La bestia sin rosas

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Había pasado una semana desde que la Bestia se había manchado de sangre las manos por última vez.

Todos en la capital, temían que la tragedia se repitiese otra vez. La Bestia, así lo denominaban, esas seis letras juntas habían sido creadas tan solo para él, para una criatura que pudiese atormentar a toda una ciudad sin ser visto.

Algunos piensan que es un animal, otros un hombre que había dejado su humanidad a un lado hace mucho tiempo. Nadie sabe quién o qué es con exactitud pero aun así todos hablan de él. Crean blogs o cuentas en redes sociales intentando difundir un retrato robot suyo, su figura en las sombras de callejones que habían sido grabadas, incluso le ponen hasta nombre, pero sus divulgaciones se basan en conjeturas sin sentido.

La ciudad se había sumido en un pozo de desesperación en el que todo el mundo dudaba del que tenía al lado.

Por suerte o por desgracia, aun había gente que conservaba confianza en las calles de la ciudad, y en la gente que la habitaba y Bella era una de ellas.

-¿Cuántas quiere llevarse?- le pregunta a la mujer mayor que tiene al otro lado del mostrador-.

La señora, de unos setenta años, señala las tres amapolas que quiere comprar.

Bella trabaja en una floristería de ocho a siete cada día aunque no gane mucho dinero, le da para vivir, ya lleva al mando del local cinco años exactos. Desde niña siempre le interesó la jardinería y la floristería y al ver el cartel de "se busca emplead@" le dio un vuelco el corazón. Este es mi sitio, pensó.

Bella envuelve las amapolas con sumo cuidado y se despide de su cliente.

Tiene cinco minutos de descanso que invierte en su teléfono móvil. Entra en Instagram y en todas partes aparece la misma noticia repetida en cada maldito post subido esta semana.

Esperan que la llamada bestia, secuestre a otra inocente chica más en la próxima semana y todo el mundo tiene los nervios a flor de piel. Hasta la policía ha emitido un aviso dando pequeños rasgos del individuo. Ella hasta ahora, ni siquiera se había molestado en preocuparse, prefería vivir sin miedo, y desde luego, no le gustaba la idea de ir sospechando de cualquiera con el que se cruzase.

Resopla, está harta, está cansada de las advertencias, parece que todo el mundo quiere controlar a las mujeres jóvenes y sabe lo que les conviene y lo que no, ¿debe ella encarcelarse en casa mientras el resto puede vivir su vida sin advertencias constantes? Todo por un solo individuo. Aunque la verdad es que miles de mujeres estaban aterrorizadas.

Ella cree que es una amenaza a su libertad, a su vida. Le parece injusto.

De repente, escucha un ruido, es el sonido de las campanillas colgadas de la puerta del local y su vista se topa con un hombre de mediana edad de complexión gruesa, hombros anchos y brazos grandes y fuertes. Lleva puesta una sudadera gris de una Universidad americana y unos vaqueros negros que parecen nuevos. La sonríe al entrar. Lleva el pelo casi rapado a cero pero no le queda mal, le da un aire militar. Ojos castaños y un poco hundidos pero amables, hasta alegres. Le suena de algo pero no recuerda de qué o dónde le ha visto antes.

-Buenos días, venía a comprar una flor. -dice en cuanto llega al mostrador y apoya sus manos sobre él-.

-Bienvenido caballero, elija la que más le guste. ¿Quiere que le enseñe alguna en especial o que le oriente un poco?-le pregunta Bella mientras mueve un par de macetas de lugar para enseñar las flores más escondidas y selectas de la tienda para que el hombre elija a su gusto.

No parece pensárselo mucho:

-Una rosa roja, por favor.

Bella sonríe. Son sus favoritas.

Él fija la mirada en ella. Está segura de que le conoce, esa sonrisa le suena de algo.

-Genial, ¿alguna que le guste especialmente?

Señala un par de flores pero el hombre se adelanta y le indica una en la parte posterior del rosal. Sin querer, la manga de la sudadera del desconocido se levanta unos centímetros, dejando ver unos arañazos recientes, largos y profundos que todavía no habían sanado. Frunce el ceño pero no dice nada, no es una metomentodo.

-Serán ocho euros.

El silencio es largo y prolongado. El hombre de enfrente ha dejado de sonreír y tan solo la mira, tanto, que Bella empieza a sentirse nerviosa e incómoda; sus manos empiezan a jugar con los anillos. Algo no le da buena espina, sabe que su instinto nunca le falla.

Juraría que le ha visto en algún sitio, pero no puede recordarlo. ¿Instagram? No puede ser. Imposible. Pero ya no está tan segura. Quizás.

-Preciosa flor, señor, tiene usted muy buen gusto. -intenta iniciar una conversación para relajarse.

-Sí, son hermosas, ¿a usted también le gustan verdad? - pregunta y eso descoloca un poco a Bella, que tan solo asiente.

- Una señorita como usted debería recibir rosas también... Una pena que todas se marchiten...-murmura más casi para sí mismo que para la joven que tiene enfrente. -En fin, un placer. Tenga cuidado por ahí, hoy en día la vida está llena de peligros y las calles ya no son seguras.

Sin más se marcha silenciosamente dejando atrás el rastro de perfume de la rosa que lleva en la mano.

En ese momento Bella lo ve. EL tatuaje de la nuca. Tres garras de animal. Tres garras de una bestia, uniformes y negras. Ahí, y tan solo ahí, se da cuenta del enorme error. Las campanitas suenan en la puerta. Los pasos lentos se funden con el silencio a medida que se aleja de ella.

Con manos temblorosas saca el móvil y tan solo necesita dos segundos para entrar en el aviso que publicó la policía nacional, aquel que ignoró. El tatuaje aparece entre las características del individuo. Tan solo dice tatuaje en la nuca pero ella ya sabe que es él, el retrato robot de la policía es el del hombre que acaba de salir de su tienda, tiene que ser él; aun les faltan varios detalles, pero es él, de eso no le cabe duda.

Bella tiembla y maldice. Lo tenía tan cerca, podría haberle entretenido y con cualquier simpleza y haber llamado a la policía, o haber bloqueado la puerta para librar a las mujeres de semejante bestia. Se encierra en el local. Prometió que no lo haría pero ya lo ha echado todo por la borda. Siente ganas de vomitar. Siente su cuerpo entero estremecerse al recordar su presencia, tan solo a unos metros de ella.

Se esconde entre sus rosas. Espera que las espinas la defiendan de la Bestia. Bella se convierte en una rosa y se marchita con cada segundo silencioso que pasa, como dijo la Bestia.

Nada de esto servirá para nada.

La Bestia nunca se convertirá en príncipe, y Bella nunca saldrá de entre sus rosas con vida.

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⏰ Última actualización: May 14, 2023 ⏰

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