2. Levana

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Levana odiaba despertar con los rayos de sol en la cara.

Por más que se ocultara debajo de sus sabanas y cobijas, no podía parar el intenso calor que se colaba por debajo de estas, así que no le quedaba más que despertar y pararse de su tan confortable cama.

Aunque eran pasadas de las diez de la mañana, sentía como si fueran las seis de la madrugada y tendría que despertar con los primeros rayos de sol. Ella y las mañanas no eran las mejores amigas, en realidad, no eran amigas en absoluto.

Bajó las escaleras para ver si aun había alguien en su casa. Buscó en la cocina, en la sala de estar, en la sala de televisión, en el comedor, y cuando hubo terminado la planta baja, exploró las habitaciones y baños de la planta alta, y, aun así, no encontró a nadie. Vaya novedad, estaba sola, de nuevo. Lo único que tenía que hacer ahora era encontrar la nota de su padre diciéndole que perdón por dejarla sola (otra vez) y el sobrecito de dinero para que se consiguiera el desayuno.

Salió más rápido de casa de lo que le hubiera gustado. Su mente volaba hacia el mercado de San Juan, donde solía frecuentar el puesto de barbacoa que había dentro cuando tenía que ir por un desayuno rápido. Cerró la puerta con llave, y una vez que cerro la reja de su patio, se puso a caminar algo distraída mientras sus pies la llevaban al mercado.

Levana dejó que su mente volara y comenzara a pensar en toda clase de escenarios del porque su padre se había vuelto a ir tan temprano. Sabía que su trabajo era bastante demandante, pero eso era ridículo hasta para él, parecía una maquina a la cual nunca se le acababa la energía y eso a ella le molestaba.

Estaba tan distraída con sus propias ideas revoloteando en su mente que no notó al gran chico que estaba delante de ella. Se estampó de frente en su espalda y el chico tras el susto que le genero el choque, dejó caer un frasco de vidrio al suelo, que se hizo añicos al contacto con el suelo, soltando un aroma nauseabundo y fétido.

- ¡Niña estúpida, ese era el último frasco de patas de iguana en vinagre que quedaba en el mercado! - gritó el chico de los embutidos.

La joven solo se le quedo mirando como si el muchacho no fuera más que un bebe muy grande haciendo una rabieta, y digamos que su contestación no fue la mejor.

-Amigo, lo siento, pero realmente creo que estas exagerando un poco, solo te pagare por esas y asunto resuelto, no es la gran cosa- dijo entre arcadas pues el hedor del frasco estaba invadiendo su sistema respiratorio y se le subía por el cerebro.

El chico de los encurtidos estaba rojo cual tomate, y ella podía jurar que estaba desprendiendo humo de las orejas; nunca había visto a alguien tan enojado por unos simples encurtidos de dudosa procedencia.

Cuando el grandote chasqueó sus dedos, supo de buenas a primeras que estaba en problemas. De un callejón salieron dos matones exactamente iguales, bueno a excepción de la cicatriz que tenía uno de ellos en su mejilla. Fuera de eso, mismo corte de rape, misma estatura, mismos bates de beisbol...

Levana hizo lo más inteligente que le dijo su mente: correr.

Corrió como alma que lleva el diablo hasta el mercado de San Juan, para intentar perderse entre los sinuosos corredores de aquel mercado, para su mala suerte, matón uno y dos estaban ahí junto con el chico de los encurtidos, que solo deseaba verla golpeada y malherida. La muchacha no detestaba la opción de responderles los golpes, así tal vez aprenderían a dejarla en paz.

Se dejó atacar y los matones comenzaron a tirar puñetazos y batazos con fuerza, pero para ella, eso solo era un juego. Se deslizaba entre el puño del primer matón mientras que saltaba para evitar la patada del segundo matón. Podría sonar cínico, pero podría estar bailando en ese mismo momento, apoyando toda la fuerza en su cuerpo para propiciar golpes con una fuerza descomunal. No le importaba en lo más mínimo lo bajita que era, para ella eso era un factor a su favor.

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⏰ Última actualización: Jun 08, 2023 ⏰

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