CAPITULO V “Interlock de un pasado y un presente que no ve un futuro… ¡La diva Setsuna Solais!”
Aunque el set estaba oficialmente cerrado para los medios, simplemente no podía permitirse prescindir de la prensa. Había que hacer entrevistas; el proyecto tenía que ser convenientemente publicitado. De manera que aunque habría preferido regresar a su caravana para huir del calor y disfrutar de un poco de paz y tranquilidad, Himeko se puso su máscara y sonrió a la sobrexcitada periodista de Insider Unlimited.
Las primeras preguntas fueron las habituales: “¿Qué se sentía al volver?¿tan entusiasmada estaba de formar parte de Lunar Spiral?”. Y Himeko echó mano de las respuestas que tenía en reserva en previsión de las preguntas que llegarían. Y que llegaron.
–Y bien, Himeko… –aquel tono de “soy tu mejor amiga” sirvió para preparar el terreno–, hemos oído que existe cierta tensión en el set entre Setsuna Solais y tú…
–Siempre hay tensión en cualquier producción. Todos estamos trabajando muy duro, muchas horas, y este verano está haciendo un calor terrible. Todo esto pone a todo el equipo algo cascarrabias –mantuvo un tono ligero de voz–. La relación entre Kana y Nami es muy compleja y emocional, y quizá algún periodista haya confundido la tensión ante la cámara con la vida real. Yo solo puedo decir que Setsuna es perfecta para el papel de Kana, y que para mí es maravilloso volver a trabajar con ella.
–Hace tres años mantuviste una muy pública y dramática relación con Chikane Himemiya. Esos antecedentes… ¿te están dificultando en este momento las cosas?
–En realidad yo no supe hasta ahora lo muy trabajadora que es Chikane, ni lo mucho que se preocupa por sus proyectos. Como productora, carga con la hercúlea tarea de hacer que todo funcione. Gestionar eficazmente una producción de este tamaño y complejidad es mucho más difícil de lo que la gente piensa. Jamás tuve la oportunidad de trabajar con ella hasta ahora, y estoy sencillamente impresionada con su profesionalidad –pensó que eso debería callar a la reportera durante un tiempo.
–¿Entonces no hay ningún problema?
–Ninguno –mintió, encogiéndose de hombros.
–¿Y los rumores que corren sobre ti y sobre tu compañero de reparto Souma Oogami?
–Serán probablemente exagerados. Nos lo pasamos bien juntos, pero es lo que suele ocurrir entre dos compañeros que se aprecian y se respetan. Tienes a alguien divertido con quien charlar después del trabajo.
Fuera o no por la decepción producida por aquellas respuestas, la periodista no tardó en darle las gracias y despedirse. Orgullosa de la manera en que había manejado la situación, Himeko bebió un sorbo de agua y saco su móvil. Convenía aprovechar aquella racha de buen humor mientras durara. Su madre respondió a la tercera llamada.
–¡Hime, querida! ¿Cómo van las cosas?
“¿Por dónde empiezo?”, se preguntó. No podía decirle a su madre que estaba metida en un melodrama que nada tenía que ver con el guion. No cuando le había dado su palabra de que esa vez sería diferente. Sin escándalo alguno que salpicara a la familia Kurusugawa.
–Estoy bien –esquivó la pregunta–. Tenía unos minutos libres y se me ocurrió saludarte.
–Yo también dispongo de un par de minutos, no más. Estamos a punto de tomar el avión para España.
–Me había olvidado. Papá tiene que recoger algún premio, ¿verdad?
–Sí. Te manda un beso.
–Dale otro de mi parte. Bueno, ya hablaremos cuando volváis.
–¿Va todo bien por allí?
–Sí, claro. Solamente vamos algo retrasados pero…
–Sí, eso siempre es un engorro. Deberías…
Himeko escuchó la voz de su padre al fondo, urgiéndola a que se diera prisa.
–Escucha, querida, tengo que dejarte. Ya sabes cómo es Ryota. Te llamaré mañana en cuanto tenga un minuto libre.
–De acuerdo. Adiós –se despidió, pero para entonces su madre había colgado. Sabía bien que aquel “mañana” significaría la semana siguiente, cuando su madre volviera a acordarse de ella.
Se sintió ligeramente desanimada, pero no sorprendida. Sus padres siempre estaban en movimiento, así había sido siempre, y ella estaba acostumbrada. De hecho, había sacado a colación aquel asunto con su terapeuta al menos una decena de veces cuando era niña, y el lema que había escuchado siempre había sido el mismo. Ryota y Yukari Kurusugawa no la pertenecían, no eran suyos: eran de toso el mundo. Eso significaba que no la amaran, sino que tenían trabajos tan exigentes que era ella la que tenía que adaptarse a sus demandas y a sus expectativas.
Quizá fuera lo mejor. No tenía sentido agobiar a sus padres con sus problemas, aparte de que ellos no habrían podido hacer nada. Se las arreglaría sola, como siempre había hecho. Y sus padres se sentirían muy orgullosos cuando la vieran en Lunar Spiral. Su madre no era la única en sentir algo de envidia: su padre se había quedado de piedra cuando se enteró de que una de sus discípulas iba a rodar la película. Había perseguido los derechos de la novela durante años. Todo terminaría saliendo bien.
Pero primero necesitaba superar el periodo de rodaje sin volverse loca, con lo tensa y nerviosa que se sentía. Aspirando profundamente, regresó a vestuario y paso por delante de la periodista, que en aquel momento estaba entrevistando a Setsuna. Acababa de rodear a su cámara cuando la oyó preguntar:
–Entonces… ¿ha habido alguna tensión entre Himeko Kurusugawa y tú por culpa de tu nuevo idilio con Chikane Himemiya?
Himeko dio un traspié, y vio que Setsuna le lanzaba una taimada sonrisa antes de volverse hacia la cámara. Pero no pudo escuchar su respuesta, tan ensordecedor era el rugido de la sangre en sus oídos.
Durante la semana siguiente se las arregló para evitar a Chikane. O casi. Evitarla físicamente sí que podía; por desgracia, la acosaba mentalmente a todas horas. Había llegado a un punto en que no podía interpretar una escena romántica con Souma sin imaginarse a Chikane durante todo el tiempo. La interpretación según el famoso “método” parecía haber adquirido un nuevo significado en su vida: casi deseaba no haber oído hablar nunca de aquella técnica.
La mayoría de las escenas que le tocaban en la película corrían paralelas a las de Setsuna, pero aquellas en las que habían coincidido poseían una fuerte tensión que encantaba al director. Una tensión en la que, una vez más, tenía que ver Chikane. Sus respectivos personajes debían rivalizar por el personaje de Souma, pero los rumores que corrían sobre Setsuna y Chikane añadían un mordiente especial a sus interpretaciones. Aunque Himeko intentaba recordarse que Chikane no era asunto suyo, el hecho era que le fastidiaba sobremanera que tuviera que relacionarse precisamente con Setsuna.
Afortunadamente no tenía que asistir a manoseos ni besuqueos en el set de rodaje, si bien la prensa publicaba cada día imágenes en la que Setsuna y Chikane aparecían cenando juntas o viendo alguna película. Incluso Souma estaba empezando a irritarse: no le importaba compartir titulares con Setsuna, pero que Chikane se los robara era demasiado para su ego. Sus “cenas íntimas” no habían llegado a suscitar tanta atención como la de Setsuna con Chikane. El ambiente del set se estaba caldeando cada vez más, y el calor reinante poco tenía que ver en ello.
Himeko tenía la sensación de estar viviendo dentro de un melodrama. Su cuenta atrás de los días que le quedaban en el set era lo único que la ayudaba a mantener la cordura. Muy pronto todo aquello acabaría mereciendo la pena. Podía conseguirlo. Por supuesto, justo cuando casi había llegado a creérselo, todo su plan se fue al garete.
Yukihito, el ayudante de dirección, que era de New York, se había sentado ese día con ella a comer un bocadillo a la sombra. Su conversación había derivado en una discusión sobre los restaurantes que ofrecían las mejores barbacoas coreanas de la ciudad. Himeko acababa de arrancarle la promesa de que visitaría su favorito cuando, de repente, Yukihito se irguió y se puso a llamar a Chikane a gritos.
–Perdona, Himeko, pero es que llevo intentando localizarla todo el día. No tardo nada.
Himeko dispuso de sus cinco buenos segundos para prepararse antes de que Chikane se sentara a la mesa frente a ella.
–Hola, Chikane. Si los dos necesitáis hablar, tranquilos que me voy.
A la par que la saludaba, Chikane le lanzo una extraña mirada que vino a decirle que era bien consciente de que la estaba evitando.
–No –le dijo Yukihito–. No has terminado de comer, y lo que tenemos que hablar no es ningún asunto de alto secreto.
Después de aquello, no tuvo motivo alguno para no quedarse sentada mientras Yukihito y Chikane se ponían a hablar del calendario. Revisó los mensajes de su teléfono, mandó un e-mail a sus padres y busco su nombre en Google para ver si había salido alguna noticia nueva en los blogs.
Oyó un “hasta luego, Himeko”, y alzó la mirada para ver que se marchaba Yukihito, hablando ya por su móvil. Eso dejó a Chikane sentada a solas con ella, en la situación más incómoda posible. Para ella, al menos. Porque la incomodidad no figuraba en el repertorio de emociones de Chikane. Parecía totalmente relajada. Vestida con una sencilla camiseta ajustada y unos jeans, lucía un aspecto fresco como una rosa, mientras que ella se sentía demacrada y desesperada por hacer una excursión a maquillaje.
–¿Cómo estas, Hime? Hace días que no te veo –recogió su bocadillo y le dio un mordisco.
–Bien. ¿Y tú?
Chikane se encogió de hombros.
–Souma y tú habéis salido en la potada del Star Track de esta semana.
“Como tú con Setsuna”, pensó. Pero el orgullo le impidió decir nada.
–Es lo que querías, ¿no?
El exagerado suspiro de Chikane resultó casi cómico.
–Yo lo que quería era un rodaje sin las complicaciones del exterior. Un circo mediático, sea cual sea el motivo, solo sirve para ponerme más difíciles las cosas.
Dado que Chikane estaba saliendo con Setsuna a efectos de publicidad, aquello sonaba ciertamente un poco falso.
–Lo de mi relación con Souma fue una brillante idea tuya.
–En realidad fue de Kyoshiro.
–Da igual. Quienquiera que fuera el responsable de provocar los rumores, hizo un buen trabajo. Habrás advertido que todas esas fotos serian completamente inocentes de no ser por esa carga de rumores.
Chikane enarcó una ceja.
–¿Así que se trata solamente de rumores?
–Por supuesto que sí –respondió, sorprendida–. ¿Cómo puedes preguntar eso?
–He visto tus escenas de amor –sonrió, con lo que a Himeko le dieron ganas de soltarle una patada por debajo de la mesa–. Son muy sensuales. Y emotivas.
Himeko sintió que la sangre se le acumulaba en la cara. Esperaba que Chikane pensara que era por el cumplido que acababa de lanzarle. La verdad la acompañaría a la tumba.
–Gracias.
–No es extraño, pues, que los periodistas piensen…
–Los periodistas tal vez, ¿pero tú? Solo la gente que nunca ha besado a alguien rodeada de gente y con una cámara a veinte centímetros de la cara podría pensar algo así. No tiene nada de romántico.
–¿Pero entonces cómo lo haces?
–Se llama “interpretación”. Seguro que estarás familiarizada con el concepto.
–Me refería a ti –frunció el ceño–. Específicamente.
–¿Por qué? –sabía que sonaba desconfiada y a la defensiva, pero no podía evitarlo.
–¿Que por qué? –inquirió, sorprendida–. Porque me interesa la técnica.
–¿Desde cuándo?
Chikane volvió a encogerse de hombros, algo que siempre la sacaba de quicio.
–Por favor, deja de hacer eso.
–¿El qué?
–Encogerte de hombros. No hagas una pregunta para luego fingir que no te importa. O te importa o no te importa.
–Me parece que lees demasiadas cosas en un simple encogimiento de hombros.
Solo porque venía a representar todo lo negativo que había tenido y tenía su relación, pensó Himeko. Pero eso no iba a decírselo.
–Lección número uno sobre técnica, entonces. El lenguaje corporal es importante. No importa que salga de tu boca o lo que signifique. Lo que la gente percibe es lo que ve. Y eso es tan cierto dentro de la pantalla como fuera.
–Pareces terriblemente amagada por algo.
–Tengo motivos para estarlo, ¿no te parece? Aprendí duramente la lección.
–Pobrecita Hime. Yo creo que aquello no fue tan terrible…
–¡Por favor! Lo único que impidió que me proscribieran para siempre de la industria cinematográfica fueron mis padres. Eso y el eterno morbo público por los desastres totales.
–Estás exagerando. Yo también estaba allí, ¿recuerdas?
–Chikane, tú tienes muchas buenas cualidades, pero “una aguda capacidad de observación” no figura precisamente entre ellas.
–Podría contestar a eso que te estuve observando muy de cerca.
Himeko ignoró su frase de doble significado para espetarle:
–Y, sin embargo, no te diste cuenta de que estaba implosionando tanto personal como profesionalmente.
–¿De veras crees en lo que de ti dice la prensa? Si yo hubiera pensado solo por un segundo que tenias la mitad siquiera de los problemas de los que te acusaban de tener los tabloides, te habría dicho algo.
–¿Más allá de “tómate otra copa, Hime”, quieres decir? Tú formabas parte de mi problema.
–Así que ese es el motivo de tu resentimiento.
–Yo no lo llamaría así. Es solo el recordatorio de una lección duramente aprendida.
–¿Qué lección?
–Olvídalo, Chikane –suspiró.
–No, eres tú quien la ha sacado a colación. Si esa es la principal causa de tu actitud hacia mí, aclarémoslo de una vez.
–Está bien. La verdad del asunto es la siguiente. Tú fuiste la droga que yo elegí, y como buena adicta me aficioné a la manera en que me hacía sentir –al principio le costó pronunciar las palabras, pero en seguida empezaron a fluir como una marea–. Y, al igual que cualquier otra droga, resultó destructiva. Cuanto más te amaba y cuanto mejor nos lo pasábamos, mas se encogía mi mundo contigo como centro. Mientras estuviera con aquella Chikane loca y divertida, no tenia que preocuparme de satisfacer las expectativas de mis padres o las del público. Pensé que podría comerme el mundo siendo simplemente yo misma y viviendo tal y como me apetecía –se detuvo para tomar aire. La invadió una extraña sensación catártica por haberlo expresado finalmente todo en voz alta.
–¿Y qué tenía eso de malo?
–Quizá a ti te habría funcionado, pero a mí… Perdí el respeto de mis colegas, de mis padres, de mis admiradores. Y cuanto peor estaba, más me dejaba convencer por ti de que la respuesta era más de lo mismo.
–Yo creía que nos estábamos divirtiendo… –la miró sorprendida.
–Y es por eso por lo que es tan peligroso –suspiró Himeko–. Y tan triste. Divertirte era lo único que te importaba, yo era simplemente la chica con la que te divertías en aquel entonces. Cuando las consecuencias de aquella diversión me cayeron a mí encima y la prensa decidió que yo me estaba hundiendo en el escándalo, tu respuesta fue que nos fuéramos a pasar el fin de semana en Baja.
–Pensé que quizá necesitabas escaparte por unos días.
–Lo que necesitaba era que te dieras cuenta de que me encontraba en problemas. Que hicieras algo más que encogerte de hombros. Quizá incluso que te dieras cuenta de que una aventura etílica en México no era en absoluto la mejor manera de convencer a los periodistas de que no estaba a punto de entrar en una clínica de rehabilitación.
–Eso explica lo mucho que despotricaste contra mí aquella noche.
–Y que por cierto no pareció afectarte. Acababa de perder un interesante contrato porque no me consideraban lo suficientemente digna de confianza tanto personal como profesionalmente, y a ti no te importó.
–No lo sabía, Hay una diferencia.
Himeko estaba hirviendo de indignación. Al diablo con su intención de no dejarse provocar.
–No cuando la razón por la que no lo sabías era porque te importaba tan poco que ni te molestabas en preguntarme.
–Así que es de eso de lo que te resientes: de que yo no era exactamente lo que tú querías en aquel momento exacto de tu vida. Te recuerdo que el mundo no gira a tu alrededor.
–Pero tiene que girar alrededor de algo –cruzó los brazos sobre el pecho–. Has perfeccionado el arte de la indiferencia. Así que aquí tienes la ultima causa de lo que tú denominas mi resentimiento. Yo necesitaba una adulta, una compañera… y no otra adicta que necesitara de mi colaboración para burlarte del mundo.
–¿De modo que todo fue culpa mía?
–Yo asumí la responsabilidad de mis propias acciones estúpidas, y he pagado un alto precio por ellas.
–Para parafrasear a mi cuñada, nuestros errores son lo que nos convirtieron en las personas que somos ahora. Parece que tú lo estás haciendo muy bien.
–Como tú. Y eso es lo peligroso para cualquiera que caiga en tu radio de acción. No negaré que aprendí mucho y que me divertí mucho mientras duró lo bueno. Pero eso no quiere decir que no esté autorizada a tener remordimientos.
–Me alegro de que por fin lo hayas admitido.
–¿El qué? ¿Qué tengo remordimientos?
–No. Que te divirtieras.
–¿Sabes, Chikane? Debe de estar bien eso de tener el mundo a tu disposición y no preocuparte de nada. Pero el resto de la humanidad no tiene esa suerte. Y probablemente sea mejor así. El mundo tiene ya bastante con una sola Chikane Himemiya.
–Me alegro de ser única.
Solo Chikane podía sonreír de aquella forma, consiguiendo que la frase sonara encantadora y no odiosa. De manera extraña, Himeko se sintió más tranquila. Estaba claro que nunca llegarían a una solución, pero al menos ella se lo había dicho todo.
–¿Sabes una cosa? –rio por lo bajo–. En cierta forma, yo también me alegro.
–¿Qué quieres decir?
–Sinceramente… no lo sé –no había palabras para describirla–. Me gustas, Chikane. Después de todo lo que hemos vivido, es imposible que no me gustes. Pero no estoy segura de que me guste yo misma cuando estoy contigo. De modo que se trata de una verdadera contradicción… que entiendo es mejor resolver manteniéndonos alejadas la una de la otra –barrió las migas de su bocadillo de la mesa y se levantó.
–Hey, Hime.
Se volvió.
–¿Quieres saber lo que yo recuerdo de ese viaje a Baja?
El ronroneo de su voz le provocó un escalofrió pese al calor reinante, mientras que el brillo de sus ojos le aceleró el pulso. Le dolía el corazón de pensar en Baja: aquella aventura venia a simbolizar su relación. Durante tres días se había perdido completamente en Chikane, inconsciente de que en casa su vida se había estado incendiando… y sin que le preocupara tampoco. Había decidido que estaba enamorada, pero aquel sentimiento se había estrellado contra la realidad, y recordaba demasiado bien el violento desengaño que luego sufrió.
–En realidad, no.
–La Hime que huyó a Baja sin pensárselo dos veces no estaba viviendo su vida con temor o preocupación, ni refunfuñando tampoco en plan desaprobador. Quería verlo todo, hacerlo todo, experimentarlo todo. No tenía miedo de nada. Esa Hime era increíble. ¿La echas de menos?
Aquella herida le llegó hasta el hueso. Maldijo para sus adentros, porque tenía la inequívoca sensación de que Chikane también lo sabía, y de que lo había hecho a propósito. Se sentía una impostora, como si se hubiera estado mintiendo a sí misma con su nueva actitud y Chikane acabara de desvelar la verdad que se escondía debajo.
–Chikane, por muy encantadores que sean todos estos pequeños viajes al pasado, no son… pertinentes ni aquí ni ahora. Y me gustaría concentrarme en el ahora y partir del aquí.
–Entonces deja de preocuparte tanto por el pasado. Vamos. Eso ya no importa.
–Para ti es fácil de decir. A veces envidio esa capacidad tuya, pero a mí me preocupan otras cosas aparte del pasármelo bien.
–¿Y crees que a mí no?
–Se que a ti no.
Otra vez aquella mirada. La única que Himeko no podía descifrar lo suficiente como para juzgar su reacción a sus palabras. ¿Cómo se atrevía a minimizarlo todo y a olvidarlo con uno de sus legendarios e irritantes encogimientos de hombros? El silencio se fue prolongando y ella se quedo sin saber que decir. “La retirada” se le antojo la opción más segura, y también la más cobarde.
–Me voy a maquillaje. Adiós.
A su espalda, le pareció oír a Chikane riendo por lo bajo.
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LA VICTORIA DE UNA SUERTE
DiversosSi Estados Unidos tuviera familia real, esa sería la de los Himemiya. La prensa sensacionalista se había cebado con la pareja formada por la productora de cine Chikane Himemiya y la impetuosa actriz Himeko Kurusugawa. Hasta que Himeko huyó de las ca...