Las paredes de estos despachos son agradables. Nunca me había fijado. Bueno, sí. Pero no cuando trabajaba aquí. Quiero decir que cuando tenía mi despacho, nunca me fijé en el color de las paredes o del techo. Me fijaba en todo su conjunto; un lugar agradable para trabajar y punto. Pero ahora, viéndolo desde esta perspectiva, desde esté diván, asumo que está todo fríamente calculado.
Las cuatro paredes tienen un color beige, crema, o no sé exactamente como definirlo, que resulta muy relajante. Además, el gran ventanal que hay siempre detrás del escritorio, hacen que estas oficinas sean muy luminosas. Y la luz, es símbolo de paz y tranquilidad. Por no hablar, de la música instrumental que tenemos de fondo; una fantástica pieza de piano, que suena débilmente desde algún reproductor.
Sí, todo está fríamente calculado, para que cualquier ser humano en busca de ayuda, que se recueste sobre este diván, llegue a un estado de relajación absoluta en el que sus quebraderos de cabeza y el motivo de su visita, dejen de bloquear su mente.
Para cualquier ser humano, menos para mí, por supuesto. ¿Cómo voy a lograr semejante estupidez, observando estas paredes y escuchando un piano? Es imposible.
—Becky... ¿Me estás escuchando?
La voz que viene de algún lugar a mi izquierda, me hizo salir abruptamente del estudiado análisis que le estaba haciendo a estos veinte metros cuadrados. Dirigí mi mirada hacia ella y me encontré con sus ojos clavados de manera intensa sobre mí.
—¿No se supone que soy yo, la que debería hablar?
—Si esperamos a que eso suceda, me temo que me estarías pagando por tratarte en silencio.
—El silencio es bonito —comenté volviendo la vista al techo.
—Pero no demasiado útil en una terapia.
Suspiré resignada y decidí cambiar mi postura, temiendo que si permanezco medio acostada, mi mente va a volver a volar en cuestión de segundos. Así que, me senté, quedando cara a cara con ella.
—¿Qué me decías?
—Que eres un caso perdido.
—¡Oye! Eso no es muy profesional Charlotte, quiero decir, Doctora Austin —sonreí.
—Es que tú eres muy irritante, Doctora Armstrong.
Volví a sonreí. Con complicidad, con misterio y hasta con picardía.
—No soy doctora —corregí.
—¿Y cuándo piensas ponerle remedio a eso? Llevas un año con tu proyecto terminado. ¿No crees que es hora de presentarlo?
Así es... ya paso un año.
—Opinas que eso supondrá cerrar la etapa, ¿no?. Piensas que es necesario para culminar con esto.
—Pienso que ya tienes cerrada la etapa —aseguró más convencida incluso que yo. —Pero debes liberarte de eso en concreto. Por algún motivo, todavía no has querido hacerlo.
Suspiré y dejé caer los hombros con pesadez, sin dejar de ser observada en ningún momento por ella.
—El proyecto no era de mis mayores preocupaciones.
—El proyecto, es la culminación de cuatro años de tu vida. El fin de tu carrera universitaria. En algún momento tendrás que enfrentarlo. Si lo sigues posponiendo, no vas a poder avanzar profesionalmente. Estás preparada para afrontarlo, créeme.
—Está bien —volví a suspirar. —Solicitaré una nueva fecha esta misma tarde.
—¿Así? ¿Sin más? —preguntó perpleja. —¿Me das la razón?
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La luz de tu mirada
Fiksi PenggemarUn choque de miradas accidentado. Así comienza la mayoría de las grandes historias. Y está, no iba a ser menos. Un maravilloso cuento real, sin caballo blanco, ni príncipe encantado. La increíble historia de dos personas encontrándose. ESTA HISTORIA...