La melodía amarga resonaba en aquellas notas musicales.
El artista gritaba en el alma ese santo nombre, por ello estaba sentado en aquel polvoriento cuarto que los acompañó toda una vida.
Sus dedos heridos teñían las teclas, manchándolas con lágrimas y sangre. Con los ojos cerrados recreaba una vida entera en cada sonido que emitía su triste piano.
La campana anunció la hora de la sepultura.
De prisa se levantó de su lugar, ella se iría para siempre, se despidió entonces de su viejo piano, sin su amada no habría más motivos para deleitar al mundo con su arte.