Parte 3

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Terry.

Mi presa se había vuelto demasiado resbaladiza, ya no lograba coincidir con ella. Temía a que Toño volviera de su viaje, y la alejara por completo de mí, y no porque él era un mejor tipo que yo, de hecho, era todo lo contrario, pues el desgraciado le era infiel a Candy, con Susana.

Siempre me decía que la niña pecosa, era eso, una niña, y que él era un hombre de acción, que necesitaba mucho más de lo que ella estaba dispuesta a ofrecerle.

—¿Por qué no la dejas entonces? —Le pregunté alguna vez.

—Porque quiero que sea mi esposa, estoy seguro de que los hijos que me dé, serán hermosos.

Desde aquella noche, no había hecho otra cosa más que agonizar pensando en Candy, y me dolía no verla. No podía dejársela a Toño, y estaba resuelto en continuar lo que iniciamos.

Sin perder más el tiempo decidí ir a buscarla, sabía en dónde trabajaba, y su horario de salida. Llegué a la hora exacta, la observé de lejos despidiéndose de sus compañeras; lucía tan hermosa, que me hizo sentir algo inexplicable, eso me daba miedo.

Salí del auto y caminé lento, dando tiempo a que se quedara completamente sola, y cuando lo estuvo, caminó buscando su auto y sin fijarse, topó conmigo. Alzó la vista y eso me bastó para perderme en sus hechizantes ojos verdes, ella en seguida se sonrojó, y las leves pecas de su nariz resaltaron más.

—Moría por verte... Luces muy bella Candy—. Le dije.

Siempre había fantaseado en tenerla para mí, con su uniforme de enfermera. No pude evitar imaginarla, modelándome el atuendo blanco, el cual le quitaría, pieza por pieza, hasta dejarla solo con las medias blancas y los ligeros; y luego encendería su cuerpo, con ardientes caricias, preparándola para acogerme en su cálido interior.

Sacudí mi cabeza, ante mis cachondos pensamientos, porque mi entrepierna comenzaba a despertar, y Candy obviamente lo iba a notar. Quise decirle tantas cosas, pero no podía pensar con claridad, no, cuando mantenía sus labios entre abiertos.

—Terry, yo...

—¡Shhh! No digas nada, debo decirte algo, pero este no es el lugar indicado—. Yo no me involucraba en relaciones sentimentales, lo mío solo era un acostón y fin de la historia; pero con ella, no sabía qué diablos me estaba pasando.

—Yo también, quiero decirte algo—. Me respondió.

—Tú, decide el lugar.

—A tu apartamento—. Dijo con firmeza, yo no me la creía.

—En tu auto o...

—Vamos en el tuyo—. De nuevo habló con seguridad.

La ayudé a cargar su bolso y la llevé mi auto. Conduje sin prisas, pues al saberla de nuevo en mi territorio, llevaba las de ganar. Durante el trayecto, se mostró muy nerviosa, y yo sin poder contenerme, posicioné mi mano sobre su muslo, ella no la apartó, y sonreí de lado, porque ese era un buen indicio.

Como ya conocía mi apartamento, se condujo con confianza al entrar, se tomó un tiempo en el sanitario, yo aproveché y corrí a mi habitación, para asegurarme de tener los preservativos suficientes, incluso, metí dos más, en el bolsillo de mi pantalón.

Cuando llegué, ya estaba sentada sobre el sofá, tenía una pierna cruzada sobre la otra, dejando ver sus medias blancas del uniforme. Se veía concentrada mensajeando con alguien, pero yo sabía que solo era una pantomima, porque seguía muy nerviosa; así que fui por unos tragos de güisqui, los necesitábamos, ella más que yo.

𝗛𝗔𝗭𝗠𝗘🍒𝗧𝗨𝗬𝗔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora