así que…
–Pero tú no eras como las demás chicas.
–No, pero quería serlo –se esforzó por encontrar las palabras adecuadas–. Ya sabes cómo es eso.
–No, no lo sé.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que Chikane estaba hablando en serio.
–¿Me estás diciendo que tú siempre has presumido de tu pedigrí para impresionar a los demás? –le entraron ganas de abofetearla al ver su satisfecha sonrisa–. Debería darte vergüenza…
–Las adolecentes no sientes vergüenza cuando hay chicas guapas de por medio. Somos esclavas de nuestras hormonas y hacemos o que sea necesario.
–¿Y nunca quisiste gustar a alguien por ti misma, y no por tu familia?
–Eso no figuraba entre mis prioridades.
–Eso es realmente vergonzoso, Chikane.
–El dinero y el poder atraen a la gente. Ya lo sabes.
–Bueno, tengo que reconocer que no fue por eso por lo que me interesé por ti –le confesó ella.
–Lo sé –sonrió–. Tú no necesitabas ni mi dinero ni mis contactos.
Himeko se echó a reír.
–Porque ya tenía los míos, muchas gracias…
–Exacto. Por eso representabas todo un desafío para mí.
–¿Yo? ¿Un desafío? –recordaba haberse sentido deslumbrada por su aspecto, por su encanto… por todo. Chikane era una fuerza de la naturaleza, y ella no se había hecho la difícil. “Ni entonces ni ahora”, pensó.
–Definitivamente. Eso significó que tuve que esforzarme contigo, intentar encontrar intereses comunes… Fue muy difícil.
–Me siento halagada.
–Lógico –sonrió.
Le dio un manotazo de broma, pero lo cierto era que se sentía realmente halagada. En su mundo, resultaba a menudo difícil discernir lo que era real de lo que no lo era. Contemplando las cosas en retrospectiva, sin embargo, estaba empezando a darse cuenta de que la Chikane que había conocido había sido muy diferente de la Chikane pública y famosa. Los años transcurridos y las diversas capas de dolor habían ocultado ese hecho. Pero resultaba emocionantemente volver a encontrarse con aquella Chikane.
–Y –continuó Chikane–, dado que continúas sin dejarte impresionar por mi dinero o por mi fama, voy a tener que intentar impresionarte a tu manera –suspiró exageradamente antes de entrelazar los dedos con los suyos para llevarla al puesto del tiro al blanco–. ¿Cuál de esos osos te gusta?
Con aquella frase la aventura se metamorfoseó en algo muy parecido a una cita romántica, lo cual la inquieto bastante. Pero no tanto, ni mucho menos, como la sensación que la asaltó poco después, cuando Chikane ganó finalmente el peludo oso violeta que ella le señaló. Chikane se lo entregó con una reverencia, y el corazón le dio un doloroso vuelco en el pecho.
Porque la sensación era como si se estuviera enamorando de Chikane Himemiya. Demasiado bien la recordaba. Y era muy peligrosa.

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