1 KIN

7 2 0
                                    


Los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar con calidez la habitación. Era un día nuevo, un nuevo amanecer, y cuando el sol despertaba, Kin parecía despertar junto con él, como si estuvieran conectados entre sí.

Se apoyó en sus codos para sentir la agradable sensación de la luz posándose sobre su rostro. Le gustaba sentir el cosquilleo suave del sol recorriendo cada centímetro de su piel, era sin duda un momento de completa paz. Solo había relajación, calma y...

- ¡KIN MARTÍNEZ HERRERA, DEJA DE PENSAR EN LA INMORTALIDAD DEL CANGREJO Y BAJA A DESAYUNAR! - Gritó su madre desde la planta baja de su casa.

Adiós momento de tranquilidad.

Salió perezosamente de la cama, tentó para encontrar sus chanclas y salió a trompicones de su cuarto, producto de la pereza mañanera. Cuando bajaba las escaleras, un aroma delicioso inundó sus sentidos por completo. Siempre había amado la habilidad de su madre para hacer maravillas con la cocina y decían que hacía bendiciones con sus platillos, pero si le preguntaban a él, el desayuno era el verdadero milagro que su madre podría hacer.

Cuando llegó a la cocina, vio a su mamá moviéndose grácilmente por la linda cocina que tenían en casa, mientras que su abuela leía el periódico mientras esperaba que sus chilaquiles se enfriaran un poco.

-Buenos días mijo, ¿Cómo amaneciste? - le preguntó su mamá mientras que le besaba sonoramente la mejilla

-Hola mamá, algo adormilado, pero bien- dijo el muchacho mientras le daba un abrazo de costado – Buenos días abuelita, ¿Qué tal la trata la mañana? – le pregunto a la mayor, dándole un beso ligero en la cabeza

-Ay hijo, pues aquí sigo, entonces algo he de estar haciendo bien – contestó su abuela con ese humor seco característico de ella.

Él rio ante los comentarios de su abuela, le encantaba cuando usaba el sarcasmo, pues había tardado meses en enseñarle a usarlo, y todo a costa de su madre. Se sirvió una generosa porción de chilaquiles y se sentó a comer como si fuera un rey. Cada bocado era alegría pura para sus papilas gustativas.

Puede que su madre tuviera un carácter de lo más fuerte, pero sin duda podía sentir todo el amor que tenía por su familia a través de su comida.

Cuando su mamá se sentó a desayunar, la conversación del día a día comenzó a surgir, como era costumbre. Hablaba sobre política, las extrañas demandas de sus clientes y cómo todo tenía que salir perfecto para que pudiera por fin abrir su propio restaurante. Y fue cuando se dio cuenta que debía de ir a comprar sus suplementos.

Esta le pidió que saliera al mercado para que consiguiera unos ingredientes que necesitaba para una cena que prepararía esa noche para la organización que la había contratado.

Kin estaba a punto de protestar, pero su mamá se le adelanto al pensamiento:

-Y no quiero que me rezongues, ni tu serías tan cruel para mandar a tu pobre y exhausta abuela a un mercado lleno de gente agresiva - le reclamó su mamá con ese tono de la típica madre fuerte.

-Óyeme, yo no tengo nada de pobre, sí, puede que este exhausta, pero aún se defenderme perfectamente- contestó su abuela a la defensiva.

El chico trató de contener una carcajada, pero para evitar más regaños de parte de su mamá, salió con las bolsas del mercado y se encamino al mercado de San Juan, en el corazón de la Ciudad de México.

La Ciudad de México, la capital del país era muchas cosas. Era caótica, exageradamente grande, bulliciosa y, sobre todo, rica en cultura. Claro, tenía problemas que cualquier ciudad grande podía tener, ya fuera la inseguridad y la corrupción, pero, eso no significaba que fuera un lugar deplorable para vivir, después de todo, había una gran variedad de cosas que hacer, monumentos y lugares que visitar, y oportunidades florecientes que uno siempre podía aprovechar.

Conquistando al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora