Capítulo 8

236 50 0
                                    

Diciembre de 1882

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Diciembre de 1882

La carta de Rosé llegó con el correo de mediodía, tres días después del encuentro de Lisa con la señorita Kim.

La hoja de papel, perfumada de rosas, le notificaba su inminente boda con un noble polaco; inminente solo en el pasado. La carta había sido redactada dos días antes de la boda, pero habían tardado otros tres en enviarla.

Lisa no se podía imaginar a Rosé casada con nadie que no fuera ella. En general, la gente la ponía nerviosa; hasta cierto punto, incluso ella la ponía nerviosa, aunque le permitía que le cogiera la mano y la besara.

Habría sido feliz apartada del resto de la humanidad, una reclusa musical en un Chalet en lo alto de los Alpes sin más vecinos que las vacas de los pastos estibesara

Ella le preocupaba. Pero incluso mientras se preocupaba, no podía contener el brote de excitación que las noticias engendraban. Deseo. Fascinada lujuria. Deslumbramiento sexual. La codicia, no importa el nombre que se le dé, sigue siendo rapacidad. Quería a la señorita Kim, quería reír con ella, quería arder con ella. Y ahora podía hacerlo. Si se casaba con ella.

El matrimonio, sin embargo, era un asunto serio, un compromiso para toda la vida, una decisión que no había que tomar apresuradamente.

Trató de abordar el asunto de una manera racional, pero, como todos los jóvenes idiotizados y confundidos de deseo a cuyo club nunca creyó llegar a pertenecer, lo único en lo que podía pensar era en la pasión de la señorita Kim en su noche de bodas.

Probablemente sería ella la que acudiera a su habitación, en lugar de al contrario. Le permitiría que dejara todas las luces encendidas para poder devorarla con los ojos a sus anchas. Abriría del todo las piernas y luego lo rodearía, apretadamente, con ellas.

Quizá incluso la hiciera mirar lo que le haría, para poder observar sus mejillas sonrojadas, sus ojos empañados de deseo y escuchar sus quejidos y gemidos de placer.

Dios, le haría el amor días y días seguidos.

Después de una noche de debate interno, durante la cual hubo mucho fantasear voluptuoso y muy poco debate sensato, Lisa decidió dejar la elección en manos del destino. Si la señorita Kim estaba de nuevo junto al arroyo ese día, le pediría que se casara con ella antes de que pasara una semana.

Si no, lo tomaría como una señal de que debía esperar hasta que acabara el siguiente trimestre, para tener tiempo de reflexionar con mayor seriedad.

Se pasó el día entero a la orilla del riachuelo, caminando arriba y abajo, haciendo de todo excepto trepar a los árboles desnudos. Pero ella no acudió. Ni por la mañana ni por la tarde ni cuando el cielo ya era de un azul muy oscuro. Y fue entonces cuando comprendió que estaba loca por ella; no solo estaba inmensamente descontenta con los hados, sino que además decidió que podían, todos, ir a ahogarse en una fosa séptica.

Acuerdos Privados | Jenlisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora