Justin tardó dos días en dejar de quejarse del clima húmedo. Incluso dijo que le costó más salir a correr en este ambiente; claro, estaba acostumbrado a correr en Central Park. Dos días habían pasado desde que él se presentó en mi casa, ayer salimos para yo enseñarle la localidad. La noche anterior había llegado tarde porque decidió encontrarse con su hermano, Malcolm, quien sorprendentemente no viajó hasta Nueva York para ver a su hermano mayor casarse. Mis sospechas de que Malcolm no quería a Alison fueron confirmadas y me pregunté si él no sabía la realidad de la relación que tuvo sus hermano; no tenía ni la menor idea de si su relación llegaba a esos extremos. Malcolm era solo un niño cuando yo lo conocí y Justin un muchacho con bastante odio en su corazón hacia su padre y todo lo que tuviera que ver con él.
Esta mañana, yo fui la primera en despertar. Justin no se había dado cuenta y me daba la sensación de que pasó un buen rato con Malcolm pues no lo escuché llegar por la noche. No tenaz energía para salir a mi trote diario, algo inusual, pero preferí iniciar el día haciendo el desayuno para los dos. Esto era algo que nunca había hecho para Justin, no bajo la intimidad que era compartir techo y cama con alguien.
Opté por preparar algo sencillo. Saqué la docena de huevos del refrigerador, cebolla, jitomate e ingredientes para preparar una salsa cacera con un poco de picante. No pude evitar sentirme feliz y relajada, cocinaba sonriendo. Me serví una taza de café cuando la cafetera estuvo llena y proseguí a servir los dos omelettes rellenos de jitomate, cebolla, queso y champiñones en cada plato. Realmente me había esmerado, nunca había hecho esto por alguien.
Escuché movimiento en el piso de arriba y sin la preocupación de despertar a Justin por el sonido de la licuadora, junté los ingredientes para empezar a preparar la salsa. Cuando estuvo lista, la vacié en un recipiente de cristal. Después, tuve pocos segundos para verme en el reflejo del microondas, estaba un poco despeinada pero no pude hacer mucho más porque Justin entró a la cocina. Su cabello también estaba despeinado, esta vez bajó con una playera blanca puesta y veía a la barra con la boca levemente abierta; después, sus ojos se encontraron con los míos. Yo sonreí, tímida y consciente de que por estar tanto tiempo de píe, mi espalda dolía, pero viendo lo que había preparado, me regresó el hambre.
—Definitivamente nunca pensé que te encontraría así.
—¿Así cómo? ¿Descalza y en la cocina?
Justin rió por lo bajo y se sentó enfrente de la barra.
—¿Quieres café? —hablé de nuevo y no esperé su respuesta, saqué dos tazas y las serví hasta el tope—. No es por presumir, pero varios del cuerpo de maestros han alagado mi café. ¿Azúcar? ¿Leche?
—No, no —Justin sopló un poco sobre el líquido y le dio un leve trago—. No está nada mal.
—Yo sé que está muy bueno —continué inflando mi ego.
—Gracias... por todo —dijo Justin cohibido—. No esperaba esto.
—Nunca había cocinado así para alguien —confesé—. Mis mañanas siempre habían sido rutinarias, salir a correr, regresar, bañarme e irme a la facultad antes de horarios escolares para preparar mi material.
—Haz trabajado mucho —su tono orgulloso me hizo sentir bien—. Ven, siéntate a mi lado.
Arrastré mis píes y tomé asiento a un lado suyo. Ambos, sin decir palabra, comenzamos a desayunar, pero sin que el silencio se tornara incómodo y me daba cuenta de lo mucho que extrañaba la compañía de alguien más. Sin embargo, nunca me hubiera imaginado de que Justin iba a ser la persona con la que compartiría mis mañanas.
—Estuvo muy, muy rico. Muchas gracias, Mareena —Justin bajó el tenedor y la manera en la que susurró mi nombre al final, hizo que se me erizara la piel—. Por cierto, he querido preguntarte, ¿como le ha ido a Malcolm? ¿Es buen estudiante?
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Volverte a Encontrar [j.b.]
RomanceLas despedidas son difíciles; pero los reencuentros también. Madurar, crecer y dejar ir es todo lo que tenía en mente Mareena Prescott desde aquella fría noche en el aeropuerto de Nueva York. Maduró porque no se aferró. Creció porque se puso a ella...