En la madrugada

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La oscuridad cubría la ciudad Elizabeth dormía plácidamente en su suave cama junto a su minina blanca.

Sus sueños se vieron frustrados cuando una llamada llego a su móvil; Tallo sus ojitos mientras llevaba el móvil a su oído para responder pasando de largo el nombre del contacto.

—Diosas, ¿quien llama a esta hora?—pensó molesta —¿hola?— contesto con voz ronca por el sueño.

—¿Elizabeth?, perdón por llamar a esta hora— su tono preocupado al otro lado de la llamada causo que la peliplata se pusiera de pie desvaneciendo todo el sueño.

—Hola Zeldris, ¿sucede algo?— espero por unos segundos hasta que su voz se hizo presente.

—Es mi hermano— el azabache miro al fondo del pasillo con el rostro preocupado —lo encontre inconsciente en la cocina— poso su mano en la frente denotando su molestia.

—Hmm...— emitió un sonido preocupado pensando en la posible herida abierta —ya voy para allá, espero que no sea nada grave— se levantó de la cama a prisa buscando algo para cambiarse.

—Ya mandé al chófer por ti, gracias Elizabeth— colgó el teléfono de camino hacia la habitación del rubio.

Parecía sentirse mal, sudaba y se removía constantemente. ¿Como terminó así?

Elizabeth llego tan pronto encontró al chófer en la recepción. Quien la recibió fue Zeldris que parecía indicarle que fuera silenciosa.

Rápidamente fueron hasta la habitación del rubio mientras en el camino le explicó lo que había pasado.

—Meliodas está muy inquieto— comento casi susurrando.

—No te preocupes, ahora veré qué sucede, supongo que algún esfuerzo lo daño— trato de calmar al azabache preocupado.

Al parecer estaba más preocupada que de costumbre, tan pronto entro a la habitación el ojiverde la dejo a solas para poder revisar al rubio.

Camino silenciosamente hasta la cama y saco todo lo necesario para inspeccionar la herida, se limpio las manos y quito las sábanas que lo cubrían. Otra vez esa vista de el sin su camisa, sin embargo no presto atención más que al lugar sangrante de su cuerpo.

Quito con cuidado cada venda hasta llegar a la herida; como lo suponía se había esforzado demasiado. Limpio y curo nuevamente con cuido, estaba por poner las vendas nuevamente cuando despertó adolorido.

—¿En donde estoy?— pregunto quejándose aún por el dolor.

—Señor Meliodas, perdoname si lo desperté— miro a los verdes que parecían dudosos —¿Se encuentra bien?—

—¿Que paso?— trato de levantarse hasta que la peliplata lo detuvo tocando sin querer su cuerpo.

—No se levante todavía, aún no he puesto las vendas— sus palabras quedaron como eco en la habitación cuando el rubio miro las manos de la peliplata en su cuerpo a lo que ella solo se retiró con delicadeza —solo necesito poner las nuevas vendas y estará listo—

Pasados algunos minutos envolvía cuidadosamente la herida. Sin querer no podía dejar de admirar el cuerpo trabajado por el ejercicio ligeramente mojado por el sudor.

—¿Hmm?— emitió un sonido de cuestionamiento —¿que tanto miras?— su tono era dulce y gracioso.

—¿Huh?, no nada— respondió nerviosa.

—Anda, puedes decirme con toda confianza— alentó nuevamente con su tono juguetón.

¿Por qué ahora era tan dulce y amable?, por dos razones. La primera era que ahora que la conocía bien y se había percatado de que era muy sensual como inteligente, y la segunda era que hace unos días se había roto el hielo con sus conversaciones.

Un dulce...¿demonio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora