Una Maternidad Diferente

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Tenía apenas diecisiete años cuando Rini llegó a mi vida. Desde el momento en que la tuve en mis brazos supe que la amaba con todo mi ser y que daría todo por hacerla feliz.

Se que era muy joven para tener una hija, y en efecto, tenía ahora una responsabilidad bastante grande que de seguro enfrentaría con la mente centrada.

Mi pareja y yo habíamos concebido un angelito maravilloso, o al menos así fue para mí, pues al contrario, para la persona que juró amarme, Rini no era más que un estorbo que le impedía hacer realidad sus sueños y salir de fiesta descontrolada cada fin de semana dejándome a cargo de nuestra pequeña, de la casa, y con la preocupación por no saber en donde estaba hasta el amanecer que era cuando llegaba a casa en un grave estado de ebriedad y sin siquiera darnos los buenos días ni a la niña ni a mí.

Ante todas las actitudes que mi pareja presentaba, mi madre me aconsejó regresar a casa, y es que en cuanto nos enteramos del embarazo decidimos irnos a vivir juntos, pero después de tan solo tres meses fallidos en los que la situación y su actitud no cambiaban, decidí hacerle caso y volver a la casa que me vio crecer para recibir el apoyo de la mujer que me había dado la vida.

—¿Qué vas a hacer ahora?— cuestionó mi madre al ver que había decidido sacar adelante a mi hija por mis propios medios.

—Voy a buscar un empleo y me dedicaré en cuerpo y alma a darle lo mejor.

—Sabes que cuentas conmigo para lo que necesites. Tú y mi nieta son lo único que tengo y por lo tanto son todo para mí— era una verdadera fortuna contar con todo su apoyo y comprensión.

Tal y como lo dije, salí a buscar algo en qué ocuparme y que me diera los recursos para mantener a mi hija, pero dada mi corta edad, la inexperiencia y la falta de preparación no conseguía nada. Pese a mi mala suerte nunca me rendí y finalmente conseguí algo, obtuve un puesto para ayudar a repartir pizzas en un local cercano a casa. La paga no era mucha pero al menos me alcanzaba para solventar las necesidades básicas de mi pequeña.

Los siguientes años así los pasé, aunque para obtener un ingreso extra, mi madre comenzó a hacer algunas ventas de productos por catálogo, con eso, agregado a la pensión mensual qué recibía tras la muerte de mi padre, nuestra economía mejoró notablemente.

—¿No crees que es tiempo de retomar tus estudios?— Mi madre me cuestionó un día pues ella sabía que mi intención de estudiar medicina siempre había estado en mí pero había tenido que sacrificar mi sueño para atender a la luz de mis ojos que ahora tenía cuatro años.

—No lo se, mamá, quizá después— respondí intentando no mostrar interés pues en el fondo deseaba graduarme en el ramo de la salud humana.

—¿Cuándo? Cariño, la niña tiene ya cuatro años. Ya no es una bebé que necesita que estemos con ella las veinticuatro horas. Yo puedo hacerme cargo de ella perfectamente sin problemas.

Después de toda la motivación que mi madre me había dado, terminé aceptando. Hablé con mi jefe en la pizzería y me autorizo trabajar medio tiempo para poder dedicar las demás horas a mi estudio. Cuando le expresé a mi jefe mi deseo, me dio todo su apoyo pues me dijo que era un orgullo para él que me quisiera superar aún con la responsabilidad que tenía a mi cargo.

Pasó el tiempo, y justo el día que mi pequeña hija cumplía diez años de edad logré terminar la carrera de medicina. Fue mucho el esfuerzo, fue dolorosa la ausencia que a veces tuve en la vida de mi adorada Rini, pero sin duda valió la pena.

Con el paso del tiempo, logré colocarme en un excelente puesto en el hospital de la ciudad, y con eso, nuestra vida cambió totalmente. La vida precaria que habíamos llevado llegó a su fin. No es que nos diéramos los grandes lujos, pero al menos teníamos una estabilidad económica y una vida más desahogada.

One Shots de Sailor Moon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora