MPREG (VI)

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Aquellos encuentros se siguieron repitiendo y pues debo decir que me acostumbré a la novedad con increíble rapidez, sin embargo, alrededor de un mes transcurrió y nada pasó, del resultado que anhelábamos no veíamos rastro alguno y por eso regresamos con Sebas.

El rubio frente a mí me miraba de forma algo burlesca mientras batía las cejas de arriba hacia abajo. Quise golpearlo, de hecho, estuve a punto de hacerlo, pero por suerte para él, decidió dejar sus tonterías y empezar a ser útil.

—Bueno, me alegra que hayan tomado una decisión y llegado a un acuerdo. Sin embargo, ¿quién dijo que pasaran directo a la práctica?

Mi nivel de ira creció y estoy seguro de que lo miré con cara de asesino serial porque volvió a reír de manera burlesca el desgraciado.

—Les explico, Tobías tiene cuarenta y cinco años, necesitará una ayudadita de la medicina para impulsar la fertilidad. ¿Me entienden?

—¿Lo dices en serio? —pregunté con mala cara y él asintió sonriente.

—Claro, Tob, ¡es ciencia!

—Conque eres tú el de la frasecita.

Sebas se soltó a reír a carcajadas de la manera más burlesca posible y mi instinto homicida creció.

—Habría matado por ver tu cara con la explicación de Tadeo.

Mi esposo, sentado junto a mí, había estado conteniendo la risa todo el tiempo, pero ya no pudo más, estalló en una fuerte carcajada mientras intentaba disculparse en bajo. No podía, la risa le ganaba.

Sebastián sacó una serie de píldoras que según eran hormonas y debía tomar para impulsar la fertilidad, aunque el desgraciado seguía hablando entre risas, pese a mi cara de pocos amigos.

—¿Ya con esto será suficiente? —pregunté entredientes, tenía cero ganas de continuar aguantando a ese idiota.

—Por supuesto y claro, seguir la práctica.

—¡Cállate ya, idiota!

—Shh, shh, usted, flojito y cooperando.

Ya no aguanté más salté sobre el escritorio, provocando todo un desastre en el proceso y empecé a zarandearlo, pero ni aún así el desgraciado dejó de reír o burlarse, al contrario, en medio de todo solo dijo: "ahora tienes que pagarme eso". Lo solté en cuanto Ricky fue conmigo y consiguió convencerme de enmendar todo el lío.

—Ya, chicos, fuera de broma. —Sebas volvió a hablarnos en tono risueño, aunque más calmado, una vez organizamos el desastre que provoqué—. Me alegra verlos felices e intentando ampliar la familia, de verdad, espero que todo salga bien; sabes que te quiero, hermano.

Un abrazo compartimos, él me besó la mejilla y luego nos despedimos; por supuesto, en medio de bromas porque no sería Sebas de otro modo.

Inicié el tratamiento apenas llegamos a casa y bastó una semana para comenzar a ver efectos colaterales de esa maldita cosa. Mi sensibilidad aumentó, la primera vez que lo noté y maldije a Sebas, veíamos una película: allí estaba yo, llorando como imbécil porque la pareja se separó a media película, pude ver incluso a Tadeo tragarse una carcajada.

Conforme pasaban los días con el tratamiento, las cosas se descontrolaban más y más, ¡malditas hormonas! Y si la sensiblería barata no era suficiente, sin duda, los ataques desmedidos de calentura en el trabajo se estaban volviendo imposibles de sobrellevar. Antes, hubiese podido manejarlo con la ayuda de Margot o cualquiera de las chicas de Murano; sin embargo, mi antiguo yo hacía mucho que quedó en el pasado, entonces, debía esperar a finalmente estar en casa junto a mi querido esposo para atacarlo.

No te esperaba II: EspecialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora