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Eran las once menos cuarto de la noche cuando un joven de cabellos rojizos se encontraba vagando por las húmedas y solitarias calles de South Park. Había huido de su departamento tras una fuerte pelea con su novio con él cual llevaba viviendo dos años; uno de ellos había sido de los más felices de toda su vida, en donde su relación era solo amor y risas. Sin embargo, en el segundo año lo que parecía ser de color rosa comenzó a tornarse negro hasta llegar al punto de estar allí solo por temor y por costumbre, engañándose a sí mismo de que solo estaban pasando una mala racha en su relación, y que era normal que esta sufriera de altibajos.

Entre pasos indecisos sus pies fueron a dar al pequeño bar del pueblo. Ingresó con la mirada baja y se dirigió de manera automática a la barra, una vez allí se sentó en uno de los taburetes y pidió un shot de ron añejado al camarero de turno y, sin pensárselo demasiado, se llevó el vaso a los labios e ingresó el líquido a su boca. Pudo sentir cómo su garganta quemaba a medida que el alcohol avanzaba por su tracto digestivo, aunque ese ardor no se comparaba en nada al dolor tanto físico como mental que aquejaban a su ser.

Quería olvidar.

Quería olvidar ese día.

Quería olvidar su existencia.

Quería olvidarse del mundo aunque sea por unos instantes.

Pidió otro.

Y otro.

Y otro...

Y otro más...

El camarero a cargo de la barra lo miraba con preocupación, pero era consciente de que ese no era su problema; siempre y cuando recibiera su paga, la situación de sus clientes no era en absoluto de su incumbencia.

—¿No crees que deberías beber con más calma? —Una voz le habló repentinamente, provocando que el pelirrojo por poco y se ahogara con su bebida.

Entre tos y tos, estuvo por gritarle al sujeto que no le importaba y que se metiera en sus propios asuntos cuando se quedó sin palabras al ver a la persona que tenía a su costado. Un joven de cabellos azabaches y unas preciosas orbes oliva lo observaba con intensidad, casi como si pudieran leer hasta lo más profundo de su alma... Hasta sus más recónditos secretos.

El de pecas no contestó. Tal era su admiración ante el chico que no se percató de que se había quedado boquiabierto, a medio camino de poder responderle.

—¿Estás bien? —preguntó entonces el chico, mirándole con una de sus cejas levantada.

—¿Q-qué?, ¡A-ah! Sí... Estoy bien. —Su cara se había puesto colorada producto de la vergüenza, por lo que desvió la mirada en un intento de recomponerse.

—Adivino... ¿Dolores del corazón?

—Sí... Algo así... —respondió removiendo su vaso, observando a los hielos chocar entre sí.

—Pues estamos en las mismas. —El de olivas suspiró mirando hacia el techo, mientras que se recargaba en el respaldo del asiento.

—El amor es demasiado complicado.

—Ni que lo digas —soltó una suave risa que (en opinión del de esmeraldas) era igual de bonita que su dueño.

—Todo sería mucho más fácil si el amor no existiera —bebió un sorbo de su bebida, desquitándose de todos sus males con su pobre hígado.

—¿Cuál es tu situación? —Ante la pregunta el de rizos apoyó su mentón en una de sus manos, meditando por unos instantes en si debía confiar o no en la persona que tenía a su lado.

—Tuve una pelea con mi novio —respondió después de un rato, rompiendo el breve silencio que se había formado entre ellos.

—¿Suelen ocurrir a menudo?

¿Se puede volver a amar? ➳ CryleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora