La vida fue una dulce costumbre que nos llevo a esperar, como algo naturañ y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, indecibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por mi, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginábamos un ordenado porvenir, contiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginabamos con tanta vividez que nos persuadiamos de que ya viviamos juntos