El taxi me dejó justo en frente de una casa de ladrillo pintada entera de blanco con un pequeño jardín repleto de flores rojas. El taxista me ayudó a coger mis maletas y, después de pagarle, emprendió su rumbo y se marchó de mi vista.
Puse mi atención en el que sería mi nuevo hogar, y con un suspiro me encaminé hacia la puerta. Odiaba esto, odiaba estar siempre de familia en familia y que ninguna me quisiese realmente. Pero la verdad era que ya me había acostumbrado a todo ese desprecio. De todas formas, en tan solo año y medio cumpliría por fin los dieciocho, siendo libre y sin tener que soportar más familias maltratadoras.
Toqué al timbre, y segundos después una mujer algo estirada abrió la puerta. Tenía un semblante serio, el cual suavizó un poco al verme.
-¡Oh! Tu debes de ser Ámbar- su voz tenía un tono agudo algo irritante. Me limité a asentir con la cabeza.-Eres más alta de lo que pensaba. Pero, ¡no te quedes ahí! Anda, pasa, puedes dejar tus cosas en tu habitación.
Al entrar a la casa, pude percibir un delicioso olor a pasta con tomate y algo más que no pude identificar. La entradita era pequeña, con un pequeño perchero y un espejo al lado izquierdo. Al entrar al salón, me fijé en que este era bastante bonito, con muebles color madera y una decoración algo antigua.
-Te presentaré a tu padre y a tu hermana, aunque ya debes conocer nuestros nombres- al decirme aquello, una chica pelinegra y algo más baja que yo bajó por las escaleras. Era, la que supuse, Leigh Flemming . Portaba un vestido color blanco de mangas al codo y de largo hasta por debajo de las rodillas. Su piel era pálida, sus ojos grandes y bonitos y su pelo recogido en una trenza le llegaba más o menos por la cintura.
-Ámbar, ella es Leigh, mi hija y ahora tu hermana- contestó con suavidad. Mi semblante no dejó de ser neutro en ningún momento.
-Hola Ámbar, encantada de conocerte- tras decir esto, rodeó mi cuerpo con sus brazos y un cálido abrazo.
No me gusta el contacto físico.
Aún así, le devolví el abrazo, solo que sin tanta efusividad.
-Parece que tu padre no está en casa- habló la señora Flemming.-Supongo que ya puedes ir a dejar tus cosas a la habitación.
No tardé ni medio segundo en salir disparada de los brazos de Leigh y subir a buscar mi cuarto. No fue muy difícil encontrarlo, ya que era el que menos decoración tenía y más vacío estaba.
Era de color blanco, con un armario, un escritorio, una estantería y una cama, también de sábanas blancas.
¿Qué tenía esta familia con el color blanco?
Empecé a colocar toda mi ropa en el armario y, cuando por fin terminé, me recosté en mi cama mirando al techo, esperando por fin haber encontrado una buena familia.
Papá, mamá, os echo de menos.
Ojalá siguieseis aquí, conmigo.
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