III

3 0 0
                                    

Desperté sin poder oír la voluntad de quien es todo, mareada y con la conciencia agitada. Al recordar lo que había sucedido, a mi parecer, momentos antes, me puse en pie, alarmada por una sensación de peligro que no podía terminar de ubicar. Miré compulsivamente mis alrededores, tratando de encontrar el origen del instinto cazador que se respiraba en el aire.

- Estirpe traidora, fuera de estos terrenos que tu especie corrompió por su afán de ambición o enfréntate a la muerte. - Me dijo en una lengua cantarina un individuo alto, de ojos ambarinos rasgados y orejas puntiagudas.

- ¿Mi especie? No pertenezco a ninguna, soy una diosa, ¡vuestra creadora! No sois digno de amenazarme si quiera. Ahora marchaos, he de reflexionar acerca de mi condición actual. - La confusión, indignación y miedo que me atenazaban amenazaron con manifestarse en una lágrimas que tragué por orgullo y en las palabras que dirigí al insolente elfo.

- ¿Acaso sois vos Lwyp, o Liampe, los únicos dioses verdaderos entre el panteón? -Hizo una pausa en la que fingió pensar-. No, no lo sois, sois demasiado orgullosa y arrogante, justo como cualquiera de los humanos; y como diosa solo podríais ser una diosa tan cruel como lo es Kint. Este es el último aviso, marchaos o sucumbid ante el juicio de las piedras.

- ¡Imbécil! ¿Tanto os ha cegado los regalos que os dimos que ahora os atrevéis a negar nuestra propia existencia? ¿Mi hermano y yo os creamos, os creamos a todos; dimos forma al jardín para vosotros y cuidamos y protegimos a cada una de vuestras especies solo para conseguir un desprecio como este? De haberlo sabido habríamos dejado que los terceros dioses os hubieran barrido del jardín.

- Valientes palabras de alguien que clama una posición mucho más elevada que la que le corresponde. Si tanto insistís en ser una diosa venid, se te someterá al juicio, y una vez seas proclamada mentirosa y culpable solo tendremos que encargarnos de deshacernos de tu estatua.

No me digné a responderle, pero dirigí una mirada a nuestros alrededores solo para distinguir entre los árboles una gran cantidad de elfos que habían estado observando la escena. También, a lo largo de toda la conversación y tras ella, miré mi cuerpo, antaño indefinido, que se había convertido en humano.

El elfo cuyo nombre desconocía comenzó a andar a altas velocidades, puede que en un intento de dejarme atrás, forzándome a prácticamente correr para poder seguirle el ritmo. Mantuvimos el ritmo hasta llegar a un río, que abrimos con magia y atravesamos, y posteriormente a la enorme villa de la que provenían toda la escuadra de elfos que me habían encontrado.

- Espera aquí, no pienses si quiera en entrar, serías abatida antes de dar dos pasos. Esto -hizo una seña que englobaba toda la aldea- es sagrado, y tú, aunque entiendas y hables nuestro idioma, no eres bienvenida. Vigiladla. - Alcanzó a ordenar a sus compañeros antes de adentrarse en la marea de árboles, cabañas y elfos.

Inmediatamente después de dar la orden sus compañeros me sentaron en el suelo mientras dos se molestaron en apuntarme con sus arcos tensados. Me mantuvieron en espera durante casi un cuarto de sol, tanto tiempo que me permitió organizar mis pensamientos, todos los sucesos que habían ocurrido desde la última conferencia que tuvimos con Santraz y cómo se suponía que iba a administrar mi situación.

- Humana conocedora del lenguaje fayu, no sois bien recibida, y menos si os proclamáis una deidad creadora. Khel -el elfo que me había dejado esperando se giró- hazla pasar a la plaza, todos serán testigos del juicio. Y vos, rezad a vuestro dios por ver un nuevo amanecer. - Tras lo cual el elfo que había salido a "recibirme" volvió a adentrarse en la villa.

- Ya has oído a Padre, sígueme muy de cerca y no pienses en ningún momento en escapar. - Sin esperar una respuesta se perdió entre las mareas de casas y elfos, forzándome a correr para poder alcanzarle.

No dije nada cuando llegué a su altura y él tampoco me dirigió la palabra. Parecía regocijarse en lo que suponía que serían los últimos momentos de mi vida antes de ser al juicio. Llegamos a la plaza sin la necesidad de adentrarnos en exceso entre el extenso bosque que constituía todo el pueblo. Habían dejado un montón de piedras que se esparcían desiguales alrededor del semicírculo donde se me iba a juzgar, y miles de elfos estaban de pie y sentados para contemplar como el propio hecho.

- Entra en el semicírculo y no hagas movimientos bruscos que fuercen a tu ejecución. - Masculló Khel antes de empujarme al interior.

- Humana, di tu nombre y tu posición dentro de tu pusilánime sociedad. - Exigió el elfo que Khel había llamado padre.

- Me llamo Aria, en la humana y para todas las sociedades de nuestras creaciones soy una de sus dos creadores. - Una aspiración agitada de asombro a mi alrededor me indicó que algo había pasado, o no lo había hecho.

- ¿Tienes algo que pueda reforzar tu declaración? - Inquirió el anciano elfo, con un tono considerablemente más relajado que al principio.

- No, fui condenada a esta forma por Santraz en la gran guerra y no tengo nada de lo que antes fue mío, pero continúo conservando parte de lo que soy. Magia, pero no vida ni muerte, supongo que eso fue sentenciado a seguir siendo divino o a volver al equilibrio. - Exclamaciones de rabia y asombro se manifestaron entre el público, y esta vez nadie trató de acallarlas.

- ¡Mi señora Aria! ¡Cuánto tiempo he esperado para verla de nuevo, a vos y a mi señor Alen! ¡Le suplico que me perdone la incompetencia que condenó a muerte a mi señora Rontas! - Una joven, de estatura media, castaña y de ojos grises tristes salió de entre el público con una expresión al borde de las lágrimas.

Empujó a la multitud de elfos y se acercó hasta llegar al borde del semicírculo, exhibiendo sus alas, su halo quebrado y una mueca de desesperanza e impotencia en su excesivamente bello rostro.

- ¡Tú! ¡Inútil sirviente, se te dio la responsabilidad de salvaguardar a Rontas, a una diosa perfecta, mucho más de lo que eres y serás! ¡Es una vergüenza que siquiera portes esas alas! El mayor error que cometimos fue encargarles a los ángeles algo como la protección de un dios. - Escupí el veneno de la indignación, impotencia y tristeza que me habían provocado la noticia de la muerte de Rontas a la responsable de su seguridad.

- Lo sé mi señora, sé que no soy merecedora de estas alas, y que nunca debí de haber cargado con la protección de mi señora Rontas. Castigadme si así lo deseáis, pero los otros ángeles aún no fallaron en su misión, siguen castigando a los humanos y a las bestias llamadas sombras que creó mi señor Alen.

- Creo que es mejor que tratéis este tema más allá de nuestra comprensión en un ambiente más privado. Se os conducirá a ambas al árbol que teníamos preparado para la diosa Lwyp, espero que lo encontréis de vuestro agrado. - Interrumpió la discusión el elfo padre.

Durante nuestra corta conversación todo nuestro ambiente había enmudecido, en una mezcla entre asombro y temor. Los árboles habían dejado de cantar, los gólems que los servían se habían paralizado y los elfos estaban silenciosos como muertos. Aún no me había dado cuenta, pero había liberado la magia, que no sabía que controlaba, de mi interior.

- Claro, llevadnos allí. - Solicité sintiendo como el nudo de garganta que tenía se me estaba deshaciendo, y con él toda la quietud y el silencio que se había aparecido.

Historias de un Origen: Las tres partes de una diosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora