Los choques de las armas resonaban por todo el monte.
La sangre divina era derramada a borbotones, y el estruendo de la batalla era tan fuerte que podía escucharse a kilómetros de la acción. Era un acontecimiento sin precedentes, una batalla que definiría el futuro de las deidades existentes.
El macuahuitl y la lanza de obsidiana danzaba peligrosamente, tratando de herir a su contraparte a toda costa. Huitzilopochtli arremetía contra su hermana mayor Coyolxauhqui, una de las guerreras más despiadadas del mundo conocido, y sin duda, una fuerza de la naturaleza andante cuando estaba enojada. Como en ese momento.
-Mira que tenemos aquí, al pequeño bastardo al que mi madre dio a luz, oh, pero como voy a disfrutar acabar contigo- sonreía socarronamente mientras lo fulminaba con la mirada cargada de ira.
Huitzilopochtli no iba a dejar que su hermana lunática hablara así de su madre. Coatlicue, la diosa madre, se había ido del monte que fungía como centro de peleas en cuanto detectó a Coyolxauhqui y a sus 400 hermanos, los Surianos. Aunque su madre no estuviera presente, Huitzilopochtli no faltaría a su palabra, él la iba a proteger a toda costa, como se lo había dicho a su madre en el vientre.
Huitzilopochtli arremetió con rabia contra su hermana mayor, tratando de asestarle un buen golpe para abatirla y sacarla de su balance interior, así podría ponerle fin al destino de su hermana, pero no era tarea fácil, si Coyolxauhqui era conocida por algo, era por su temperamento fuerte, su sed de sangre digna de cualquier mexica y su habilidad en combate, sin duda una luchadora completa de pies a cabeza.
-Veo que mi "hermanito" tiene talento para pelear, quien diría que la desgracia que parió mi madre era de hecho bueno para algo- soltó Coyolxauhqui con veneno en cada palabra que salía de su boca
-Tu "hermanito" ¡Va a hacer que te pudras en lo más profundo del Mictlán! - gritó en respuesta Huitzilopochtli, abalanzándose sobre su hermana para herirla con su arma, que ahora ardía en llamas.
La batalla se intensificaba con cada azote y golpe que los guerreros ejecutaban para lograr derribarse entre sí. Algunos de los Surianos trataron de intervenir en favor de Coyolxauhqui, atacando a Huitzilopochtli con disparos de flechas, lanzas y petardos, pero solo habían cometido un error al intentar hacerle daño a uno de los guerreros más poderosos que habían nacido.
Huitzilopochtli no tardo ni un minuto en masacrarlos a todos con unos cuantos tajos de su macuahuitl, cortando miembros y atravesando cuerpos, esa batalla rápidamente terminó en una sangrienta masacre en donde los pocos Surianos que quedaron, decidieron escapar.
Si antes estaba enojada, ahora Coyolxauhqui estaba furiosa. Ver cómo masacraban a su ejército solo logró alimentar su ira interior, por lo que se lanzó contra su hermano, con toda la intención de clavarle su lanza en el pecho.
La lanza era tal vez el reflejo bélico de Coyolxauhqui, un artefacto que lucía simple y elegante, más como una decoración con esa brillante y lustrosa unta de obsidiana que coronaba la lanza, pero en cuanto era blandida con maestría, se convertía en una de las armas más peligrosas que pudiera estar en las manos de un guerrero, capaz de producir heridas de gravedad y cortes mortales.
Huitzilopochtli no era ingenuo o tonto en ningún aspecto, él sabía perfectamente que su hermana podría matarlo si el mostraba el más mínimo atisbo de debilidad, así que tenía que sobrepasar a la prodigio, a la invencible, a la indomable bestia que era ella. Si Coyolxauhqui estaba a un paso adelante, Huitzilopochtli tenía que estar a tres pasos de ventaja.
Blandieron sus armas un poco más, tratando de establecer un dominio de las armas. Su pelea era tan intensa que el mismo cielo la reflejaba. Había nubes grises y espesas que cubrían todo el monte y el territorio más allá, los truenos resonaban a la par de los latidos frenéticos de los corazones sagrados de los combatientes y pronto, los rayos hicieron acto de presencia, quemando el suelo que ahora se había convertido en sagrado.
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Conquistando al Sol
FantasyMéxico: Tierra de gente buena, luchadora y resiliente, con tradiciones milenarias y costumbres más antiguas que la mera existencia de la civilización. Los Dioses estaban felices de ver cómo, aunque hubieran pasado tantos años, su gente no los había...