I: Introducción.

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Narrador omnisciente.

-7 años-
Tom y Bill Kaulitz eran dos hermanos gemelos casi inseparables.
Simone, quien los había criado como madre soltera, adoraba a sus dos gotitas de agua.
Tom nació tan sólo 10 minutos antes que Bill, sin embargo había tomado muy bien su papel como hermano mayor. Al ser él un poco más atento y con un carácter bastante fuerte, siempre cuidaba de su hermanito, quien era algo distraído y quizás un poco torpe.

— Te dije que no jugaras con la silla.— El pequeño Tom se encontraba abrazando a su hermano, sentado en el piso mientras acariciaba la cabeza del contrario justo donde se había golpeado, intentando calmar el lloriqueo de su menor.

— ¡Me duele! ¡Me duele! — Chillaba con la tan característica exageración que tenía.

— Si sigues llorando le diré a mamá que no te de postre después de la cena.

— Pero...me duele. Me duele mucho. — Se apartó levemente para ver a Tom a la cara.

— No me hiciste caso. Nunca me haces caso y terminas llorando.

— Lo siento...— Agacho la mirada al piso en modo de arrepentimiento.

Estaba triste, con un pequeño dolor en su cabeza y sus mejillas húmedas.
No fue hasta que sintió unos labios en su frente y vio la sonrisa tranquilizadora de Tom, que le devolvió la sonrisa secándose las lágrimas. Saber que su mayor siempre se ocupaba de hacerlo sentir mejor lo hacía sentir cuidado, protegido.
No sólo en casa por sus accidentes, si no también en la escuela donde habían otros niños que lo veían como presa fácil por su personalidad tan suave. De no ser por Tom, seguramente viviría más atrocidades. Pero él siempre terminaba metiéndose en peleas si alguien molestaba a Bill. Llegaba a casa con notas de los profesores por haber herido a sus compañeros, y si bien su madre lo regañaba por ello, estaba contenta de que se tuvieran el uno al otro.

— ¿Ya pasó? Vamos a jugar en el patio antes de que se haga de noche.

Y así pasaron la tarde, jugando bajo la vigilancia de la niñera que más que cuidarlos, sólo veía que alguno no se perdiera. Sin embargo, eso no importaba, ya que Tom siempre iba a procurar de que ambos estuvieran a salvo.
Simone casi nunca se encontraba en casa, desde siempre los gemelos fueron "cuidados" por distintas niñeras ineptas.
Quizás por ello el mayor de los Kaulitz había tenido que aprender acerca de los peligros por su cuenta, para saber qué cosas hacer, qué no y así cuidar de su despistado hermano.

Una vez llegada la noche su madre siempre llegaba para cenar y poder arroparlos para que descansaran.
Ambos compartían aún habitación, con las camas separadas con una mesa de luz de por medio.
Tom ya se había acostumbrado a vestirse sólo, sin embargo a Bill aún le gustaba que su mamá lo hiciera.
Mientras Simone tarareaba una canción y Bill la imitaba, los iba tapando a ambos con las sabanas.

— Bill se golpeó hoy la cabeza. — Confesó Tom.

—  ¡No tenías que decirle!

— ¿Qué? ¿Otra vez? Cielo ¿Estás bien?

— Estoy bien...fue un accidente, estaba juga-

— Adivino. — Interrumpió Simone. — Jugando con la silla.

Tom soltó una pequeña risa. Ambos sabían que la mala costumbre de Bill era ponerse a jugar con el equilibrio de las sillas.

— ...tal vez...— Tapó su cara con la sábana, muerto de pena.

— Yo lo curé y dejó de llorar. Me prometió que ya no lo iba a hacer, lo prometió con su meñique. No puede romper la promesa de hermanos o dejaré de ser su hermano.

— Sus promesas de hermanos son sagradas, espero que Bill no la rompa. — Sonrió la madre, sacudiendo levemente el cuerpo de su hijo menor haciéndole soltar una carcajada suave.

— No rompo promesa de hermanos. Ya no lo vuelvo a hacer.

— Muy bien. Bueno, niños, hora de dormir, mañana tienen que ir a clases. Yo los llevaré a la escuela pero irá a buscarlos la niñera, no llegaré hasta la noche. Pórtense bien ¿Si? — Besó la frente de Bill y miró a Tom a ver si esta vez la iba a dejar darle su beso de buenas noches.
Inmediatamente el niño sacudió la cabeza en negación. — Ya estoy grande, mamá. Soy todo un hombre. — Replicó.
Ella simplemente le sonrió y lo aceptó, yéndose segundos después apagando la luz.

— Tom...— Llamó Bill.

— Ya va, espera. — Extendió su mano hacia la mesa de luz y encendió la luz de noche, que hacía que en el techo se dibujaran estrellas, algunos planetas y la luna. Sabía que el menor le tenía miedo a la oscuridad, por ello contaban con ese aparato. — ¿Mejor?

— ¡Gracias! Buenas noches.

— Descansa.

12:23 de la noche.

El pequeño Bill no estaba pudiendo conciliar el sueño. Quizás sea por el ruido que hacían las ramas del árbol que chocaban con la ventana, o el armario que se encontraba semi abierto, dejando la posibilidad de poder ver cualquier cosa que adentro se asomara.
O podía haber sido por la película de terror que sin querer habían visto ya que la niñera usaba la televisión sin tomar en cuenta que los niños podrían estar cerca y ver cosas que no deberían.
No podía dormir, estaba pensando demasiado en la inquietud de la noche.
Tal vez podría volver a meterse en la cama de su hermano sin que él se diera cuenta, ya lo había hecho varias veces anteriormente y aunque Tom siempre lo regañaba porque le gustaba dormir solo, no lo echaba de allí. Y sí, siempre se daba cuenta de cuando Bill se ponía a su lado para abrazarlo.

Y así fue como ocurrió, se levantó de la cama en puntitas de pie para no hacer ruido, se acercó hasta la cama de su hermano y susurró su nombre para asegurarse que estuviera durmiendo, lo cual al no escuchar respuesta lo confirmó. Se subió a la cama con sigilo hasta poder acurrucarse en el cuerpo del mayor, para ya no tener miedo.
Tom por su lado tenía los ojos mínimamente abiertos, y sin que su menor se diera cuenta él movía su cuerpo para que sea más sencillo para Bill que se recostara en su hombro, dejándose rodear por su brazo su cintura hasta cerrar los ojos.

Usualmente siempre pasaban así las noches.
Ambos eran felices con la compañía del otro.
Un amor de hermanos adorable para su madre.
Nadie sabía qué tanto las cosas podrían cambiar.

Promise me || TWC Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora