El Príncipe Mestizo

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Draco Malfoy


Todo iba bien en mi vida ¿saben? No hallaba de qué quejarme. Por supuesto, no podía expresar mi felicidad en público, así que lo hacía en privado. Ya saben, con ella.

Finalmente habíamos decidido cómo seguir adelante sin necesidad de encantamientos ni separaciones. Y era, simplemente, seguir juntos en secreto.

No había sido muy complicado, tampoco. Incluso habíamos quedado en fingir amar a otras personas. Ella escogió al que primero se le atravesó, el tal Weasley, y yo a Pansy Parkinson. Me sentía mal por Pansy, sin embargo. Ella genuinamente pensaba que sentía algo por ella, pero mi corazón estaba bastante lejos. Por allá en la torre de Gryffindor.

Acabo de leer lo que escribí y es bastante cursi, y lo siento, pero era verdad. Esa chica me tenía loco.

Y pensar que le había dicho sangre sucia hacía tan solo cuatro años... no tenía ni idea de que estaba cubriendo un enamoramiento sin remedio.

Porque sí, la amaba. Amaba a Hermione, siempre lo había sabido.

Ella también me amaba, o eso decía. Aunque parecía muy comprometida con Weasley.

No le había preguntado al respecto. Tampoco creía que lo hiciera jamás.

También tenía otras cosas de las que preocuparme. Apellidarme Malfoy iba a costarme caro muy pronto. Me habían encomendado una enorme tarea que no creía poder hacer y me carcomía por dentro. Solo fingía no sufrir frente a Hermione y los demás. No quería que sospecharan.

Simplemente no podía hacerlo. Incluso había ensayado en mi mente cómo y cuándo lo haría, pero no podía terminar el pensamiento. Yo no era así.

Sé que mis padres creían que era capaz de hacer tal atrocidad. Pero en realidad no. Ellos no me conocían. Solo Hermione.

Si fuera capaz de matar a alguien, en ese momento, me hubiera matado a mí mismo.

Pero no creo que funcione así.

De todos modos, creía que era necesario decirle a Hermione toda la verdad y decidí hacerlo. Antes de la fecha acordada, antes de fallar, antes de quedar como escoria entre los mortífagos.

Invité a Hermione, el día de mi cumpleaños, de nuevo a la Sala de Menesteres. Solo que ahora le pedí que deseara un lugar para esconder cosas.

Esta vez, sí que se tardó. Tuve que salir y buscarla yo mismo.

Se disculpó como diez veces antes de sacar un cupcake de su túnica y entregármelo. Decía "Dramione" con letras verde y naranja.

Era la palabra más estúpida y bonita que jamás se le habría ocurrido. Me reí bastante con ella. Me pareció extraño escuchar mi propia risa, pareciera que no la hubiera oído hacía tiempo.

Cuando finalmente me calmé, la besé. Solo ella podía hacerme sentir de ese modo en medio de un momento tan horrible en mi vida.

Lo que me hizo recordar realmente a qué había ido.

Nos sentamos a comernos el cupcake en completo silencio. Yo solo podía mirarla. Solo podía pensar en qué demonios haría sin ella.

Porque, seamos honestos, después de lo que tenía que decirle me iba a dejar. Y si no... bueno, en realidad no lo sabía en ese momento. Pero ella no podía sufrir de ningún modo. Aunque, con tal de hacerla feliz, incluso me arrojaría frente a los rieles del tren de Hogwarts.

Dijo algo que no escuché y me miró muy seria.

—¿Qué? —pregunté.

—¿Qué te pasa?

—¿Eh?

—Haz estado distante y casi ni me miras cuando hablamos ¿qué te pasa?

No supe qué responder, solo fruncí los labios y miré hacia una pequeña pila de libros que había en el suelo.

—¿Ves? Justo así —me reprochó.

—Si tú fueras yo, no quisieras mirarte a los ojos tampoco.

Casi pude oírla fruncir el ceño, pero no subí la mirada. Suspiró.

—¿A qué te refieres con eso? —dijo. Hermione, no lo hagas difícil...

—Si te lo digo, prométeme no decírselo a nadie.

—No necesito prometértelo, sabes que de todos modos no podría decirlo sin decir de dónde lo sé.

Ese pequeño comentario me hizo reír, pero esta vez de ironía. Ya ni siquiera me importaba que la gente supiera o no que estábamos juntos.

—Pero esta vez sí, Hermione. Necesitas prometérmelo.

—Pero...

—Promételo.

—Está bien. Lo prometo.

Y entonces le mostré la marca de los mortífagos que me habían puesto en el brazo y que odiaba con toda mi existencia. Eso no era tan malo como lo que le diría a continuación. No quería, pero se lo conté. Le conté que me habían encargado matar al director de Hogwarts y que debía hacerlo dentro de muy poco. También le dije, aunque estaba de más, que me sentía tan horrible al respecto que preferiría matarme a mí mismo. Pero que, si no lo hacía yo, lo haría alguien más y debía tener por seguro que me matarían también. Y estaría agradecido.

Le dije que estaba bien si decidía irse. Que lo entendería completamente. Que yo también me dejaría si pudiera.

Me frotaba la cara con las manos con furia y terminé golpeando un armario cerca de mí y me sentí bien enseguida. Ni siquiera sentía el dolor.

No podía estar bien con Hermione, no podía estar bien con los mortífagos. No podía estar bien conmigo mismo.

Podía oírla gritando mi nombre, pero se oía distante.

Me di cuenta de que había empezado a llorar de la rabia. Me cubrí la cara con las manos.

Empecé a disculparme repetidas veces, y ella solo me abrazaba e intentaba consolarme. Pero yo sinceramente no creía que lo lograría. Habían tantas cosas mal acerca de mí que creía que ni siquiera ella podría solucionar esta vez.

—Lo siento —dije una última vez.

—Draco —me dijo mientras me quitaba las manos de la cara y por primera vez desde que habíamos entrado a la Sala de Menesteres, la miré a los ojos.

Seguramente yo me veía como un manojo de nervios, con los ojos hinchados y el cabello despeinado y la túnica sucia. Y tal vez ella se veía un poco igual, pero yo no podía notarlo. Porque ella era toda la felicidad que había en mí y no podía ver nada malo en ella. Se veía preciosa. Ella era buena. Seguramente ella triunfaría después de todo. Pero yo no podría estar ahí con ella.

Eso me entristeció en sobremanera.

—Todavía te amo —dijo.

Eso me entristeció aun más.

—El problema es que necesitas ser feliz —me miró extrañada—. Y eso no es conmigo, Hermione.

Eso hizo que frunciera el ceño.

—No estarás diciendo que...

—Sí, lo hago.

La besé por la que tal vez sería la última vez, y estoy seguro que le supo a despedida. Sus ojos se aguaron y empezó a negar con la cabeza.

—No puedo hacer esto.

Suspiré.

—Adiós, Hermione.

Empecé a caminar hasta la salida y, una vez estuve allí, volteé a verla. Me miraba de vuelta con ojos tristes y lágrimas rodando por sus mejillas.

—También te amo —susurré.

Estaba seguro de que ella estaba rota por dentro.

Justo como lo estaba yo.

DramioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora