II

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Su entorno estaba algo descuidado. Malas hierbas salían de las esquinas, había basura cerca de ambos, junto a un olor repulsivo, indicando que eso llevaba varias semanas allí. Dazai se apoyó contra la pared cruzado de brazos, dedicándole una mirada de impaciencia al enfermero.

-Bien, bien. No te tendré más con la duda, verás.- Metió su mano en uno de los bolsillos de su bata. -He logrado hacer un nuevo método para tus dolores de cabeza, ya sabes.-

Al parecer Dazai empezó a sufrir severos dolores de cabeza durante su día a día. Hubo momentos en los que sentía que la cabeza le daba vueltas, junto a una sensación de fatiga y mareo recurrentes. Apenas comía por su escasa esperanza de vivir, por lo que no se molestaba en cuidar su salud apropiadamente.

No dejo intrigado al chico con su propuesta, sacando un bote del tamaño de su dedo pulgar, Transparente junto a un líquido color violeta. Tenía una etiqueta con los ingredientes del fármaco, pero no entendía ni uno solo de los que había escrito. Tomó el bote con sus finos dedos, inspeccionadolo con detenimiento. No esperó en abrirlo, para que antes de tomarlo, se quedó mirando fijamente al bote. Si bien podría aliviar su dolor, también podría matarlo, por lo que saldría ganando de todos modos.

Sin previo aviso, dirigió ese botecito a sus labios blanquecinos, bebiendo de un solo trago el líquido en su interior. Hizo una mueca de amargura por el sabor tan desagradable que tenía, incluso soltando pequeños carraspeos.

-Bien podría tener un mejor sabor... Tal vez más dulce.- Opinó, junto a una expresión de disgusto en su rostro. Como no surgiera efecto alguno, estaría semanas sin dar señales de vida con Mori, quién le miraba con la misma tranquilidad de siempre.

-No te preocupes, en algún momento tendrá un gran efecto en tí.- Apoyó la mano en su hombro, dirigiendole una mirada con seguridad ante su experimento.

Apenas pasaron unos minutos, un fuerte malestar hizo presencia en el vientre del chico, el cuál se empezó a encoger del dolor que sentía. Colocó sus manos sobre su vientre, el cuál pareciera como si el dolor empezará a expandirse por todo su cuerpo. Apenas podía estar de pie, cayendo de rodillas ante el inerte enfermero que se encontraba observándolo, sin hacer nada. Segundos después, comenzó a sentir como el dolor fue intensificado hasta su piel, la cuál picaba, picaba cómo si le hubieran prendido fuego ahora mismo. Sus manos se dirigieron a sus brazos, rascando y rasgando las vendas que tenía en ellos, pues el simple rozamiento de estos hacían del dolor insoportable. Creyó por un segundo que su piel había sido arrancada al notar las vendas contra el césped, todo este proceso acompañado de sonidos desgarradores saliendo de sus cuerdas vocales.

Tan fuerte eran sus gritos, que si bien su garganta empezó a doler, varios alumnos e incluso profesores se acercaron alrededor de el. Ya sea por curiosidad por esos gritos, preocupación o mero morbo. Lo que más le preocupaba, es que sus vendas dejaron al descubierto múltiples cicatrices que recorrían ambos de sus brazos, pareciendo un tatuaje. Estás cicatrices eran signos de los diversos intentos de suicidio que fracasaron, dejando como recuerdo esas marcas, desagradables marcas que lo iban a acompañar el resto de sus días. Tan desagradables que el simple hecho de mirarle al espejo hacían que sus ojos se humedecieran de la impotencia y rabia por ser alguien tan miserable ante la oscura sociedad que le rodeaba

Al levantar la mirada en busca de ayuda, solo pudo contemplar ojos justo en él. Miles de ojos inertes observaban un espectáculo desgarrador, de un adolescente rascando sus brazos y piernas como si quisiera arrancarsela. En medio de esa ansiedad y pánico por ser observado de esa manera, dirigió la mirada en que uno de esos ojos eran de alguien que no quería ver. No quería ser observado cómo la escoria que era, no enfrente de él, no enfrente de Chuuya, su único alivio para su sufrimiento diario.

Heridas - Soukoku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora