Otro Lugar

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A pesar de las circunstancias que los rodeaban y las décadas dedicadas a esa danza destructiva e íntima, que no podía ser clasificada como amor pero tampoco como un simple odio, la relación entre Alastor y Vox parecía centrarse en desequilibrarse ...

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A pesar de las circunstancias que los rodeaban y las décadas dedicadas a esa danza destructiva e íntima, que no podía ser clasificada como amor pero tampoco como un simple odio, la relación entre Alastor y Vox parecía centrarse en desequilibrarse mutuamente. Lógicamente, para lograr eso, era necesario conocerse íntimamente, lo que al final del día revelaba aspectos y facetas personales que solo el otro conocía y que venía como algo normal con el territorio y el tipo de vidas que ellos habían escogido. Después de todo, no había acto más vulnerable que encontrarse entre las fauces del Demonio de la Radio, por lo que, en comparación, ¿qué importaba si Alastor conocía algunos de sus placeres culpables? Era algo inevitable. Insignificante, en realidad. Vox conocía bien la sensación del cuello de Alastor debajo de su bota, al igual que el suave pelaje de sus orejas entre sus dedos. Todo era parte de su dinámica. No parecía existir una realidad donde una cosa no viniera con la otra.

Por lo tanto, no podía evitar considerar a Alastor como su eterno rival. Era imposible hacerlo cuando parecía ser uno de los idiomas con los que mejor se comunicaban, en especial en circunstancias donde el sonido o las imágenes no podían transmitir el nivel de intensidad que unas cuantas calles destruidas y cuerpos profanados sí lograban transmitir.

Ellos eran dos caras de la misma moneda. El Demonio de la Radio y el Demonio de la Televisión. Dos frecuencias que se entrelazaban y colisionaban constantemente. Había ventajas en todo eso, como la casi imposibilidad de ocultarse el uno del otro. La frecuencia de Alastor nunca parecía dejarlo solo, casi era el latir de la ciudad y el constante recordatorio de que un monstruo lo acechaba, siempre consciente de sus acciones y ubicación. Sus frecuencias estaban lejos de ser algo como un vínculo telepático ni tampoco hacían la función de un mapa exacto de las emociones del otro. Pero había algo casi inevitable en poder percibir algo tan íntimo como la esencia del Demonio de la Radio, su frecuencia misma, entrelazada en lo más profundo de la suya y latiendo al ritmo del jazz dixieland, tan característico de Nueva Orleans y tan diferente al ritmo de Chicago que Vox solía escuchar en vida. Esa música era la esencia misma de su viejo rival.

Así que cuando ese ritmo cambió, él supo que algo estaba ocurriendo con Alastor. No era en vano que Vox sentía una devoción destructiva, que otros podrían clasificar de forma menos poética y más obsesiva, hacia el Demonio de la Radio. El pequeño cambio fue notorio, más lúgubre y lleno de emociones destrozadoras que Alastor parecía no ser consciente de que estaba compartiendo con él. Solo habían pasado unos días, suficiente tiempo para saber que no era algo momentáneo pero tampoco motivo de emergencia. Pero aun así, la paciencia nunca había sido una de sus virtudes, y Vox no estaría donde estaba si simplemente esperara a que las cosas siguieran su curso.

Así que primero visitó el hotel, con la excusa de ser puramente impertinente y egoísta al ver a Alastor sin anunciarse. Pero supuestamente todo estaba en orden. El Demonio de la Radio lo miró como siempre, con fastidio asesino y una sonrisa venenosa, mientras la princesa Charlie lo invitaba a unirse a ellos, como si fuera normal tener a dos rivales en su hotel, compartiendo las finanzas de su pequeño proyecto y escuchándolos a ambos con interés para aprender de la experiencia de dos Overlords.

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