¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺
Las luces doradas del atardecer se filtraban por las ventanillas del auto de Daniel, tiñendo el interior con un resplandor cálido. Después de pasar la tarde con los chicos, ahora me llevaban de regreso a mi hotel antes de volver a Woking. El ambiente en el coche era relajado, con la música sonando a un volumen bajo mientras el motor ronroneaba suavemente.
Revisé mi teléfono cuando vibró en mi regazo. Un mensaje. Era de Simon.
Simon: Hey, ¿cómo va todo? Me alegra verte disfrutando por ahí. Cuando estés desocupada, ¿te gustaría salir de nuevo?
Suspiré, sonriendo un poco mientras leía. Simon era un buen chico. Amable, atento. Nuestra cita en Mónaco había sido agradable, pero… No sentía esa chispa que hacía que todo valiera la pena. De todos modos, respondí con cortesía, sin cerrar la puerta del todo.
—¿Y esa sonrisa qué? —La voz de Lando interrumpió mis pensamientos.
Lo ignoré y seguí escribiendo, pero ya era demasiado tarde.
—¡Lo vi! ¡Lo vi! —exclamó con burla—. Era una sonrisa tonta.
—No era ninguna sonrisa tonta —repliqué sin levantar la vista.
—Déjame adivinar —intervino Daniel, echándome un vistazo de reojo desde el asiento del conductor—. Simon.
—Simon —repitió Lando con dramatismo, apoyándose en el respaldo como si hubiera descubierto un gran secreto—. ¿Nuestro misterioso pretendiente ha vuelto a hacer contacto?
Rodé los ojos, bloqueando mi teléfono y apoyándome en la ventana.
—Es solo un mensaje.
—"Es solo un mensaje" —se burló Lando, imitando mi tono—. Sí, claro. "Solo un mensaje" de Simon de Mónaco, el romántico desconocido.
—Ni siquiera lo conocen —dije, exasperada.
—Porque tú no nos lo presentaste —señaló Daniel.
—Porque no hay nada que presentar.
—Todavía —puntualizó Lando, dándome un codazo—. Pero es cuestión de tiempo.
Negué con la cabeza, suspirando, pero en el fondo, no podía evitar sonreír un poco. Eran insoportables a veces.
Al llegar a la puerta de mi hotel, Daniel estacionó y para que yo me bajara. Antes de bajarme me despedí de él. Lando se bajó del coche conmigo para saludarme y pasarse al asiento delantero.
—Nos vemos en Bahrein, ¿sí? —dijo Lando, rodeándome con un brazo en un abrazo rápido.
—Claro, no te metas en problemas sin mí.
—¿Yo? Nunca.
Daniel se rió desde el asiento del conductor y me dedicó una sonrisa.
—Descansa, Chiara. Y no pienses demasiado en tu enamorado francés.