ANGELA
Por regla general no me cuesta levantarme en las mañanas, soy una chica responsable, aunque a veces tengo mis momentos en los que duermo como si de un oso hibernando se tratara. Supongo que envejecer no significa precisamente perder las viejas costumbres; al contrario, creo que empeoran con los años y se van arraigando como la mala hierba. ¿Pero qué puedo hacer si adoro mi maravillosa cama? Toda de estilo imperial con almohadas de plumas de ganso y sábanas de algodón egipcio que hacen de la experiencia del sueño algo sublime. Despego las sábanas de mis piernas y camino somnolienta hasta el baño.
No volveré a leer hasta la madrugada. No volveré a leer hasta la madrugada. Me repito una y otra vez. Sin embargo mientras lo hago sé que lo volveré hacer. Es solo cuestión de tiempo que descubra otro nuevo libro que atrape mi atención, deseosa de devorar sus páginas hasta llegar a mi parte favorita: el epílogo. Amo los epílogos, esa parte donde el autor concluye con broche de oro la historia de sus protagonistas, dándoles ese final de cuento que tanto se merecen después de tantos problemas y sufrimientos.
Me miro al espejo y compruebo los efectos de una noche de insomnio. Tener la piel tan blanca tampoco ayuda y hace que cualquier cosa se vea peor de lo que es. La chica del espejo luce unas horribles ojeras que la hacen parecer un mapache recién salido del bosque y que tuvo mala suerte al tropezarse con un bote de pintura porque ¿ya les mencioné que soy pelirroja? Pero no una pelirroja común sino una de esas con un tono tan intenso que si intentara ocultarme en una multitud me descubrirían en 10 segundos. Eso sumado a los rizos incontrolables hace que parezca un cosplay de la princesa Mérida de Brave.Tomo una ducha y rezo porque el agua caliente borre las ojeras y las marcas de las sábanas de mi piel. Me maquillo a conciencia enfatizando mis ojos verdes que son uno de mis pocos rasgos más atractivos. Mi cabello es otra historia y eso no tiene solución. Después de luchar contra él por unos minutos opto por recoger mi larga melena en una coleta floja y lo sujeto con un bonito lazo color crema. Salgo del baño y atravieso mi dormitorio hasta llegar al vestidor. Escojo un sencillo vestido negro de manga media y cuello en barco, complemento el conjunto con mis botas de Chanel, una gabardina y un delicado aderezo de oro. Antes de salir me perfumo con mi colonia favorita “Eau Des Merveilles Bleue” de Hermès.
En el comedor encuentro a mi papá sentado en la cabecera de la mesa bebiendo su café mañanero y leyendo muy concentrado la edición de hoy del New York Times.
- Buenos días papá, ¿han publicado algo interesante el día de hoy?
- Buenos días princesa. No, solo la misma bazofia de siempre. Solo hablan de implementar nuevas alternativas en el mercado financiero y de un nuevo ministro con demandas por acoso sexual.
- Es que esos tipos son unos cerdos que creen que las mujeres somos solo vaginas con piernas.
Mi padre suspira como si estuviera harto del tema. En los últimos meses hemos sido testigos del caos que se formó a raíz de aquella mujer que denunció a un prestigioso (y asqueroso) director de cine. Después de ese suceso, todas las mujeres que habían sido víctimas del acoso tuvieron el coraje para salir de la oscuridad y revelar los nombres de sus victimarios. Desde entonces han caído todo tipo de personalidades desde actores, políticos hasta empresarios e incluso un viejo conocido de mi padre se encontraba a la espera del juicio contra su asistente.
En ese momento apareció Graciela, nuestra ama de llaves.
- ¿Desea que le sirva el desayuno señorita Angela?- me pregunta con su dulce voz característica.
- Si por favor, gracias.- le respondo
Ella se dio media vuelta para regresar a la cocina.
- ¿Qué vas hacer hoy mi niña?- me pregunta mi papá sin apartar la vista del periódico.
- Tengo que ir a la universidad. Tengo un examen muy importante y por la noche voy a salir con Sophie y Vanessa. Es el cumpleaños de Sophie y le prometí que iría.
- Está bien princesa puedes ir pero que las acompañe Peter- dijo mencionando a nuestro chofer y jefe de seguridad de la casa.
Graciela regresó y colocó frente a mí un plato con mi desayuno favorito: unos deliciosos huevos benedictinos con salsa holandesa y jamón sobre medio muffin inglés con crema de aguacate. Le sonrío agradecida y ella me guiña un ojo como si estuviéramos guardando un secreto. Adoro a esa mujer, es como una segunda madre para mí. Recuerdo con cariño las tardes que pasamos juntas contando historias y horneando galletas de chocolate hasta que regresaban mis padres de sus respectivos trabajos. Ella es oriunda de Puerto Rico y me enseñó a hablar su lengua materna mientras veíamos incontables novelas e incluso todavía conservo en alguna parte de la casa un viejo Blu-ray del melodrama Yo soy Betty, la fea. Además hablar español me ha abierto un mundo de posibilidades para poder liberar el fuego de mi explosivo carácter. El español es una lengua excitante con tantos fonemas y significados que hacen más delicioso el arte del insulto. Aunque nunca me he permitido decirlos en voz alta en mi mente si he mandado a cierta gente a freír espárragos y creedme cuando les digo lo satisfactorio que es poder patear traseros aunque sea en tu cabeza.
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En la profundidad
Подростковая литератураLa historia de amor de Angela y Nathan. Un amor que superará todas las barreras. Unos personajes que aprenderán uno del otro y que estarán dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias por mantener vivo ese pequeño brote que ha nacido sin quer...