Despecho Parte II

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Disclaimer: Resident Evil y todos sus personajes pertenecen a Capcom. Claro que, si fueran de nuestra propiedad, ¿qué no le hubiéramos hecho a Leon, Chris y Jake? *insertar emoji de cara pervertida*

Esta historia también la puedes encontrar en fanfiction.net (en la cuenta de Ary Lee) y en Ao3 en el perfil de ambas.

Despecho Parte II.

Por Ary Lee & Stacy Adler.

Fuego.

Ardor.

Todo se sentía caliente y húmedo a la vez.

Casi ahogada por el cúmulo de sensaciones, Jill despegó su rostro por un breve instante para llenarse de oxígeno antes de colisionar nuevamente contra esa exquisita boca carnosa, adictiva, que la devoraba con tanta necesidad como ella.

En cuanto Carlos profundizó todavía más el contacto y empezó a realizar movimientos eróticos con su lengua, la mujer no pudo evitar sentir que estos reverberaban directamente en su sexo. Tenía el clítoris palpitando al compás de los latidos de su corazón sin siquiera haber sido rozado aún. Era absurda la facilidad con que la excitaba por medio de simples besos, pero ya no podía controlar el sucumbir bajo la virilidad de su boca y el ahínco dionisiaco en que sus manos comenzaban un frenético recorrido a través su carne.

—Joder, Jill —murmuró el mercenario en medio de besos y caricias—... me estás volviendo loco.

Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo sin dejar de besarse. Sus respiraciones en peligroso aumento, jadeantes de expectación y lujuria a partes iguales. Carlos no se contuvo en lo más mínimo. Pues con el objetivo de ahondar en la unión de sus bocas, usó una de sus manos para atraparle un costado del cuello, luego llevó la otra extremidad hacia su pierna para deslizarla impetuosamente por debajo de la delgada tela de la bata. Se encontraba tan excitado que enterró los dedos en medio de sus muslos y caderas, luego continuó incrementando la intensidad con verdadera hambre de poseerla, apretando lo justo para hacerle saber cuánto la deseaba pero sin llegar a hacerle daño... cosa que a Jill no le importaba un cuerno en ese momento.

Y en medio de aquella intensidad estuvieron adaptándose a la boca del otro durante algunos minutos, tan abstraídos que Jill ni siquiera se percató de que había vuelto a encontrarse de espaldas sobre el colchón; de pronto tenía la bata abierta y estaba respirando como si acabase de culminar un maratón. Carlos se distanció brevemente de su torso, observándola como si fuese una obra de arte, luego extendió una mano para delinear, con el índice, las voluptuosas curvas en los senos de Jill. Se tomó su tiempo deteniéndose en los pezones, rosados y erectos, estimulándolos con calma por medio de su pulgar; primero uno, luego el otro. Ella cerró los ojos con fuerza, incapaz de responder a la adoración en los ojos del mercenario, pero los abrió de golpe cuando el calor de sus yemas se trasladó descendiendo peligrosamente hacia el centro de su abdomen, punto en donde Carlos volvió a detenerse para apreciar un primer plano de su cuerpo desnudo.

—Eres hermosa —suspiró con patente fascinación.

Tras alzar medio cuerpo con celeridad, la única respuesta que Jill fue capaz de entregar se redujo a un mero movimiento de sus brazos, pues con dedos raudos jaló una de las tiras de su bata y rápidamente consiguió dejarlo en igualdad de condiciones.

La prenda se abrió hacia ambos lados y se deslizó con un suave siseo, recorriendo en fracción de segundos la anchura de sus hombros hasta llegar al suelo en donde detuvo su viaje abruptamente. Para Jill la visión fue como evocar antiguos recuerdos de navidad, cuando estaba tan anhelante de saber qué había recibido como regalo que rompía los envoltorios sin antes tomarse el tiempo de mirarlos; así se sintió en ese momento, como una niña frente a un trofeo. La perfección en esos pectorales, abdominales y brazos no podía ser otra cosa más que un premio por sobrevivir con éxito al mismísimo apocalipsis. Ambos se merecían ese momento de dicha física, después de todo, nadie más que ellos conocía el hercúleo esfuerzo que les costó salir victoriosos de aquella pesadilla.

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