El furioso viento se escurría entre las copas de los árboles haciendo que las sombras de estos se vieran aún más tenebrosas. Una fuerte brisa azotó mi ventana con fuerza provocando que se abriera, me acerqué a cerrarla, pero algo llamó mi atención en la casa de enfrente, cuya ventana de la habitación principal daba con la mía. Allí, con la ventana abierta de par en par, había un chico más o menos de mi edad. Tenía el cabello corto y negro haciendo juego con sus ojos color marrón, esos ojos que estaban clavados precisamente en los míos y algunos tatuajes visibles. Su mirada era tan penetrante y me miraba tan fijamente que me hizo sentir escalofríos. Tras notar que ninguna sonrisa se asomó por sus labios, sino todo lo contrario, al parecer miraba con odio, cerré la cortina.
La casa del chico solía pertenecer a un anciano que debido a su edad había muerto hace unos años. La casa había quedado abandonada y su mal estado llamaba tanto la atención que mi padre solía decirle a mi hermano menor, Santiago, que si no se acababa toda la comida lo dejaría en la casa embrujada, refiriéndose a la de nuestro antiguo vecino.
Las noches de invierno eran duras, más cuando la lluvia caía de madrugada. Di mil vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño y entonces un escalofriante ruido en la ventana me asustó porque fue como si alguien hubiera rasguñado el vidrio. Me convencí a mí mismo de que la rama de un árbol había causado aquello, pero en cuanto iba a acomodarme para seguir durmiendo, escuché el mismo ruido. Extrañado, me levanté y caminé a la ventana, moví la cortina y me volví a encontrar con ese chico.
Sin importarle la lluvia, él estaba sentado en su balcón con la espalda apoyada en la ventana, y otra vez sus ojos puestos en los míos. Sonrió de lado, pero no fue una sonrisa agradable, sino más bien terrorífica.
¿Quién era ese extraño?
Al día siguiente todo mejoró, si bien aún hacía frío, el sol brillaba en el cielo iluminando la casa. Bajé a desayunar y me llevé una sorpresa.
— ¡Buenos días, hijo! —saludó mi padre Rafael.
—Buenos días —dije aún adormilado.
—Te presento a Guillermo, nuestro nuevo vecino. Guillermo, él es mi hijo Luis —me presento mi padre.
El hombre que estaba parado en frente de mi padre me saludó amablemente.
—El desayuno está servido en la cocina —me dijo mi padre y yo me fui para allá.
Allí me encontré con Santiago, y por como revolvía su cereal deduje que estaba nervioso.
— ¿Qué te pasa?
—Ese hombre me da miedo —confesó refiriéndose a Guillermo.
—No seas tonto, él y papá parecen caerse bien. Ahora, si comes algo, prometo llevarte a dar una vuelta en bicicleta.
—Es que no tengo hambre.
—No me obligues a mandarte a la casa embrujada —lo amenacé.
—De hecho, ahora la casa embrujada está muy bonita.
Lo miré confundido y me moví un poco en el asiento para espiar la casa por la ventana del comedor. Mi hermano tenía razón, la casa estaba bien arreglada ahora, y no era para menos, pues ahora se encontraba habitada. Volviendo a la excusa de la bicicleta, logré que Santiago comiera al menos dos bocados. Al mediodía, cuando el sol pegaba más fuerte y el frío disminuía unos grados, me encaminé al porche con mi hermano y sacamos su bici para que jugara.
—Anda de esquina a esquina, y ten cuidado —le advertí antes de dejar que empezara a pedalear.
Me aburrí de estar viendo cómo pasaba frente a mí a cada rato, pero debía quedarme ahí porque papá no lo dejaba andar solo. Dejé mi vista en un punto fijo y me distraje pensando tonterías. Estaba tan metido en mi mente que al pasar diez minutos me di cuenta de que mi hermano aún no volvía de la esquina izquierda. Empecé a preocuparme, caminé apurado hasta allá y no estaba, luego caminé hasta la otra esquina y tampoco se encontraba allí. Cuando el sentimiento de angustia se hizo más presente, vi que la puerta de la casa de Guillermo se abrió y Santiago salió de ahí. Rápidamente corrí hasta allá.
— ¡Santiago! ¿Dónde estabas? ¿De dónde sacaste eso? —pregunté al ver el helado de limón en su mano derecha.
—Él me lo dio —señaló a la casa embrujada. En la puerta se encontraba el raro chico de anoche.
La angustia fue reemplazada rápidamente por furia cuando vi en sus labios una sonrisa burlona porque parecía estar disfrutando de mi preocupación.
—Vamos a casa Santiago —dije tomando a mi hermano por los hombros.
— ¡Adiós, Kevin! —se despidió del nuevo vecino.
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Mi vecino es un vampiro
FanfictionAllí, con la ventana abierta de par en par, había un chico más o menos de mi edad. Tenía el cabello corto y negro haciendo juego con sus ojos color marrón, esos ojos que estaban clavados precisamente en los míos y algunos tatuajes visibles. Su mirad...