—Es un privilegio y honor verlo en persona. Sus historias son épicas, tan vastas, magnánimas y preponderantes que, tal vez al fin, pueda responderles a los estudiosos que lo posicionan en los mitos.
—¿Sabe? He leído tantos disparates acerca de mi persona que me he inclinado a lo único posible: la experiencia. Pero hay un disparate que me incomoda, por así decirlo, ese que comentan acerca de Ariadna.
—Hay varias opiniones que desembocan a posibles consecuencias. Se construyeron por calidad argumental...
—¡Ja! Calidad argumental... eso es.
—Es su momento, entonces, para decirnos qué sucedió en realidad.
—Si me atreviera a hacer eso rompo el mito y no hay nada más trágico que responder a todas las incógnitas y demostrar que la verdad es absolutamente aburrida. ¡Claro que no! He decidido escribirla y así se salvará entre la verdad y la mentira, lo absurdo y lógico, la ficción y la realidad. Usted es escritora, o eso intenta, es una lucha, ¿sabe? Bien, porque no acostumbro aún a palparlo.
—¿Se refiere a la técnica?
—Escribiendo un texto sé, consiente o no, pensado, dialogado, estudiado, intuido o anhelado... póngale los adjetivos o verbos que usted prefiera, el fin es que sé a qué me remito. Si la ambigüedad de voces aflora para de pronto bombardearte con los saberes que traes, entonces debes dejar de lado todo saber específico, pero para detenerte un solo instante en el innato. Por ejemplo, y escúchame con atención, hace algunos años me enfrasqué en la búsqueda de ese texto que primero me contaron, luego, al no estar conforme con esa oralidad que sé muy bien que eliminó información, por la reproducción o la transmisión, y, sobre todo, detalles, lo busqué. Busqué, entonces, sin saber qué buscaba. Solo sabía que se trataba de alguien, un personaje, que intentaba escribir un texto, pero no podía hacerlo por su condición, justamente, de personaje, entonces comienza una disputa con el autor. Pero dejando de lado el argumento, la cuestión es que busqué ese texto y leí todos aquellos que contenían una temática semejante, pero no era el que yo necesitaba y había escuchado. Verá, hay ciertos detalles que hacen propios al texto y no, no es lo que está pensando ahora. No lo pasé por alto, no me topé con el texto y no di cuenta de que era ese texto, no. Y estoy muy seguro porque, verá, más allá que podría no haber reparado, dado que la primera referencia que tuve fue oral, o no haber captado que aquella raíz... eso finito que está inamovible, ese... ¿cómo decirlo? Alma, ahí está. Esa alma del texto no la encontraba. Entonces se me devino una pregunta interesante que no me atreví a responderme hasta pasado un tiempo aceptable: ¿Y si escribía yo ese texto? ¿Usted ahora entiende? A lo que voy con esto es que hay algo que es paradójicamente cruel, y bromista, claro, y es eso de vaciar por solo un instante, ojo, no crea que lo que usted sabe no sirve en absoluto, es que es solo un instante lo que necesitamos para haber capturado en plena abstracción o desconcierto ese "Sí, es esto, esto intangible es la cuestión" luego la desarrollo con mis saberes, obvio, pero es eso. Ese instante, donde uno se desprende de todo, pero que capta demasiado. ¿Los textos estéticos son fundados así? ¿Es necesario la atención total a lo que sé, leo, veo y escucho? ¿O necesitamos desplazarnos de eso para plasmar, al menos, la palabra que dará inicio? No lo sé, usted explíquemelo.
—Es que perdí el hilo...
—Es justamente a lo que me refiero. Ahora, escriba.
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DINÁMICA: "Cita con un personaje"