Fate (Sunsun)

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Con las piernas balanceantes colgándole del borde de las sucias y ya sin forma paredes del castillo donde creció, Sunghoon revoloteaba entre sus largos dedos un lápiz tan afilado que seguramente podría lastimarle la piel si le aterrizaba encima de su cuerpo. Las hojas claras de un viejo cuaderno casi mofándose en su cara de lo en blanco también que estaba en su mente, pero Sunghoon sabía mejor.
Su mente no estaba vacía.
Al contrario, se desbordaba en imágenes, colores y vivencias que apenas y sabía como mantenerlos a raya dentro de su pensamiento, y esa era la razón por la que llevaba horas sentado entre los escombros del lugar donde nació.

"¿Como podría comenzar a retratarte, si tantos momentos hay para elegir?"

Y es que se sentía melancólico.
Cuatrocientos años pisando tierra, en cierto modo, te convierten en sabio, pero, ¿cuándo aprende uno a soltar lo que nos envolvió tan abrazadoramente que incluso puede llegar a sentirse como una segunda piel?

Piel.

El órgano más grande del cuerpo humano.
Lástima que él no era un humano del todo, y su corazón, a comparación, se sentía inmenso.
Tan grande que aún después de siglos, se hinchaba con el mero recuerdo de aquellos ojos media luna.

Sunghoon, quien había sido un niño sano y feliz, con una familia estable tanto ambiental como económicamente, se vio atrapado en un mundo completamente ajeno y paranormal cuando se encontraba en el lugar y tiempo equivocado, y con sus nuevas habilidades, había visto ir y venir a todo lo que más amó. Su familia, sus mascotas, sus amigos, él.

Él.

Sus manos comenzaron a moverse con gracia sobre el papel sosteniendo tan delicadamente el lápiz de madera que sus trazos apenas y eran perceptibles. Una, dos, tres finas líneas daban contorno a lo que ahora su mente dibujaba por él.
Sin darse cuenta, la forma tomaba vida, sin color, sin ostentocidades, solamente un par de ojos afilados y unas mejillas regordetas que se llenarían de brillo y un carmín sutil cada que Sunghoon le dedicara la más mínima atención.

Ojalá tuviera unas cuantas acuarelas a la mano. De repente sintió la necesidad de admirarlo una vez más aunque sea a través del arte.
Dejó lo que estaba haciendo y se recostó sobre los escombros de aquel maltratado castillo y miró a la luna con recelo.

"Soy el hijo de la oscuridad, esclavo de la noche y sirviente del instinto, pero, ¿de que me sirve todo aquel poder si lo único que quiero ya no lo tengo?"
Una ráfaga de viento le acarició, y lo sintió como consuelo. No solía ser un romántico.
Había vivido lo suficiente como para presenciar cada uno de los apogeos sociales, y ciertamente, en la actualidad el amor iba perdiendo cada vez más sensibilidad, sentido, coherencia.
A Sunoo le gustaba lo diferente, y así Sunghoon pudo entrar.
Al mayor le maravillaba lo simple que era el humano a comparación de la extravagancia de su realidad. Su alma parecía chapada a la antigua y eso Sunghoon lo podía corroborar con creces por que también había estado ahí.

La manera en la que los ojos del menor brillaban cuando recibía una carta sellada con cera y letra cursiva arrastrada de tinta por todo el amarillo papel le hacían recordar aquellos tiempos cuando amor era suave, delicado y apasionado.
Fuego.
Como el que quemaba en su interior cuando las pequeñas manos le enterraban las cortas uñas en la espalda, formando medias lunas mientras suspiraba su nombre con respiraciones entre cortadas.

Sunoo fue su todo que le dejó sin nada.

Lo había conocido en una cena de un familiar del menor. El clan Kim constantemente mantenía reuniones, y Sunghoon, perteneciente a la realeza de la familia Park, siempre había mantenido conexiones con quien creyera importante.
Había hecho acto de presencia por mero aburrimiento, lo cual se transformó en el día más interesante de su vida de repente cuando una silueta corta pero imponente, caminaba a lo lejos saludando cortésmente a los asistentes.

Lo recuerda claramente por que desde ese día había comenzado a soñar (lo que es irónico, por que ni siquiera tiene la necesidad de dormir) con unas pestañas tan largas que juraba le rozaban las mejillas cada vez que sonreía. Unos labios tan brillantes y rosados que incitaban a mirarles más de la cuenta, y unos hombros tan anchos como los suyos propios acentuando una diminuta cintura que se perdía de nuevo en el mar de sus anchas caderas.

Una muñeca.
Un príncipe.

La combinación perfecta y el balance entre la belleza de lo masculino y femenino era algo a lo que Sunghoon en sus cuatrocientos años de vida nunca había logrado presenciar.
Creado por Miguel Ángel inspirado en Afrodita.

Sunoo le había dado un efímero tiempo de felicidad, un poco cruel comparado con la utopía de la realidad contraria, quien si le tuvo toda la vida. Su corta vida. Y si había algo que Sunghoon no entendía, era precisamente eso.

Sunoo, quien había sido dulce, caritativo, alegre y el alma más benévola, había enfermado, y se había ido. No se dejó morder, y eso tuvo que respetarlo, pero no por eso significaba que doliera menos. Igual, no lo culpaba. De hecho, lo entendía, pues el de primera mano había experimentado la vida eterna, a veces sorprendiéndose él mismo de cuánto había aguantado la frívola soledad.

Tal vez, al final, si era un romántico.

Tomó el dibujo entre sus manos, pasando las yemas de los dedos sobre las mejillas acartonadas que decoraban el papel. Cerró los ojos, y juro poder sentir la suavidad de la piel de porcelana. Aun con los ojos cerrados, dibujo de nuevo con el mismo dedo la figura retratada atinando exactamente todos los contornos, por que tenia tan memorizando su rostro que incluso a la oscuridad podría detallarlo perfectamente.
La concentración se rompió igual de estrepitoso que su realidad cuando sintió algo humedecerme la cara.

No estaba lloviendo, mucho menos sudaba.

Se dio cuenta de lo que estaba pasando cuando una de aquellas gotas cayó sobre el dibujo, haciendo manchar. Se odió por arruinar eso también.

Sus ojos lloraban, húmedos, desbordando emociones contenidas. ¿Cuanto más se puede querer y extrañar a alguien?

Su alma quemaba.

Sunoo. Sunoo.

Se abrazó las rodillas sintiéndose vulnerable después de tanto tiempo. Ahí, con su traje de seda y zapatos lustrados. Cabello azabache completamente ordenado. De aspecto impotente pero de interior de cristal.

¿Cuál era el sentido entonces de vagar por ahí sin remedio? De todas maneras, ya había vivido lo suficiente. Ya había sufrido, ya había amado (lo cual estaba seguro de que jamás ocurriría otra vez).

Tomo el dibujo de nuevo, así, sucio, arruinado y sonrió.

"Oh, dulce Sunoo. Hace mucho perdí mi vida, pero de alguna manera la trajiste de vuelta contigo, y me la volviste arrebatar cuando partisteis de mi. No encuentro sentido alguno si todas las piezas del rompecabezas pérdidas te las haz llevado. Soy tuyo, siempre fui tuyo, y así pasen cien años más lo seguiré siendo por que el alma gemela no es algo que se pueda volver a encontrar. Soy uno. Tu eres uno.
Eras el sol, y yo, quien no soy un lobo pero le lloro a la luna, vivo soñando con el eclipse otra vez. No se si voy a encontrarte de nuevo, probablemente, no haya lugar allá para mi allá donde estás tú, pero en definitiva no pierdo nada con intentar llegar a ti. Ya soy un monstruo de todas formas".

El castillo del Clan Park yacía ya en ruinas desde hace muchos años donde nadie se atrevía a poner un pie por respeto a la familia, a la historia, sin saber que ahí mismo, donde Sunghoon había nacido, había pasado casi quinientos años yendo y viniendo, y lo valoraba tanto. Tanto.
Ahí nació, ahí creció, ahí vivió y ahí murió. La madera del lápiz siendo suficiente para acabar con el nulo latir de su superficial corazón, con un canto de sirena sonando en su cabeza y la visión de unos ojos avellana. Fue certero, eficaz y poco doloroso. Rió un poco entre agonía por la ironía de un vampiro suicida.

Y, con sus últimos pensamientos, se arrepiente de haberse llamado un anti romántico, o un no humano, por que acababa de cometer el acto más humanamente posible desde que la noche lo había adoptado.

Morir por amor.



de mi imaginación, mientras escuchaba dark blood.

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