Hay algo en esta chica, Granger, que me da mala espina.
Como si hubiéramos sido viejos amigos que hubiesen dejado de hablarse. Pero es simplemente imposible, ¿Gryffindor y Slytherin? ¿Viejos amigos? Sí, claro. El basilísco y Myrtle la llorona también.
De todos modos, ¿por qué no puedo recordar a Granger? ¿No se supone que estudiamos juntos desde primer año?
Recordaba a todos los perdedores de los que me burlaba con Crabbe y Goyle desde el primer año. Pero a ella no.
Una vez decidí preguntarle a Crabbe al respecto y me contó que solo era la sabelotodo de Gryffindor que se la pasaba con los perdedores más molestos de Hogwarts: Potter y Weasley.
De ellos sí que me acordaba, esos desgraciados.
Y el hecho de que ella fuese amiga de ese par no me inspiraba mucha confianza tampoco.
Menos aun el hecho de que la veo y no puedo decir de dónde vino. Como un hechizo que te deberías saber y sin embargo se queda en la punta de tu lengua.
Ella me hacía profundizar el ceño fruncido que ya de por sí siempre llevo encima.
¿Cómo pudo pasar desapercibida todos estos años? No... algo no terminaba de encajar.
Finalmente, la conseguí sola detrás de una columna cerca del Gran Salón y me le acerqué. Estaba mirando fijamente a la columna. Esa chica era rara, eh.
Era un lugar en el que podía vigilar si alguien venía y en el que nadie podría vernos.
Respiró hondo cuando me paré frente a ella, como si hubiera estado esperando que lo hiciera hace tiempo.
Algo sobre ese lugar... bailaba en mi mente ¿Qué había pasado ahí? Tranquilízate, Draco, estás enloqueciendo.
Demonios, me iba a dar migraña.
—Finalmente —dijo luego de un momento.
—¿Finalmente qué? —pregunté irritado.
Debía bajarle dos a mi molestia, no había modo de que esta chica me fuera a contestar nada con ese humor.
—Olvídalo —contestó.
—Hay algo sobre ti... algo raro —le dije con sinceridad—. No me gusta. Necesito respuestas. Pronto.
—Pues... eh, yo... yo... —empezó a tartamudear. Por el rabillo del ojo vi a dos chicas acercándose. Debía irme. No me podían ver con esta cría nerviosa junto a mí. Piensa, Draco, rápido.
—Consígueme a la hora del almuerzo en la sala de menesteres —le dije y me miró sorprendida, como si acabara de descubrir su más grande secreto —. Sí, sé que sabes de lo que estoy hablando —le guiñé un ojo ¿qué? —. Piensa en una, eh, biblioteca —no tuve ni idea de por qué una biblioteca en ese momento, fue lo primero que se me ocurrió. Si era posible, abrió los ojos todavía más.
Sus grandes ojos oscuros fueron lo último que vi antes de darme la vuelta y desaparecer por el pasillo.
Pero esperaba que no fuera la última vez que los viera ese día.
Y, efectivamente, no lo hice.
Justo a la hora del almuerzo me acerqué a este pasillo que me tenía intrigado desde hacían algunas semanas.
Ser parte de la Brigada Inquisitorial de la que siempre me jactaba me había dado ciertos, eh, privilegios, tales como responderle todavía peor a Filch, castigar gente solo por diversión y, mi favorita, vagabundear alrededor a cualquier hora. Lo que me permitía visitar al que tal vez fuera mi lugar favorito de todo el castillo.
La Sala de Menesteres.
Pansy Parkinson me habló de ella.
Es una sala que te da lo que necesitas exactamente cuando lo necesitas. Todo lo que tienes que hacer es pedirlo.
Desafortunadamente, no me sirve para conseguir un lápiz encantado específicamente para hacer mis tareas aburridas de Artes Oscuras. Así que la uso para estar solo.
Últimamente estaba pidiendo una biblioteca. La Biblioteca de Hogwarts específicamente. Me recuerda a ella.
Tal vez por eso le pedí que pensara en una biblioteca, no lo sé.
Casi inmediatamente después de entrar a la Sala, la vi.
Había cumplido su promesa. ¡Realmente estaba ahí!
De acuerdo, cálmate, Draco. Pareces puberta.
—Viniste —le dije cincuenta veces más calmado que como lo ensayé, pero igual de sugerente.
¿Por qué estaba feliz de verla, de todos modos? No muchas cosas me hacen feliz, y sin dudas una sabelotodo no es una de ellas.
No lo es, ¿verdad?
—¿Y bien? —le dije. Y decidí borrar por completo mi ceño fruncido. Entonces me miró como si no hubiera visto eso venir — Mira —continué, ignorando su gesto y dándome cuenta de que no sabía qué decir—. Hay algo que me parece sospechozo acerca de ti. ¿Cómo es que no recuerdo la primera vez que te vi? ¿O verte levantar la mano en clase en segundo año? ¿O al otro lado del Gran Salón con tus amigos?
Se mordió el labio, parecía querer salir corriendo. ¿Pero cuál era su nerviosismo? No era como si pudiera alejarse de la verdad para siempre. Me di cuenta de que conseguir respuestas de ella iba a ser más difícil de lo que pensaba.
Decidí acercarme a ella con discreción. Esto podría igualmente hacerla hablar o salir corriendo. Mi padre lo llama presión social, él lo usa todo el tiempo. Pero, en mi caso, obviamente no es uno de mis fuertes.
Dio dos pasos hacia atrás y sin seguirlo pensando optó por salir corriendo. Desafortunadamente para ella, yo era más rápido que eso.
Saqué mi varita y grité:
—¡Petrificus Totallus!
Me acerqué adonde la estatua de Hermione había quedado y la miré realmente enojado.
—¿Qué estás intentando esconder? —le pregunté, pero mi voz no reflejaba para nada la expresión de mi rostro. Sonó apacible, como si estuviera hablando con un niño pequeño.
Odiaba lo que ella había hecho conmigo. Todas esas cosas extrañas que hacía cuando ella estaba cerca. ¿De qué iba todo eso?
—Finite incantatem —dije, pero no contaba con que se había petrificado a mitad de un movimiento de escape y, en cuanto anulé el encantamiento, tropezó y corrí a sostenerla antes de que cayera.
Ajá, ahí está otra vez. Una cosa que en cualquier otro contexto no haría.
Me aparté y me contuve para no darme a mí mismo un golpe en la frente.
¡Contrólate, Draco!, me dije como por quinta vez ese día.
Lo siguiente que ocurrió fue como darse un baño de agua fría al recién despertar.
Respiró hondo y estaba temblando.
—No te enojes conmigo...
—Al punto, Hermione.
—Pues... puede que no te lo creas pero... —y me empezó a contar la historia que ustedes ya se saben y, efectivamente, no me lo creía, hasta que llegó a la parte de nuestro primer beso en la Biblioteca y cómo me veía culpable luego de eso y lo recordé todo.
Mi dolor de cabeza desapareció. Un peso cayó de mis hombros y me sentí completo una vez más.
Ni siquiera la dejé terminar.
Ya la estaba besando, como si fuera la primera vez. Me devolvió el beso. Justo donde y como lo habíamos hecho en tercer año.
Solo que, esta vez, ninguno de los dos quiso parar.
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Dramione
FanficLa historia que nunca supiste sobre Draco y Hermione, desde el principio.